Existencia post-mortem vs. existencia pre-natal


Existencia post-mortem vs. existencia pre-natal.




Casi todas las religiones se han preguntado qué sucede después de la muerte; y muy pocas, de hecho, se han interesado en averiguar qué ocurrió antes de la vida.

Lo mismo podríamos decir de cualquiera de nosotros: la muerte nos preocupa, y sobre todo saber qué sucede después de ella, si es que sucede algo en absoluto. Sin embargo, la duda sobre una posible existencia pre-natal es una cuestión que despierta escasa preocupación en la opinión pública.

¿Por qué la mayoría de las personas se preguntan con cierta inquietud qué ocurrirá después de la muerte y muy pocas acerca de qué ocurrió antes de nacer?

Después de todo, si la muerte no es el final del camino, el nacimiento tampoco debería ser el principio.

Para examinar el tema vamos a dejar de lado la fe, las religiones y la filosofía; porque a menudo la mejor manera de introducirse en las grandes abstracciones es a través del arte. En este caso, nos vamos a apoyar en un poema de W.B. Yeats: Antes de que el mundo fuera hecho (Before de World was Made), el cual desarrolla con exquisita sutileza la idea de la existencia pre-natal:


Si pinto de oscuro mis pestañas
y los ojos más brillantes
y mis labios más púrpura,
o pregunte si me veo hermosa
de reflejo en reflejo,
no será un gesto de vanidad:
estoy buscando el rostro que tuve
antes que el mundo fuera hecho.

¿Y qué tal si lo que busco es un hombre
para que fuese mi amado,
y mi sangre fuese al mismo tiempo fría,
y mi corazón insensible?
¿Por qué él debería pensar que soy cruel
o que ha sido traicionado?
Yo haré que ame la cosa que era
antes de que el mundo fuera hecho.


W.B. Yeats evalúa la existencia pre-natal —así como la existencia post-mortem— sin recurrir al concepto de alma al que aluden las grandes religiones. Por el contrario, el poeta creía en una especie de alma colectiva que se fragmentaba en el plano físico, dando lugar al individuo, pero que tras la muerte regresaba a su fuente.

La idea de que el nacimiento es el principio de algo, y la muerte un fin, se relacionan con una mirada más bien lineal del tema. Es decir, para definir que algo está detrás de nosotros, y algo por adelante, es necesario tomar al presente como punto de referencia. Esto, desde luego, solo sirve cuando concebimos el tiempo en una línea recta —pasado, presente y futuro—; pero si lo pensamos en ciclos, la cuestión cambia radicalmente.

Imaginemos que la siguiente línea representa al tiempo: ¿en qué punto ubicaríamos al pasado, al presente y al futuro?


Al parecer, nuestro cerebro no puede evitar tomar al centro como referencia para el presente, a la derecha para el futuro, y a la izquierda para el pasado. Incluso podemos prescindir de cualquier ilustración: basta con preguntarle a cualquiera que señale hacia el futuro, o hacia el pasado, y probablemente señale hacia adelante, para referirse al futuro, y hacia atrás, para indicar el pasado.

No existe ninguna razón para creer que el tiempo funciona así.

Ahora imaginemos un círculo, y ubiquemos dos puntos en cualquier lugar de su diámetro:


¿Cuál de esos puntos podría designar al pasado?

¿Cuál al futuro?

Si nuestra perspectiva se ubica en el centro del círculo, entonces cualquier punto en el tiempo puede ser simultáneamente pasado o futuro.

El tiempo no es una ilusión; por el contrario, es probablemente el único aspecto de la realidad que experimentamos directamente que es fundamental, y no emergente; aunque nuestra percepción del tiempo sea, como mínimo, inexacta.

Bien podríamos coincidir con Isaac Newton acerca de que el tiempo y el espacio son magnitudes separadas. Y más aún, incluso podríamos defender con buenos argumentos la idea de que el espacio es tridimensional y el tiempo es un flujo que se propaga por todos los puntos del espacio a un ritmo incesante. Para cualquier aspecto de nuestra vida este modelo es perfecto. Nos sirve para funcionar correctamente en la realidad.

El único problema ese modelo es absolutamente falso.

Por supuesto que el tiempo y el espacio no están desvinculados; pero nuestra realidad está compuesta de cuatro dimensiones; es decir, de las tres dimensiones en las que nos movemos como peces en el agua, más el tiempo. En este modelo dimensional, todos los objetos en el espacio están presentes del mismo modo en que están presentes todos los eventos, ya sean pasados como futuros.

En este sentido, el flujo del tiempo tal como lo percibimos es un error de perspectiva.

No es que nos estemos moviendo en una línea desde el pasado hacia el futuro, ubicándonos en un perpetuo presente; sino que todos los eventos que conforman nuestro pasado, así también como nuestro futuro, desde el nacimiento hasta la muerte, o desde la existencia pre-natal a la post-mortem, ya existen en el universo cuatridimensional.

De hecho, incluso podemos pensar que no existe diferencia alguna entre cualquier punto en el tiempo, que todos son pasado, que todos son futuro, y que nuestro destino es ser eternamente quienes fuimos.




Egosofía: filosofía del yo. I Misterios miserables.


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