«Telepatía o el mecanismo de transmisión de pensamientos»: Arthur E. Powell.


«Telepatía o el mecanismo de transmisión de pensamientos»: Arthur E. Powell.




La telepatía o transferencia de pensamientos consiste básicamente en la transmisión y recepción de contenidos psíquicos entre individuos a través de la mente [ver: «Liber Telepathos»: el libro que enseña a leer la mente]. La transferencia de pensamientos es una de las formas más extendidas de percepción extrasensorial, a menudo involuntaria, relacionada con otros fenómenos, como la clarividencia y la telequinesis [ver: Telepatía animal: tu mascota sabe exactamente lo que estás pensando]

Ahora bien, ¿es posible escuchar los pensamientos de otra persona y, al mismo tiempo, entablar un diálogo mental con ella? Según algunos investigadores, la transmisión de pensamientos o telepartía no solo es posible, sino que es algo que realizamos constantemente sin siquiera advertirlo [ver: Sueños telepáticos]

A propósito de este tema citamos un interesante artículo titulado: Telepatía o el mecanismo de transmisión de pensamientos (The Mechanism of Thought-Transference), del investigador Arthur E. Powell, extraído del libro teosófico: El Cuerpo Mental (The Mental Body).





Telepatía o el mecanismo de transmisión de pensamientos.
The Mechanism of Thought-Transference, A.E. Powell.

Antes de entrar a considerar el fenómeno de transferencia del pensamiento, y los efectos del mismo sobre las personas, es conveniente describir el mecanismo por cuyo medio se transmite el pensamiento de una persona a otra.

El término “telepatía” significa, literalmente “sentimiento a distancia” de consiguiente, podríamos limitarlo, propiamente, a la transmisión de sentimientos o emociones. No obstante, se lo emplea hoy, en general, como casi sinónimo de transferencia mental; de manera que comprende la transmisión de imágenes, pensamientos o sentimientos de una persona a otra sin emplear medios físicos.

Se conocen tres posibilidades en telepatía; puede ser comunicación directa entre dos cerebros etéricos; entre dos cuerpos astrales, o entre dos cuerpos mentales.

Por el primer método, que podemos llamar físico o etérico, el pensamiento imprime primero una vibración en el cuerpo mental, luego en el astral, después en el cerebro etérico, y finalmente en las moléculas densas del cerebro físico. El éter físico es afectado por las vibraciones cerebrales y las ondas se difunden hasta llegar a otro cerebro, en cuyas partículas etéricas y densas imprimen una vibración. Estas vibraciones del cerebro receptor son transmitidas a los cuerpos astral y mental y, de esta manera, llegan a la conciencia de la persona afectada.

Si el cerebro físico de una persona crea una forma concreta fuerte, esta se reviste de materia etérica; el mismo esfuerzo de crear la imagen produce ondas etéricas en todas direcciones. Lo que se envía no es la imagen precisamente, sino una serie de vibraciones que reproducen la imagen. El proceso es algo análogo a la acción del teléfono, en el cual no se transmite la voz, sino cierto número de vibraciones eléctricas originadas por la voz, las cuales, al llegar al receptor, se transforman en el sonido de la voz.

La glándula pineal es el órgano de transferencia del pensamiento; de la misma manera que el ojo es el órgano de visión. La glándula pineal de la mayoría de las personas es rudimentaria, pero está evolucionando, no atrofiándose. Es posible acelerar la evolución de la misma, para que desempeñe la función que le corresponde; función que, en el futuro, desempeñará en todos.

Quienquiera piense decididamente en una sola idea, con atención concentrada y sostenida, notará en la glándula pineal un ligero temblor u hormigueo, comparado al deslizamiento de una hormiga. El temblor se produce en el éter, que impregna la glándula, y causa una corriente magnética que origina la sensación de hormigueo; de esta manera, el pensador sabe que el pensamiento ha alcanzado un grado de concentración y de fuerza que lo habilita para ser transmitido.

La vibración del éter de la glándula pineal origina ondas en el éter circundante, como ondas de luz, pero de menor diámetro y más rápidas.

Estas vibraciones se difunden en todas direcciones, poniendo el éter en movimiento; las ondas etéricas, a su vez, producen vibraciones en el éter de la glándula pineal de otro cerebro y son transmitidas a los cuerpos astral y mental, en sucesión regular, como se ha descrito antes, llegando así a la conciencia. Si la glándula pineal receptora es incapaz de reproducir las ondulaciones, el pensamiento pasará sin ser notado; no hará impresión alguna; de la misma manera que las ondas de luz no hacen impresión en el ojo de un ciego.

Por el segundo o método astral de transferencia del pensamiento, el cerebro etérico no toma parte en el proceso; la comunicación se efectúa directamente de un cuerpo astral a otro.

Por el tercero, o método mental, el pensador, después de crear el pensamiento en el plano mental, no lo hace descender al cerebro, sino que lo dirige, inmediatamente, al cuerpo mental de otro pensador. El poder de hacer esto, deliberadamente, implica una evolución mental muy superior a la requerida por el método físico; pues el transmisor ha de ser autoconsciente en el plano mental, para poder ejercitar, deliberadamente, tal actividad.

Cuando la humanidad haya evolucionado más, este último será, probablemente, el método común de comunicación. Los Maestros ya lo emplean para la instrucción de Sus discípulos. De esta manera pueden transmitir, fácilmente, las ideas más complicadas.

El último aspecto es de suficiente importancia como para merecer que lo tratemos con mayor extensión. Primeramente, nos ocuparemos de la transferencia mental, total o parcialmente inconsciente.

En lo ya dicho, hemos visto claramente que la persona, donde quiera vaya, deja tras sí una estela de pensamientos. Al caminar por una calle, por ejemplo, estamos constantemente sumergidos en un mar de pensamientos de otras personas; la atmósfera toda está llena de ellos, vagos e indeterminados.

Si uno deja su mente en blanco por un momento, esos pensamientos vagos, generados por otros, se deslizan por ella, haciendo, en la mayoría de los casos, muy poca impresión; pero algunas veces la afectan seriamente.

Ocurre, sin embargo, que alguna idea atrae la atención de la persona y se apodera de su mente; la persona la hace suya durante unos momentos, la fortalece en su propia fuerza y la lanza de nuevo para que afecte a otro.

De consiguiente el hombre no es responsable de un pensamiento que flote y penetre en su mente; porque puede no ser suyo, sino de algún otro. Es responsable, sin embargo, si lo acepta, si lo entretiene, y luego lo envía fortalecido.

Tal mezcla de pensamientos de diversas procedencias no tiene coherencia precisa; aunque cualquiera de ellos puede iniciar una serie de ideas asociadas y hacer que la mente piense por su propia cuenta. Si las personas examinaran la corriente de ideas, que pasan por sus mentes, quedarían, probablemente, sorprendidas al descubrir que muchas fantasías, inútiles y sin sentido, entran y salen de su mente en corto tiempo. Ni la cuarta parte de ellas son pensamientos propios. En la mayoría de los casos, son inútiles y, en general, de tendencia más dañina que buena.

De esta manera, los hombres se afectan, constantemente, unos a otros con pensamientos lanzados sin intención precisa. En efecto, la llamada opinión pública se forma, en gran parte, de esta manera; en la mayoría de los casos, la opinión pública es transferencia mental. Gran número de gentes piensan en cierto sentido, no porque hayan reflexionado por sí mismos, sobre las cuestiones, sino porque otros muchos están pensando de la misma manera y arrastran a los demás. El pensamiento potente de un pensador de gran fuerza penetra en el mundo mental, donde lo captan las mentes receptivas, capaces de responder a él. Estas reproducen las vibraciones, refuerzan la idea y, así, contribuyen a afectar a otros; las ideas toman, así, más y más fuerza y, con el tiempo, ejercen gran influencia sobre gran número de personas.

Si consideramos tales formas mentales en masa, nos daremos cuenta sin dificultad, de la tremenda influencia que tienen para producir sentimientos nacionales y raciales, creando así prejuicios colectivos. Todos nos desenvolvemos rodeados de una atmósfera poblada de formas mentales que encierra ciertas ideas; los prejuicios nacionales, el peculiar modo de considerar las cosas, ideas y sentimientos nacionales, todos nos afectan al nacer y aún antes.

Todo lo vemos a través de esa atmósfera, la cual refracta, en mayor o menor medida, cada pensamiento, y nuestra mente, y también el cuerpo astral, vibran de acuerdo. Casi todos estamos dominados por la atmósfera nacional; la opinión pública una vez formada, arrastra a las mentes de la gran mayoría, golpeando incesantemente en sus cerebros y despertando en ellos vibraciones simpáticas. Durmiendo o despiertos, tales influencias actúan sobre nosotros y nuestra propia inconsciencia las hace más eficaces. Como la mayoría de las gentes son receptivas más que iniciadoras, actúan como reproductores, casi automáticos, de los pensamientos que les llegan; de esta manera, la atmósfera nacional se intensifica constantemente.

Uno de los resultados inevitables de esta condición es que, al recibir una nación impresiones de otra, las modifica de acuerdo con su ritmo propio de vibración. De ahí que, las gentes de naciones diferentes, al contemplar los mismos hechos, los interpretan según sus propias inclinaciones y, con toda sinceridad, se acusan mutuamente de tergiversar los hechos y de emplear métodos desleales. Si se reconociera esta verdad y lo inevitable del hecho, muchas controversias internacionales se suavizarían más fácilmente que ahora, y se evitarían muchas guerras. De esta manera, cada nación tendría en cuenta la “ecuación personal”, y, en vez de culpar a otra por la diferencia de opinión, buscaría el término medio entre los dos puntos de vista, sin exigir que predomine el propio exclusivamente.

Los hombres, en su mayoría, nunca tratan de discernir por sí mismos; son incapaces de librarse de la influencia de la gran multitud de formas mentales, que constituyen la opinión pública. Por ello nunca ven, realmente, la verdad, ni siquiera conocen su existencia, contentándose con aceptar tal gigantesca forma mental. Para el ocultista, sin embargo, lo primero es obtener un punto de vista, claro y sin prejuicio, de todas las cuestiones; ver las cosas tal cual son, y no como otros suponen que son.

Para alcanzar tal clara visión de las cosas, se requiere vigilancia incesante. Una cosa es descubrir la influencia de la gran nube mental, que se cierne, y otra es ser capaz de desafiar tal influencia. La presión de ésta es constante y, casi inconscientemente, cedemos a ella en cuestiones de poca monta; aunque nos mantengamos ajenos en cosas importantes. Nacimos bajo tal influencia, la mismo que bajo la presión de la atmósfera, y somos tan inconsciente de la una como de la otra. Es imperativo que el ocultista se libre, enteramente de tal influencia, y encare la verdad tal cual es; no deformada por esas gigantescas formas mentales colectivas.

La influencia de esta agregación de ideas no se limita a la ejercida sobre los vehículos sutiles del hombre. Las formas mentales destructivas actúan como energía desintegradora y, con frecuencia, causan graves perturbaciones en el plano físico; son fuentes fructíferas de “accidentes” de convulsiones naturales, de tempestades, ciclones, vendavales, terremotos, inundaciones, etc. Pueden provocar guerras, revoluciones, perturbaciones y levantamientos sociales de toda clase. Las epidemias, enfermedades y crímenes, como los períodos de accidentes, pueden atribuirse a causas similares. Las formas mentales de ira contribuyen a la perpetración de asesinatos. De esta manera, los malos pensamientos de los hombres, en todo sentido y en innumerables formas, causan desastres, reaccionando sobre el pensador mismo y sobre otros.

Volviendo ahora a los efectos producidos, más específicamente, por los pensamientos individuales, el estudiante recordará la descripción que hicimos en El Cuerpo Astral de los efectos producidos, por ejemplo, por un intenso sentimiento de devoción. Tal sentimiento va, comúnmente, acompañado de pensamientos del mismo carácter; éstos, aunque formados en primer lugar, en el cuerpo mental, atraen a su alrededor gran cantidad de materia astral; de manera que actúan tanto en el mundo mental como en el astral. De consiguiente, un hombre evolucionado es un centro de ondas devocionales, las cuales han de influir en los pensamientos y en los sentimientos de otras personas. Lo mismo ocurre, naturalmente, si se trata de efectos, ira, depresión y toda clase de sentimientos.

Otro ejemplo típico lo tenemos en las corrientes de pensamiento que fluyen de un conferenciante, y en otras corrientes de comprensión y de apreciación, que surgen de los oyentes y se unen a las del orador.

Ocurre con frecuencia que, la acción de las ideas del orador despiertan respuesta simpática en los cuerpos mentales de los oyentes, de manera que éstos son capaces, entonces, de entender al orador; más tarde, sin embargo, una vez el estímulo del último ha desaparecido, los oyentes olvidan y no son capaces de comprender lo que antes les pareció tan claro.

Por otra parte, el pensamiento de crítica origina un ritmo de vibración opuesta, quebrando la corriente y originando confusión. Se dice que, quien haya visto este efecto, difícilmente olvidará la lección objetiva.

Al leer un libro, el pensamiento del lector puede atraer la atención del autor, si éste se encuentra en cuerpo astral, ya sea durante el sueño, o después de la muerte física. El autor atraído, así, al estudiante, envuelve a éste en su atmósfera, tan potentemente como si se encontrara presente físicamente.

De manera similar, el pensamiento del estudiante puede también atraer los pensamientos de otras personas que hayan estudiado el mismo tema.

Un excelente ejemplo del efecto de los pensamientos de un desencarnado sobre los vivos ocurre cuando un individuo ajusticiado, digamos, por asesinato, se venga instigando otros asesinatos. Esto explica, en efecto, los ciclos de crímenes de la misma clase; que ocurren, de tiempo en tiempo, en las poblaciones.

El efecto de los pensamientos es, especialmente, marcado sobre los niños. De la misma manera que el cuerpo físico del niño es plástico y fácilmente moldeable, lo son sus cuerpos astral y mental. El cuerpo mental del niño absorbe los pensamientos de otros, como una esponja absorbe el agua; aunque sea demasiado joven para reproducirlos, en el momento, la semilla dará fruto en su día. De ahí, la enorme importancia de que el niño esté rodeado de una atmósfera noble y altruista.

Para un clarividente, es una visión terrible ver las bellas almas blancas y las auras infantiles manchadas, salpicadas y obscurecidas por los pensamientos egoístas, impuros y malignos de los adultos que les rodean. Sólo el clarividente sabe en qué medida y cuán rápidamente mejorarían los caracteres infantiles, si el carácter de los adultos fuera mejor.

No es correcto tratar de dominar el pensamiento y la voluntad del otro, aunque sea para lo que parece un buen fin; pero es recomendable fijar el pensamiento en las buenas cualidades de una persona; porque ello tiende a fortalecerlas. Por el contrario, entretenerse en pensar en los defectos y malas cualidades de una persona es fortalecer las tendencias indeseables, y hasta producir en ella malas cualidades, que antes no existían o eran meros gérmenes latentes.

Tomemos un ejemplo sencillo. Supongamos que un grupo de personas se entretienen murmurando, y acusan a otra de ser celosa. Si el inculpado tiene ya tendencia a sentir celos, esta tendencia será, grandemente, intensificada por la avalancha de pensamiento de los murmuradores; aunque esté completamente exenta de todo sentimiento de celos; quienes piensan y hablan de esa falta imaginaria hacen todo cuanto pueden para despertar en el individuo el mismo vicio sobre cuya existencia imaginaria se gozan tan cruelmente.

El daño hecho por la murmuración y la maledicencia es casi inconmensurable. El estudiante ha de recordar la fuerte acusación lanzada contra tan destructiva práctica en A los Pies del Maestro. La posibilidad, o mejor, la inevitabilidad de afectar a otros, en bien o en mal, con el poder del pensamiento, pone un tremendo instrumento en manos de quienes quieran manejarlo.

Las imágenes astro-mentales, es decir, las formas de pensamiento en que interviene la emoción o el sentimiento, juegan parte considerable para crear vínculos kármicos con otras personas. Supongamos el caso extremo de un hombre que, al enviar pensamientos de odio y venganza, contribuye a formar en otro el impulso que lo lleva a cometer un asesinato. El creador de tal pensamiento queda, necesariamente, ligado por su karma al perpetrador del crimen, aunque nunca lo haya visto en el plano físico.

La ignorancia, o la falta de memoria, no anulan la acción de la ley kármica; de consiguiente, el hombre habrá de cosechar las consecuencias de sus pensamientos y sentimientos, lo mismo que las de sus acciones físicas.

En general, las imágenes mentales creadas por el hombre influyen en gran parte en su medio ambiente futuro. De esta manera, se forman los vínculos que atraen y unen a las personas, para bien o para mal, en vidas posteriores; nos atraen parientes, amigos y enemigos; ponen en nuestro camino ayudas y entorpecimientos, personas que nos aman, sin haber hecho nada en esta vida para merecerlo, o que nos odian, sin que tampoco hayamos dado, en esta vida, motivo para ello. De manera que, nuestros pensamientos, por su acción directa sobre nosotros mismos, no sólo producen nuestro carácter mental y moral, sino que, además, por su efecto sobre los demás, contribuyen a determinar quienes serán nuestros asociados humanos en lo futuro.

Uno puede, naturalmente, protegerse a sí mismo, en gran medida, contra las incursiones de formas mentales del exterior, construyendo a su alrededor una muralla de la substancia del aura. La materia mental, según hemos visto, responde muy prontamente al impulso del pensamiento, y uno puede moldearla en la forma que quiera. Lo mismo se puede hacer con la materia astral, como se explica en El Cuerpo Astral.

Sin embargo, utilizar una coraza para uno mismo es, hasta cierto punto, confesar la propia debilidad. La mejor protección es la buena voluntad radiante y la pureza, las cuales alejarán todo lo indeseable, gracias a una potente corriente de amor.

Las ocasiones en que puede ser necesaria una coraza para uno mismo son;

1) Al internarse entre una multitud abigarrada.

2) En meditación.

3) Al acercarse el sueño.

4) Bajo condiciones especiales en que, sin la ayuda de la coraza, los pensamientos se introducirían solos.

Una coraza, sin embargo, tiene aplicaciones precisas para ayudar a otros; los Auxiliares Invisibles la encuentran de gran utilidad para ayudar a quienes, todavía, no tienen fuerza para protegerse a sí mismos, sea contra ataques directos e intencionados de afuera, o contra los pensamientos errantes que revolotean, constantemente, en sus cabezas.

Al parecer, no hay duda de que los animales, que viven en un mundo de emoción, poseen la facultad telepática de enviar, a otros de su especie, impulsos emocionales, a distancia. En efecto, William J. Long, en su fascinante libro: How Animals Talk (Cómo hablan los animales), declara que hay razón para creer que este método de comunicación silenciosa es el lenguaje común a todo reino animal.

Este simpatizante y agudo observador de la vida animal da numerosos ejemplos. Un perro perdiguero, de nombre Don, parecía saber siempre cuando su amo volvía a su casa, aun en horas extraordinarias e inesperadas. Sabía, también, cuando era sábado o día de fiesta, y cuando su amo pensaba llevarlo al bosque. Otro perro, llamado Watch, se observó, que salía a recibir a su amo, siempre a horas diferentes, pocos momentos después que el amo salía del lugar de su trabajo, distante tres o cuatro millas de su casa, guiando un cochecillo tirado por un caballo; entre éste y el perro se había establecido una firme amistad.

Todo jinete conoce la facilidad con que se comunica su temor o nerviosidad al caballo que monta. Se ha observado que, si un cachorro de lobo se aleja de la madre, ésta, en vez de perseguirlo, se queda quieta, levanta la cabeza y mira fijamente en dirección del cachorro; éste vacila, se para, y vuelve corriendo a la madre. La zorra parece tener su familia bajo perfecto dominio, en todo momento, sin un gruñido; una mirada fija y los cachorros cesan, instantáneamente en sus juegos, se meten en la madriguera y esperan a que la madre vuelva a su casa. Se conoce el caso de un lobo herido que, después de permanecer solo durante varios días, recorrió una distancia de ocho a diez millas hasta dar con el cuerpo de un animal, que la manada había matado entretanto; fue directamente sin haber una huella que lo guiara.

Un capitán, de nombre Rule, ha observado que, después de arponear a un cachalote, todos los de la misma especie, en diez millas a la redonda, voltean las colas como si también hubieran sido arponeados. Ciertas aves silvestres aparecen en un corral en el momento en que se está alimentando a otras aves, pero nunca a otras horas.

Muchos cazadores han observado que, si salen sin escopeta o sin intención de matar, frecuentemente encuentran muchos animales silvestres a los que se pueden acercar; pero si van armados y con intención de cazar, los animales aparecen inquietos, sospechosos y no se aproximan.

Un cazador que se había dado cuenta de que la excitación se transmite del hombre a los animales, reprimía su propia excitación mental y física y podía acercarse a su presa mucho más fácilmente que antes de haber aprendido la lección. La verdad de esto lo comprueba el número de pieles de tigre que había coleccionado.

William J. Long, afirma, además, que ha encontrado muchos indios y otros, que poseen lo que ciertos africanos llaman "chumfo"; es como un sentido aparte, que advierte el peligro cercano; a veces, en circunstancias en que no hay posibilidad de distinguirlo por medio de los sentidos normales.

Está en el poder de dos personas cualesquiera, con tal que tengan interés suficiente, como para dedicar a ello tiempo y perseverancia, y sean capaces de pensar con claridad y firmeza, convencerse de la posibilidad de la transferencia mental, y hasta de llegar a ser moderadamente eficientes en el arte. Existen, naturalmente, numerosos escritos sobre el tema, como por ejemplo, los Anales de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas.

Para ello, los dos experimentadores han de ponerse do acuerdo sobre la hora más conveniente para ambos, y dedicar cada día diez o quince minutos a la tarea. Además, uno y otro han de asegurarse contra interrupciones. Uno ha de actuar como proyector o transmisor del pensamiento, y el otro como receptor; es conveniente que se alternen en esas funciones a fin de evitar que uno se haga anormalmente pasivo; además, puede ocurrir, sin embargo, que uno sea mejor como transmisor y el otro como receptor.

El transmisor ha de elegir un pensamiento, que puede ser sobre cualquier cosa, desde una idea abstracta a un objeto concreto o una simple figura geométrica; luego, se concentra en el pensamiento elegido con voluntad de grabarlo en la mente de su amigo. Casi no es necesario insistir en que la mente ha de estar completamente concentrada, o en la condición, gráficamente descrita por Patanjali, como “en una sola dirección”. Se recomienda que los faltos de práctica no intenten concentrarse por mucho tiempo, pues la atención titubea y se distrae, con lo cual se forma un mal hábito, o se produce tensión, que lleva a la fatiga. Para muchos, si no para la mayoría, los segundos son más seguros que los minutos.

El receptor, adoptando la posición más cómoda posible, para que ninguna molestia corporal distraiga su atención, ha de hacer que su mente quede en blanco; algo no muy fácil para el no experimentado; pero que no cuenta, una vez que se ha adquirido alguna práctica. En tales condiciones, toma nota de los pensamientos que se deslizan por su mente. Estos se han de escribir a medida que se presentan; el único cuidado del receptor es mantenerse pasivo sin rechazar ni alentar nada.

Naturalmente, el transmisor ha de tomar nota de los pensamientos que envía, para después comparar las anotaciones de uno y otro. Salvo que los experimentadores sean anormalmente deficientes en el empleo de la voluntad o en el dominio del pensamiento, se desarrollará el poder de comunicación en pocas semanas o, al menos, en pocos meses. El autor de este libro conoce casos en que la comunicación se ha conseguido al primer intento.

El estudiante de ocultismo “blanco” una vez convencido de la posibilidad de transmitir el pensamiento no se contentará con la práctica de experimentos académicos, como los descritos, ni tampoco con enviar buenos pensamientos a sus amigos, por útiles que tales prácticas sean en su lugar; pues, puede utilizar su poder mental para cosas más grandes y útiles.

Tomemos un ejemplo práctico. Supongamos que el estudiante desee ayudar a una persona dominada por un hábito perjudicial como la bebida.

Primeramente, ha de averiguar a qué horas es probable que la mente del paciente esté desocupada, tal como la hora en que se va a acostar. Si el hombre está dormido mucho mejor.

A la hora conveniente, el estudiante se sienta y se representa al paciente sentado frente a él. No es esencial que la visualización sea muy clara; aunque el proceso resultará más eficaz, si se puede visualizar la imagen vívida y claramente y en detalle. Si el paciente está dormido, será atraído a la persona que piensa en él y se animará la imagen que del mismo se haya formado. Entonces, el estudiante, con la mente plenamente concentrada, fija su atención en la imagen y dirige a ella los pensamientos que desea grabar en la mente del paciente. Ha de presentar sus ideas como imágenes mentales precisas, lo mismo que haría si expresara sus argumentos de palabra.

Se ha de tener mucho cuidado de no intentar dominar la voluntad del paciente, en ningún sentido; el esfuerzo ha de ir dirigido únicamente a presentar a la mente del mismo ideas que apelan a su inteligencia y a sus emociones, para que le ayuden a formar un juicio correcto y le induzcan a hacer el esfuerzo de llevarlo a la práctica en la acción.

Si se intenta imponerle una línea determinada de conducta, y el intento tiene éxito, muy poco se habrá conseguido, si es que se consigue algo. En primer lugar, porque el efecto debilitante de la imposición sobre su mente puede hacerle más daño que las acciones erróneas de las que se le quiere salvar. En segundo lugar, la inclinación mental hacia la costumbre viciosa no cambiará, poniéndole obstáculos; porque si se le cierra un camino encontrará otro y un nuevo vicio suplantará al antiguo.

De esta manera, como se le impone a la fuerza la templanza, mediante el dominio sobre su mente, no se cura del vicio más que si se lo encerrara en una prisión.

Aparte de esta consideración práctica, es un principio erróneo que una persona trate de imponer su voluntad sobre otra, aun cuando sea para mejorarla. El verdadero desenvolvimiento no se obtiene por coacción externa; es necesario convencer a la inteligencia, despertar y purificar las emociones, para que resulte verdadero progreso.

Si el estudiante desea ayudar de alguna otra manera, con sus pensamientos, debe proceder de manera similar.

Un deseo intenso, por el bien de un amigo, enviado como agente protector general, se mantendrá alrededor del mismo como forma mental durante un tiempo proporcional a la potencia del pensamiento; el cual lo guardará contra todo mal, actuando como barrera contra los pensamientos hostiles y hasta advirtiéndole de daños físicos. Un pensamiento de paz y de consuelo, enviado de la misma manera, tranquilizará y calmará la mente, difundiendo alrededor de su objeto una atmósfera de calma.

Vemos, pues, que la transferencia mental está estrechamente vinculada a la cura mental. El objeto es transmitir pensamientos buenos e intensos del operador al paciente. Ejemplo de esto son la Ciencia Cristiana, la Ciencia Mental, la Curación Mental, etc.

En estos métodos, por los que se intenta curar a una persona, creyendo simplemente que está bien, se ejercita, frecuentemente, una influencia hipnótica considerable. Los cuerpos mental, astral y etérico del hombre, están tan estrechamente vinculados que, si el hombre cree, mentalmente, que se encuentra bien, su mente puede ser capaz de forzar a su cuerpo físico a armonizarse con su estado mental y producir así la curación.

H.P. Blavatsky consideraba legítimo y hasta inteligente, el uso del hipnotismo para curar a una persona de embriaguez, siempre que el operador supiera lo bastante para poder romper el hábito y libertar la voluntad del paciente, de manea que él mismo se opusiera al vicio de la embriaguez.

Como el poder de la voluntad del paciente queda paralizado por su inclinación a la bebida, el hipnotizador utiliza la fuerza del hipnotismo, con lo expediente temporario, para permitir que el hombre recupere la voluntad y la reafirme.

Las enfermedades nerviosas ceden; prontamente, al poder de la voluntad, por cuanto el sistema nervioso ha sido formado para expresar poderes espirituales en el plano físico. Se obtienen resultados más rápidos, cuando se trabaja, primeramente, sobre el sistema simpático; por cuanto éste es el más, directamente, relacionado al aspecto de la voluntad en forma de deseo. El sistema cerebro espinal está relacionado, más directamente, con el aspecto del conocimiento y de la voluntad pura.

Otro método de curar requiere que el operador descubra, primeramente y con exactitud, cuál es la dolencia o imaginarse el órgano enfermo y, luego, imaginárselo tal como debiera estar. A la forma mental, creada de esta manera, el operador agrega materia astral; luego, con la fuerza del magnetismo, la densifica más, agregando materia etérica. Finalmente, añade los materiales más densos de gases, líquidos y sólidos, utilizando los materiales disponibles en el cuerpo del paciente, supliendo del exterior cualquier deficiencia. Es claro que este método exige que se conozca algo, por lo menos, de anatomía y de fisiología; no obstante, si el operador es de grado avanzado de evolución, la voluntad del mismo, si carece de tal conocimiento en la conciencia física, puede ser guiada desde un plano superior. En curas efectuadas por este método, no se corre peligro, como en las curaciones por el método más fácil y, de consiguiente, más común, en que se opera sobre el sistema simpático, a que hemos aludido antes.

Hay, sin embargo, un cierto peligro en curar por el poder de la voluntad; o sea, el peligro de transferir la enfermedad a un vehículo superior. Como la enfermedad es; a menudo, la manifestación final de mal existente en planos superiores, es mejor dejar que se desarrolle por sí misma, que detenerla a la fuerza y lanzarla al vehículo más sutil. Si se trata de una enfermedad resultante de malos deseos o malos pensamientos, los medios físicos de curación son preferibles a los mentales; porque los medios físicos no pueden transferir la dolencia al plano superior, como puede ocurrir si se emplean medios mentales. De ahí que el mesmerismo, por ser un medio físico, sea un proceso adecuado.

Un verdadero método de curar es hacer que los cuerpos astral y mental armonicen perfectamente; pero este método es mucho más difícil, y no es tan rápido como el método de la voluntad. La pureza de emociones y de mente significa salud física; de manera que una persona, cuya mente sea perfectamente pura y equilibrada, no generará nuevas dolencias corporales; aunque tenga algún karma no agotado; hasta puede cargar con algunas desarmonías causadas por otros.

Como es natural, existen otros métodos de emplear el poder del pensamiento para curar, puesto que la mente es el único poder creador en el universo, divino en el Cosmos, humano en el hombre; de la misma manera que la mente puede crear, puede restablecer. Donde haya algún daño, la mente puede dirigir sus fuerzas para eliminar el daño.

De paso haremos notar que, el poder de la “ofuscación” es, simplemente, el poder de crear una imagen mental fuerte y precisa y proyectarla en la mente de otro. La ayuda, que con frecuencia se presta a otro con la oración, es, en buena parte, del carácter descrito; la frecuente efectividad de la oración, comparada con la de los buenos deseos ordinarios, se puede atribuir a la mayor concentración e intensidad, que el creyente piadoso pone en su plegaria. La concentración e intensidad similares, sin empleo de la oración, produciría resultados también similares. El estudiante debe tener en cuenta que hablamos de loa efectos de la oración, producidos por el poder del pensamiento del que ora. Indudablemente, la oración produce otros resultados; por cuanto atrae la atención de alguna inteligencia humana, superhumana, y hasta no humana, lo cual puede atraer la ayuda directa, prestada por un poder superior al de quien ofrece la oración.

Todo cuanto se puede hacer con el pensamiento, en favor de seres vivientes, se puede hacer aún más fácilmente en favor de los "muertos".

Corno se explicó en El Cuerpo Astral, la tendencia del hombre, después de la muerte, es dirigir su atención hacia adentro, y vivir en los sentimientos y en la mente, más que en el mundo externo. La redistribución del cuerpo astral, efectuada por el Elemental de Deseo, tiende, todavía más, a circunscribir las energías mentales e impedir la expresión externa de las mismas. Pero la persona así entorpecida, en cuanto a sus propias energías, es más receptiva a las influencias del mundo mental; de consiguiente, puede ser ayudada, alentada y aconsejada, de manera más efectiva, que cuando estaba en la tierra.

En la vida después de la muerte, un pensamiento amoroso es tan palpable a los sentidos, como lo es aquí una palabra amable o una tierna caricia. De consiguiente, todos cuantos pasan al otro mundo deberían ir seguidos por pensamientos de amor y de paz, y por la aspiración de que avancen rápidamente en su tránsito. Son demasiados los que permanecen en el estado intermedio más tiempo del que debieran, por no tener amigos capaces de ayudarlos desde este lado. Los ocultistas, que fundaron las grandes religiones, no desconocían el gran servicio que quienes quedan en la tierra podían prestar a los que pasan al otro lado. De ahí que los hindúes tengan su Shraddha, los cristianos sus misas y las plegarias por los "muertos".

Similarmente, es posible la transferencia mental en sentido contrario es decir, de los des encarnados a los que se encuentran vivos físicamente.

Así, por ejemplo, el intenso pensamiento de un orador, sobre un tema determinado, puede atraer la atención de entidades desencarnadas interesadas en el mismo tema. En efecto, en un auditorio hay, frecuentemente, mayor número de gente en cuerpo astral que en cuerpo físico. En algún caso, uno de tales visitantes puede saber, sobre el tema, más que el mismo orador; en tal caso puede ayudarle con sugestiones o ilustraciones. Si el orador es clarividente, puede ver a quien le ayuda; entonces, las nuevas ideas se materializarán en materia más sutil delante de él. Si no es clarividente, su auxiliador grabará las ideas en el cerebro del orador; en cuyo caso, éste puede suponer que la pertenecen. Esta clase de ayuda es la que prestan, a veces, los “Auxiliares Invisibles”.

Es bien conocido el poder del pensamiento combinado de un grupo de personas empleado deliberadamente con un cierto objeto. Ello es bien sabido, tanto por los ocultistas como por otros, si saben algo de la ciencia más profunda de la mente. Así, en ciertas partes de la cristiandad, es costumbre preparar el envío de una misión evangelizadora a un distrito determinado, meditando en forma sostenida y definida. De esta manera, se crea, en la sección indicada, una atmósfera mental altamente favorable para la difusión de las enseñanzas pertinentes, y se preparan cerebros receptivos a la instrucción que se les va a ofrecer.

Las órdenes contemplativas de la Iglesia Católica Romana realizan trabajo muy útil y bueno con el pensamiento; lo mismo que los reclusos de los credos hindú y budista. En efecto, cuando una inteligencia pura y buena se propone trabajar, en la ayuda del mundo, enviando pensamientos nobles y elevados, realiza un servicio bien definido en favor del hombre; el pensador en su soledad se convierte, así, en uno de los mejoradores del mundo.

Otro ejemplo, que podemos clasificar como en parte consciente y en parte inconsciente, de la manera como la atmósfera mental de una persona puede afectar, poderosamente, a otra, es la asociación de un pupilo o discípulo con un instructor espiritual.

Esto se comprende bien en Oriente, donde se reconoce que la parte más importante y eficaz de la preparación de un discípulo es que viva, constantemente, en presencia de su Instructor y se bañe en el aura de éste. Los diversos vehículos del Instructor vibran todos con un ritmo constante y potente, a compás superior y más regular que los del pupilo; aunque éste lo alcance sólo durante unos pocos momentos. Peto la presión constante de las ondas mentales más potentes del Instructor, elevan, gradualmente las del pupilo al mismo tono. Podemos citar la analogía del entrenamiento musical. Una persona que haya desarrollado poco su oído musical encuentra difícil cantar solo a compás; pero si canta con otro de voz más potente y perfectamente entrenada, la tarea resulta más fácil.

El punto importante es que, la ilota dominante del Instructor resuena, constantemente, de manera que la acción de la misma afecta al pupilo día y noche, sin necesidad de que ni uno ni otro piensen, especialmente, en ello. De esta manera, es mucho más fácil que los vehículos sutiles de los pupilos se desarrollen en la debida dirección. Ningún hombre ordinario, actuando automáticamente y sin intención, puede ejercitar, ni siquiera una centésima parte de la influencia, cuidadosamente dirigida, de un Instructor espiritual. No obstante, un grupo puede, hasta cierto punto, compensar la falta de poder individual; de manera que, la incesante, aunque no conocida, presión, ejercida sobre nosotros por las opiniones y sentimientos de nuestros asociados, nos lleva frecuentemente a absorber, sin darnos cuenta, 1nuchos de sus prejuicios, como vimos en el Capítulo anterior, al tratar de la influencia mental, racial y nacional.

Como el discípulo "aceptado" de un Maestro está íntimamente en contacto con el pensamiento de este, puedo entrenarse para captar las ideas del mismo sobre una cuestión determinada. De esta manera, evita, con frecuencia, cometer errores. El Maestro, por su parte, puede enviar al discípulo un pensamiento, sea como sugestión o como mensaje. Si, por ejemplo, el discípulo está escribiendo una carta o dando una conferencia, el Maestro lo sabe, subconscientemente, y puede, en cualquier momento, enviar a la mente del discípulo una frase para incluirla en la carta o para utilizarla en la conferencia. Al principio, el discípulo no se da cuenta de ello, y supone que las ideas han surgido, espontáneamente, en su propia mente; pero, muy pronto. aprende a reconocer el pensamiento del Maestro.

En efecto, es muy conveniente que aprenda a reconocerlo; porque, en el plano astral y en el mental, hay muchas entidades que, con las mejores intenciones y de la manera más amistosa, están siempre bien dispuestos a hacer sugestiones similares; por lo que es conveniente que el discípulo aprenda a distinguir de quién y de dónde vienen.




Libros de Arthur E. Powell. I Libros de teosofía.


El análisis y resumen del artículo de Arthur E. Powell: Telepatía o El mecanismo de la transferencia de pensamiento (The Mechanism of Thought-Transference) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

As dijo...

Tu blog es en lo definitivo de mis favoritos! Si hacen algún post celta o nórdico, házmelo saber.



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