Filemón y Baucis, el amor que conmovió a Zeus.
Filemón era un anciano campesino que vivía con Baucis, su esposa, en la perversa aldea de Tiana, Capadocia. Durante largos años compartieron la pobreza más extrema y un amor mutuo que despertó la curiosidad de los dioses.
Cierta noche, Zeus y Hermes viajaron al país para confirmar los rumores sobre la terrible perversión que se había instalado allí. Para no inquietar a los ciudadanos, y, sobre todo, para no recibir las adulaciones de rigor que normalmente recibían, se disfrazaron de mendigos. Llegaron a Tiana en medio de una tormenta feroz. Golpearon todas las puertas y ventanas y en cada una fueron rechazados, a veces con insultos y burlas de sus habitantes. Hay quien dice que hasta los niños de la aldea se reían a carcajadas de los mendigos empapados.
Finalmente llegaron a la choza de Filemón y Baucis. La puerta, vieja y desvencijada, se entreabrió con un quejido, y un rostro marcado por el infortunio y las privaciones de largas jornadas bajo el sol abrasador se asomó desde adentro. Era Filemón, quien rápidamente los invitó a pasar.
Zeus y Hermes vestían capas que ocultaban sus facciones, y especialmente el brillo de sus ojos. Entraron en la choza y se sentaron en el suelo, cerca de unos costales de semillas, ya que no había mesas ni sillas. Un fuego débil pero cálido iluminó la escena.
Lo primero que Zeus notó fue que la pareja de ancianos estaba avergonzada de las magras viandas que podían ofrecerle a los viajeros. Ante un gesto de Filemón, Baucis sirvió vino agriado en una jarra de barro. Los mendigos la vaciaron de un trago, o pareció que lo hacían; ya que los dioses no comen ni beben salvo la dulce ambrosía. Cada vez que Baucis se acercaba advertía que la jarra siempre estaba llena.
La cabeza del anciano Filemón se llenó de dudas, pero se mantuvo en silencio, tal como lo indica el protocolo del decoro que todo anfitrión debe seguir; mientras Baucis agasajaba a los invitados con duras fetas de queso y una hogaza de pan que ya empezaba a manifestar los primeros síntomas de la descomposición.
Cuando la mesa estuvo dispuesta con estos sencillos manjares, Filemón, al borde de la vergüenza absoluta, se puso de pie y les dijo a los mendigos que no probaran la comida. Salió a la intemperie y regresó con el único ganso que había en el corral. Con palabras de apremio urgió a su esposa a cocinarlo lo más pronto posible, y acto seguido pidió perdón por la pobreza que les impedía agasajarlos con platos más nobles.
Zeus y Hermes, atónitos, lo observaban todo bajo las sombras de sus capas, y se conmovieron profundamente. Cuando Baucis acercó el cuchillo al cogote del ave, este salió corriendo hasta el regazo de Zeus; quien simulando una voz cascada pero grave y solemne, dijo que el sacrificio no era necesario ya que rápidamente debían continuar su camino.
La pareja los acompañó hasta el umbral. Afuera rugía la tormenta. Filemón renovó sus disculpas por aquella hospitalidad que carecía de lujos. Entonces Zeus reveló su verdadera identidad. Descubrió su cabeza y un par de ojos ambarinos refulgieron contra el cielo ennegrecido.
Baucis se arrojó a sus pies, reducida por el brillo eterno del inmortal. Filemón, en cambio, se llevó las manos al rostro y lloró mansamente al darse cuenta que el Señor de los Dioses había sido un huésped en su casa. Estas demostraciones convencieron a Zeus que la pareja no había sospechado su verdadera identidad, de modo que les advirtió que la ciudad sería destruida.
—Iremos contigo —dijo Baucis.
Zeus aprobó la compañía, y les sugirió que tomaran todas las pertenencias que quisieran salvar del desastre. Filemón y Baucis solo se tomaron de las manos.
Sin nada más para agregar, Zeus abrió la marcha por un camino de montaña. Cuando llegaron a la cima, el Señor del Olimpo desgarró las nubes y una lluvia como nunca antes se había visto, salvo por Deucalión, cayó desde las alturas inundando la aldea y destrozando sus casas. Cuando las aguas retrocedieron, Zeus les ofreció consederles un deseo.
—Queremos estar juntos para siempre —dijeron al unísono.
Con las primeras luces del día la pareja descendió del monte. Efectivamente, todas las casas habían sido destruidas por la inundación, salvo una, la vieja choza en la que Filemón y Baucis habían agasajado austeramente a los dioses. Desde entonces se convirtió en un santuario y en un sitio de peregrinación.
Zeus no olvidó nunca aquel deseo prometido. Permitió que la pareja muriese al mismo tiempo, y los convirtió en dos árboles cuyas ramas se abrazan por encima del santuario. Filemón fue un roble, inclinado pero augusto, firme en las tormentas y de frutos generosos; y Baucis un tilo, de sombra cálida y hojas aromáticas que nunca dejan de ser verdes.
Mitología. I Mitología griega.
El artículo: Filemón y Baucis; el amor más allá de la tumba fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
3 comentarios:
Que hermosa historia... Me recuerda a una parecida (al menos en el contexto) que se halla en la Biblia!
Me encantó esta historia, es una de las mejores que he leído.
Un apregunta ¿porque los dioses deciden revelar sus identidades?
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