Tulpas literarios: esos personajes que se quedan con nosotros para siempre


Tulpas literarios: esos personajes que se quedan con nosotros para siempre.




Hay libros que terminan con la última página y otros que se perpetúan en la mente del lector, a tal punto que las voces de ciertos personajes se quedan con nosotros durante toda la vida.

En general, lo que permanece en nosotros no es la historia propiamente dicha, es decir, el argumento del libro, aunque de hecho seamos capaces de recordarlo con absoluta precisión, sino más bien los personajes; y eso ocurre cuando encontramos una voz distintiva, una voz que nos toca, que nos afecta.

Encontrar un buen libro no es tan difícil; pero encontrar uno que nos apasione, o mejor dicho, que nos obsesione, a tal punto que la lectura se convierta en realidad —en términos de intensidad, no de objetividad— y la realidad, al cerrar el libro, nos parezca un inciso pálido, un sueño más o menos creíble, hasta volver a sumergirnos en la lectura, es algo sumamente raro.

Todos, seguramente, tenemos uno o varios de estos libros en nuestro pasado, si hemos tenido suerte.

Sería injusto clasificarlos como lecturas. En todo caso, fueron experiencias. Y del mismo modo en que las experiencias del pasado inevitablemente transforman el presente, podría ocurrir que algún libro, algún personaje, todavía nos acompañe sin que nos demos cuenta.

Con esto no quiero decir que una novela o un personaje con una voz distintiva sean percibidos como algo real por el lector. El concepto está sobrevaluado. Son mucho más que eso.

Sé que alguno de esos libros singulares me hicieron experimentar sensaciones que no eran completamente mías, como si de algún modo los personajes hubiesen influenciado el tono de mis pensamientos. De repente, uno siente, piensa, escucha y reacciona de un modo distinto, a veces sutilmente, sin que nadie que nos conozca pueda detectarlo.

Esas voces literarias, las mejores, se quedan con nosotros mucho después de cerrar el libro.

A veces se quedan para siempre.

Cuesta rebajar esa experiencia trascendental al pantanoso terreno de la fenomenología de la psique, pero también es justo decir que la psicología la estudió bajo el nombre de Cruce Experiencial (Experiential Crossing); esto es, que aquellos personajes literarios que nos han marcado se vuelven parte de nosotros.

No es que sus voces, sus reacciones, sus formas de ver y de entender el mundo, se alternen con las nuestras, o bien que respondan a una dudosa suspensión provisoria de la incredulidad, sino que realmente se incorporen a nosotros, se vuelvan parte de nuestra sinapsis.

Pienso en personajes como Athanasius Pernath, Holden Caulfield, Alejandra Vidal Olmos, y muchos otros.

Usted, seguramente, tendrá los suyos, personajes que lo han marcado, que todavía lo acompañan.

Y pienso, sobre todo, en aquel funcionario patético de Las memorias del subsuelo de Dostoyevski, cuya voz todavía resuena en mi cabeza de vez en cuando:


Soy un enfermo. Soy un hombre desagradable. Creo que padezco del hígado. Pero no sé absolutamente nada de mi enfermedad. Ni siquiera puedo decir con certeza dónde me duele. No he conseguido nada, ni siquiera ser malvado; no he conseguido ser guapo, ni perverso; ni un canalla, ni un héroe, ni siquiera un mísero insecto. Me daba perfecta cuenta de que existían en mí gran número de elementos diversos. Los sentía hormiguear dentro de mi ser. Sabía que estaban siempre en mi interior, que aspiraban a exteriorizarse, pero yo no los dejaba salir; no, no les permitía evadirse. Me atormentaban hasta la vergüenza, hasta la convulsión.


Esa voz en particular, la del Hombre del Subsuelo, me hace pensar en la posibilidad de los Tulpas, aquellas Formas de Pensamiento del budismo tibetano que pueblan el Plano Astral: básicamente seres creados con el pensamiento que desarrollan una existencia propia.

Según se dice, una vez que el Tulpa está dotado de suficiente vitalidad tiende a liberarse del control de su creador...

¿Son entonces Tulpas el loco de Pernath, Caulfield, Alejandra, el Hombre del Subsuelo?

Quizás sí, al menos si despojamos de misticismo el concepto de Tulpa.

Después de todo, esos personajes son lo suficientemente vitales como para existir, al menos en el plano literario, y también han conseguido desprenderse de sus creadores.

El mérito es todavía mayor: se reproducen a sí mismos en cada lectura, en cada lector con el que establecen un vínculo afectivo.

Naturalmente, las teorías literarias no quieren saber nada de todo esto. Estructuras formales, narrativa, retórica, ritmo, son elementos que excitan la sagaz mente del crítico (y del autor con poca autoestima), pero el costado afectivo de una obra, la forma en la que sus personajes se relacionan con el lector, rara vez son atendidas.

Soy, lo confieso, incapaz de efectuar esas interpretaciones, por cierto, legítimas, sobre los libros que realmente me interesan. Lo formal es siempre menos importante que el efecto subjetivo, el impacto emocional de una obra sobre el lector.

Es infinitamente menos importante para mí saber cómo la vida personal, la sociedad de su tiempo, el contexto cultural, influyeron en Dostoyevski, asuntos sobre los cuales se centra la interpretación literaria, que entender cómo y por qué la voz del Hombre del Subsuelo me sigue produciendo la sensación de estar escuchando a un viejo amigo.

No es mi intención cambiar aquí el eje de la discusión literaria, sino plantear una inquietud, una posibilidad.

En definitiva, somos una colección de voces interiores que se comprometen, o se empeñan, en formar un Yo más o menos coherente. El amante de la lectura —no el crítico, no el analista— sabe que algunas de esas voces son las de los personajes que nos marcaron, y que lo siguen haciendo.

Los buenos libros, esos que se quedan con nosotros para siempre, no se disipan en la realidad una vez que se cierran. Por el contrario, nos dejan la sensación de que la propia realidad no es exactamente igual que antes de abrirlos.

La sensación es similar a la de haber regresado de un viaje. Entramos en nuestro cuarto y todo está igual, salvo que todo, al mismo tiempo, parece completamente extraño.

Algo ha cambiado. Todo, quizás.


Tengo espuma en la boca; pero tráiganme ustedes una muñeca, ofrézcanme una taza de té bien azucarado, y verán cómo me calmo; incluso tal vez me enternezca. Es cierto que después me morderé los puños de rabia y que durante algunos meses la vergüenza me quitará el sueño. Sí, así soy yo.


Y yo también, mi buen Hombre del Subsuelo.




Taller literario. I Egosofía.


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3 comentarios:

rompecabezasymatices dijo...

También puede pasar con los lugares en los libros. De jovencita, mucho antes de llegar a la Univ, leí la Divina Comedia. Por alguna razón su infierno era tan terrorifico que por mucho tiempo pensé que no debería ser muy distinto al "real".

Gerard Cuello dijo...

Esta es probablemente la entrada que mas me ha gustado, de entre todas las que han subido, en bastante tiempo. Muy buena.

Miguel Rojas dijo...

Me ha sucedido lo mismo con Dosto, aunque las mas reales o fuertes me han sucedido y suceden con Soares o mejor dicho con Fernando Pessoa! Excelente entrada!



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