El olor de los libros viejos.


El olor de los libros viejos.




Todos los lectores apasionados conocemos ese aroma tan particular, que tal evoque a la infancia, a la biblioteca del abuelo: el olor de los libros viejos.

Lo curioso es que, a pesar de que todos somos capaces de reconocer el aroma característico de un libro viejo, casi nadie podría definirlo en términos comparativos. Después de todo, los libros solo huelen a libros.

Sin embargo, el olor es química, y la química de los libros viejos nos provee un amplio catálogo de fragancias, de notas, de esencias.

Si bien es cierto que los libros huelen a libros, algunos poseen un aroma singular; y esa singularidad depende de su envejecimiento. Mientras que los libros nuevos huelen a... bueno, a libros nuevos; los libros viejos reúnen toda su historia en su aroma.

A medida que un libro envejece, los componentes químicos que lo integran —benzaldehído, hexanaol etílico, etilbenceno, presentes en el papel, el pegamento y la tinta— se van descomponiendo gradualmente. Al hacerlo, liberan otros componentes volátiles que le dan forma a su olor particular.

¿A qué huele un libro viejo?

Muchos sostienen que la lignina, presente en todos los libros viejos impresos en papel a base de pulpa de madera, libera una esencia remotamente similar al de las vainas secas de vainilla. A esto hay que añadirle algunas notas ácidas, otras dulzonas, herbosas, dentro de una estructura odorífera de menor o mayor humedad.

Esta definición es tan correcta como inexacta; apenas una porción de lo que un catador de libros antiguos podría deducir, ya que un volumen de unos cincuenta años de edad emite cientos de componentes orgánicos volátiles al aire.

Esto nos permite conjeturar que ciertos individuos de olfato refinado podrían calcular la edad de un libro basándose en su olor.

Si los olores nos afectan, pudiendo detonar recuerdos extremadamente vívidos a partir de una simple fragancia, también es justo pensar que el olor de un libro puede afectar su lectura.

Supongamos que cometemos la imprudencia de leer el Necronomicón, o cualquier otro libro escrito con sangre, ¿la combinación de sustancias degradadas y de gases liberados al aire no sería diferente de la de un libro común y corriente?

Y en cualquier caso, ¿no serían los lectores afectados por esa alquimia de lo macabro, conduciéndolos, como afirma H.P. Lovecraft, a la locura?

De ahí que muchos libros prohibidos posean severas restricciones acerca de su horario de lectura. Paracelso, en su libro para crear homúnculos, especula que el mejor momento para estudiar el ocultismo, el esoterismo y la nigromancia, es durante la noche, en un clima seco, quizás porque en ese ambiente los libros malditos liberan sustancias capaces de alterar la conciencia del lector.

Pero aún cuando un autor sea lo suficientemente sagaz como para diseñar un libro que libere gases perniciosos, o que faciliten una lucidez siniestra, digamos, unos doscientos o trescientos años después de su impresión, sería imposible calcular los otros aromas, esos que los lectores imprimen en los libros.

El olor de un libro viejo no necesariamente es agradable. De hecho, puede ser muy desagradable, ya que también refleja los hábitos de sus lectores: tabaco, nicotina, pobre circulación de aire, son factores que influyen en la fragancia particular del libro.

Sea cual sea el caso, las páginas que amarillean desprenden cierta ansiedad, cierta sabiduría, cierta desesperación frente al tiempo.

Y así como los seres humanos envejecemos, morimos, y somos enterrados para que nadie sea testigo de la degradación final de nuestros cuerpos, los libros se marchitan sin piedad en la apretada soledad de los anaqueles, sin bibliotecarios o sepultureros que los condenen a la oscuridad de un sarcófago.

Este destino de ilusoria perpetuidad no es tan aterrador como parece. Basta que un lector se atreva a abrir de nuevo sus páginas, que las escuche mientras crujen como despertando de un largo sueño, y lo huela, para que el libro vuelva a nacer.




Libros prohibidos. I Libros extraños y lecturas extraordinarias.


El artículo: El olor de los libros viejos fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Bastante Interesante!! Alguna vez también me pregunté porque los libros olían como a de esa manera. Excelente tema :D

Anónimo dijo...

Me gusto mucho este articulo,mas que todo la parte final donde dice:¨Basta que un lector se atreva a abrir de nuevo sus páginas, que las escuche mientras crujen como despertando de un largo sueño, y lo huela, para que el libro vuelva a nacer¨, me hace recordar a un viejo libro que ya no esta conmigo (del cual lo apreciaba mucho) y me hace preguntar cuantas veces habrá vuelto a nacer a la luz de cada luna y de cada noche estrellada.

Muchas gracias por compartirlo...

Sebastian Beringheli dijo...

Interesante: libros que ya no están con nosotros. Habrá que escribir algo al respecto. Saludos!

Andrés dijo...

Para mi los libros viejos huelen a galletitas dulces



Lo más visto esta semana en El Espejo Gótico:

Relato de Thomas Mann.
Apertura [y cierre] de Hill House.
Los finales de Lovecraft.

Poema de Wallace Stevens.
Relato de Algernon Blackwood.
De la Infestación al Poltergeist.