El hombre lobo en la antigüedad clásica: primeros mitos de licántropos


El hombre lobo en la antigüedad clásica.




Los hombres lobo tuvieron su auge durante la Edad Media, período en el que se instalaron definitivamente en la tradición popular; sin embargo, la antigüedad clásica también los conoció, aunque con cualidades y características un tanto distintas.

El licántropo de la antigüedad puede definirse como toda persona que se convierte en hombre lobo ya se empleando medios mágicos o bien como castigo divino.

En este contexto, la licantropía era apenas una de las variables de las metamorfosis habituales con las que los dioses castigaban a los hombres. De hecho, ni siquiera era la más común, siendo la Kuantropia (hombre-perro) y la Boantropía (hombre-vaca) las más habituales.

En la Antigua Grecia, sobre todo, los lobos tuvieron una fuerte presencia en los mitos. Así como los nórdicos tenían a sus Berserkers, y en África abundaban las metamorfosis de hombres en hienas, los griegos imaginaron un amplio abanico de posibilidades para la licantropía. El poeta Marcellus de Side aventura que la licantropía es una enfermedad que se propaga con especial virulencia durante el comienzo de año, más precisamente en febrero, y la asocia con aquellas personas proclives a vivir en las cercanías de los cementerios, donde comparten los hábitos de los perros [ver: Freud y el caso del Hombre de los Lobos]

Virgilio, en la égloga VIII, sostiene:


«El mismo Meris me dio estas hierbas y estos venenos recogidos en el Ponto, donde nacen en grandísima abundancia. Muchas veces con ellos he visto a Meris convertirse en lobo y vagar por las selvas; muchas veces le he visto sacar los espíritus de los hondos sepulcros y trasladar de una parte a otra los sembrados.»


Anteriormente, Herodoto comentó:


«Parece que los nevri son hechiceros, si hemos de creer en los escitas, porque una vez en el año andan bajo la forma de lobos durante varios días, tras lo cual regresan a su forma original.»


Pomponio Mela añade:


«No hay un tiempo fijo para cada Neurian, en la que cambiar, si así lo desean, en lobos y de vuelta a su condición anterior.»


Pero quizás la historia antigua más notable acerca de los hombres lobo la proporciona Ovidio en sus Metamorfosis. Puntualmente, la historia de Licaón, rey de Arcadia, que para probar su audacia engañó a los dioses durante un banquete y les dio de comer carne humana. Como castigo, Zeus lo condenó a convertirse en lobo.

Así relata Ovidio aquella lobuna metamorfosis:


«En vano trató de hablar. Desde ese preciso instante sus mandíbulas se ensancharon y lanzaron espuma. Tenía sed, una sed atroz, pero solo de sangre, y se cebó en los rebaños. Sus ropas se transformaron en pelos, sus miembros en fuertes patas: un lobo, cuyas facciones aún conservan rasgos humanos, aunque sus ojos brillan salvajemente, reflejos de ira.»


Plinio, notablemente crédulo, también retrató a otro hombre lobo clásico de la antigüedad, más precisamente Evantes, que en las fiestas de Júpiter Liceo, en Arcadia, comió carne humana. Víctima de esa locura pasajera, producto de los excesos, se transformó inmediatamente en licántropo. Júpiter se apiadó de Evantes, y le propuso que si no probaba carne humana durante nueve años regresaría a su forma habitual.

Plinio no finaliza la historia, pero Agriopa comenta que Evantes fue, de hecho, una especie de hombre lobo vegetariano durante nueve años. Pasado ese lapso, regresó a su forma humana e incluso participó con gran éxito en los Juegos Olímpicos.

Repasemos ahora otra gran historia de hombres lobo de la antigüedad, esta vez de la mano del ácido Petronio:


«Mi señor decidió ir a Capua a intercambiar ropa vieja. Audaces como la muerte partimos al amanecer. La luna brillaba como el sol cuando llegamos, y mi señor empezó a conversar con las estrellas. Se probó otras ropas, y me sentí desfallecer cuando se convirtió en lobo. Se lanzó a los bosques y yo corrí a casa, donde se hablaba de un poderoso lobo que había masacrado a los animales. Alguien logró alcanzarlo con su lanza, pero no pude verlo. Pasé todo el día asistiendo a mi señor, herido en las costillas, en cama.»


Lo cierto es que convertirse en lobo en la antigüedad clásica no era algo inusial, y mucho menos increíble. Los dioses también participaban activamente en toda clase de metamorfosis. Zéus, por ejemplo, se transformó en toro y en cisne, casi siempre para conquistar el corazón de una mortal; Hécuba se convirtió en una perra; Acteón en ciervo, y hasta los compañeros de Ulises se transformaron en cerdos mientras las robustas hijas de Preto correteaban por los campos convertidas en vacas.

Posteriormente, San Agustín y Apuleyo delataron la existencia de cierto ungüento mágico capaz de transformar a los hombres en animales [ver: Pócimas mágicas para convertirse en licántropo]. Este mito, tradicional de Arcadia, se propagó a la Edad Media, haciendo de aquel ungüento una especie de cosmético que las brujas utilizaban para transformarse en lobas.

Si hablamos de hombres lobo en la antigüedad clásica hay que establecer su región principal: Arcadia, donde el mito se explica de la siguiente manera.

Los nativos de Arcadia eran pastores, y por lo tanto sufrían a menudo los ataques de lobos. Además de combatirlos con armas convencionales se cree que habrían establecido una especie de ritual mediante el cual sacrificaban a un muchacho a las jaurías de lobos. Este deshonroso hábito, recordado oscuramente en las leyendas, habría engendrado el mito de Licaón, quizás el primer licántropo de los mitos griegos, y de Amón, aquel misterioso hombre lobo enamorado.




Leyendas de hombres lobo. I Razas y clanes de hombres lobo.


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