Cómo escribir una novela de vampiros


Cómo escribir una novela de vampiros.




Algunos géneros literarios poseen características que se repiten una y otra vez, disimuladas o no, a lo largo de la historia. La novela de vampiros, género brutalmente bastardeado en las últimas décadas, posee algunos rasgos y características que la distinguen, más allá de los matices singulares que cada autor pueda aportarle (ver: Los Vampiros han muerto: el último clavo en el ataúd del género)

Claro que no existen recetas para la literatura. Es decir, no hay una secuencia de ingredientes y técnicas narrativas que, colocadas en el orden adecuado, prescindan de la creatividad del autor. Lo que sí existe es un esquema, un marco, una estructura predeterminada por la tradición y la funcionalidad, dentro de la cual el autor puede desarrollar su propia imaginación.

Podemos pensar que este esquema narrativo, en este caso, forjado dentro de la literatura vampírica, como un lienzo sobre el que el pintor imprime el producto de su imaginación.

Dejando de lado ciertas posibilidades vanguardistas, el pintor se mantendrá dentro de los límites del lienzo. Lo mismo sucede con la narrativa especializada, en este caso, la novela de vampiros. Veamos ahora los seis preceptos básicos que forman el esquema de la novela de vampiros.


a- El anfitrión.
b- La víctima cercana.
c- El viaje iniciático.
d- La obsesión.
e- La tierra natal.
f- La tradición.


Esta es la base de la literatura vampírica, despojada, por cierto, de todo misticismo. Sobre estos preceptos se construye el edificio de la novela clásica de vampiros.

Pensemos que una novela clásica de vampiros no está relacionado con su posterior éxito comercial. Lo «clásico» en realidad se define por la utilización de las herramientas tradicionales de un género determinado.

Ahora sí, analicemos punto por punto el esquema de la novela de vampiros.


El anfitrión:

El anfitrión siempre es un vampiro Drácula, de Bram Stoker; es un ejemplo clásico.

Si no es al comienzo, en algún punto de la trama él o los protagonistas estarán bajo el techo y la dudosa hospitalidad del vampiro de turno. Por lo general, se lo posiciona dentro de la nobleza, o como parte de una familia acomodada y antiquísima.


La víctima cercana.

La primera víctima del vampiro nunca es ajena al entorno cercano del protagonista. De hecho, es su muerte la que impulsa la historia hacia adelante.


El viaje iniciático.

El protagonista, en cualquier momento de la historia, deberá salir de su entorno habitual y sumergirse en la realidad del vampiro, ya sea físicamente, viajando a su castillo o su tierra, o bien psicológicamente, moviéndose en una realidad nocturna.

Este cambio parte de la premisa del héroe, es decir, del hombre que trasmuta su existencia para convertirse en un rival digno del mal. Sin esta mutación, no siempre venturosa, el protagonista jamás alcanzaría la sabiduría necesaria para derrotar a su enemigo.


La obsesión.

Hay dos clases de obsesión en la novela de vampiros: la primera y más evidente es la del vampiro, cuyas actividades suelen tener un propósito tan firme como nefasto, del cual no se desviará jamás.

En general, está relacionada con un amor trágico, puro en sus orígenes pero eventualmente antinatural.

La segunda obsesión corre por cuenta del protagonista humano o mortal, ya transformado en héroe por su enfrentamiento con el mal, que persigue al hematófago de turno hasta los confines del mundo. Ninguno de los dos, dicho sea de paso, cede ante las numerosas oportunidades de echarse atrás.


La tierra natal.

La tierra natal es fundamental a la hora de construir una novela de vampiros. También opera en sentidos opuestos, en el vampiro y en el héroe. El primero, casi siempre, necesita de su tierra de origen para vivir, ya sea habitándola o durmiendo en cajones cargados con ella.

En algún punto de la novela, por regla general, al comienzo y al final, el vampiro juega de local, es decir, se mueve en su entorno primigenio, sede de su transformación.

El protagonista, en cambio, puede habitar en su lugar de origen, incluso luchar allí, pero importa menos su locación que la estructura lógica que lo domina. En otras palabras, la tierra natal del héroe es la civilización y los valores que encarna.

Será héroe en tanto respete los estamentos morales y éticos de su entorno natalicio. Normalmente, esto se reduce a la ética occidental.


La tradición.

La tradición, el saber popular, se encarna en dos entidades: el pueblo, normalmente aquel que gira en torno al vampiro, previniendo al héroe de sus artimañas o informándole sobre sus puntos débiles; y el Sabio, aquel ser enigmático que parece conocer todo sobre los vampiros y que asiste al héroe en su jornada contra el mal.

Un ejemplo paradigmático es Abraham Van Helsing.

Estos son, en mayor o menor medida, los preceptos del esquema de la novela de vampiros. Cada uno posee matices propios y variaciones impresas por cada autor en particular, pero en líneas generales conforman la base, el lienzo, si se quiere, de toda la narrativa de vampiros.

Saber moverse dentro de este antiguo lienzo es cosa seria.

De nada sirve aplicar la antropología literaria en un contexto poco creíble. Todos los que decidimos abrir una novela de vampiros estamos dispuestos a suspender momentáneamente la incredulidad siempre que el autor nos ofrezca un universo coherente y personajes que sepan desarrollarse dentro de esas reglas. El secreto de lo fantástico no está en la imaginación desbordada, sino en la credibilidad de lo increíble.




Taller gótico. I Novelas de vampiros.


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3 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

¿Y que tal si el vampiro es el heroe y su rival, el villano?

Sebastian Beringheli dijo...

En ése caso el vampiro sería el protagonista, y no un héroe, independientemente de sus cualidades morales y éticas. En cualquier caso podría ser una excelente novela, pero no un clásico.

Ivan Romero Vega dijo...

Pensé en escribir un libro sobre un héroe mitad vampiro humano



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