El hombre que recordaba el futuro.


El hombre que recordaba el futuro.




Recuerdo el final, que aún no comenzó; el beso capitular de una mujer que no ha nacido, hace mucho, en un futuro remoto.

Lo escuchamos atentamente, con esa cautela de hombres acostumbrados a las cronologías y los habituales procesos continuos del tiempo.

Recuerdo el fin de las naciones, el ritmo incesante de las estrellas que regresan, una a una, al vértice imposible del espacio. Recuerdo el nombre del último hombre sobre la Tierra, su último pensamiento, su encuentro con el sombrío Caronte, cuyos brazos, extenuados, se permitieron un gesto de ternura.

Recuerdo el ocaso posterior, el fin de las estaciones, la noche postrera que caerá sobre un mundo en silencio, sin cantos ni esperanzas ni hastío. Lo recuerdo todo, aún cuando nada de todo eso haya ocurrido.

Recuerdo también que algún día, hace mucho, moriré.

El hombre se despidió, paradójicamente, con un efusivo saludo de bienvenida.

Debatimos durante algunos minutos sobre sus palabras. Algunos concluyeron que el hombre padecía una rara condición del habla que lo incapacitaba para conjugar correctamente los tiempos verbales. En ese contexto, sus recuerdos convergían discursivamente en un futuro que era, en toda regla, una porción del pasado.

El profesor Lugano negó con la cabeza.

—¿Les parece raro recordar el futuro? —preguntó.

—Absolutamente —respondió Arismendi—, y no solo me parece raro, sino intelectualmente triste.

El profesor Lugano meditó durante algunos segundos.

Luego añadió:

—Yo creo todo lo contrario, que no hay memoria más triste que aquella que solo recuerda el pasado.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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