«En Zaccarath»: Lord Dunsany; relato y análisis


«En Zaccarath»: Lord Dunsany; relato y análisis.




En Zaccarath (In Zaccarath) es un relato fantástico del escritor británico Lord Dunsany (1878-1957), publicado en la antología de 1910: Cuentos de un soñador (A Dreamer's Tales).

En Zaccarath, uno de los grandes relatos de Lord Dunsany, el autor nos transporta a una de sus maravillosas e impredecibles tierras de ensueño: Zaccarath.




En Zaccarath.
In Zaccarath; Lord Dunsany (1878-1957)

—Venid —dijo el rey en la sagrada Zaccarath—, y que nuestros profetas hablen en vuestra presencia.

Desde muy lejos se veía la joya que era aquel palacio, maravilla de los nómadas de la llanura. Estaba el rey, con sus magnates con los reyes menores que le rendían vasallaje, y también estaban sus reinas con todas sus joyas. ¡Quién podría hablar del esplendor en el que residían, o de los miles de luces y de las esmeraldas que las reflejaban; de la peligrosa belleza de aquel tesoro de reinas, o el resplandor de sus cuellos abrumados!

Había un collar allí de perlas carmesíes como no podría imaginarlo el más soñador de los artistas. ¿Quién podría hablar de aquellos candelabros de amatista, en los que las antorchas, embebidas en raros óleos de Bhitinia, ardían esparciendo un aroma de bletanías? Baste decir que cuando la aurora llegaba parecía pálida, y áspera y desnuda de su gloria; de tal modo que se ocultaba entre nubes.

—Venid —dijo el rey—, que nuestros profetas profeticen.

Entonces, los heraldos avanzaron entre las filas de guerreros, vestidos de seda, y que, ungidos y perfumados, yacían sobre sus capas de terciopelo, entre una brisa suave, movida por los abanicos de los esclavos. Hasta sus lanzas estaban incrustadas de piedras preciosas. Al través de sus filas, los heraldos avanzaron y se acercaron a los profetas, vestidos de color pardo y negro, y a uno de ellos lo trajeron y lo colocaron ante el rey. Y el rey le miró y dijo:

—Profetiza ante nosotros.

Y el profeta irguió la cabeza, sus barbas se destacaron del sayo pardo y los abanicos de los esclavos las hicieron temblar ligeramente. Y el profeta habló al rey, y le habló así:

—¡Ay de ti, rey, y de Zaccarath! ¡Ay de ti y de tus mujeres, porque tu ruina será cruel y rápida! Ya en el cielo los dioses evitan a tu dios, porque conocen su sentencia y lo que está escrito, y ve cómo el olvido se levanta como una neblina. Has provocado el odio de tus montañeses. La maldad de tus días echará sobre ti a los zeedianos, como los soles de la primavera empujan la avalancha. Y se arrojarán sobre Zaccarath como la avalancha cae sobre las chozas del valle.

Y como las reinas cuchicheaban y reían entre sí, él simplemente elevó la voz y habló todavía:

—¡Ay de estos muros y de las cosas cinceladas que hay sobre ellos! El cazador conocerá las acampadas de los nómadas por las huellas de los fogarines en el llano, pero no conocerá dónde estuvo Zaccarath.

Algunos guerreros que se hallaban reclinados volvieron la cabeza para mirar al profeta cuando hubo callado. Lejos, a lo alto, los ecos de su voz murmuraron aún algún tiempo entre los cabrioles de cedro.

—¿No es espléndido? —dijo el rey.

Y mucha gente batió con sus palmas el pulido pavimento en testimonio de aplauso. Entonces, el profeta fue conducido otra vez a su sitio en un rincón de aquel grandioso palacio, y durante un rato los músicos tocaron en trompetas maravillosamente recurvadas, mientras los tambores latían detrás, ocultos en un nicho. Los músicos fueron sentándose con las piernas cruzadas en el suelo, soplando todos en sus inmensas trompetas bajo la brillante luz de las antorchas; pero como los tambores sonaban cada vez más fuertes en la oscuridad, aquéllos se levantaron y, suavemente, se acercaron al rey.

Más y más fuertemente vibraban los tambores en lo oscuro, y más y más se acercaban los hombres con sus trompetas, a fin de que su música no fuese ahogada por los tambores antes de que hubiera podido llegar hasta el rey.

Una escena maravillosa ocurrió cuando las trompetas se detuvieron ante el rey, y los tambores, en la oscuridad, fueron como el trueno de Dios. Y las reinas movían la cabeza al compás de la música, mientras sus diademas chispeaban como estrellas. Y los guerreros levantaban sus cabezas y sacudían las plumas de aquellos pájaros dorados que los cazadores acechan junto a los lagos de Lidia, apenas matando a seis de ellos durante todo el largo de su vida, para confeccionar los penachos que los guerreros llevaban cuando hacían fiesta en Zaccarath.

Entonces el rey exclamó y los guerreros cantaron; casi todos ellos recordando entonces viejas canciones de batalla. Y, conforme cantaban, el son de los tambores decaía y los músicos marchaban hacia atrás, y el tamborileo se hacía cada vez más débil, hasta que cesó y ya no soplaron más en sus trompetas. Entonces, la asamblea golpeó el suelo con las palmas de sus manos. Y en seguida las reinas pidieron al rey que enviase a buscar otro profeta. Y los heraldos trajeron a un cantor y le colocaron ante el rey; y el cantor era un joven con un arpa. Y acarició las cuerdas del arpa, y cuando hubo silencio, cantó la iniquidad del rey. Y predijo la irrupción de los zeedianos, y la caída y el olvido de Zaccarath, y la vuelta del desierto a lo que fue suyo, y los jugueteos de los cachorros del león en el sitio mismo donde se alzaron las estancias del palacio.

—¿Sobre qué está cantando? —dijo una reina a otra reina.

—Está cantando del imperecedero Zaccarath.

Cuando el cantor cesó, la asamblea golpeó negligentemente en el suelo, y el rey le hizo una seña con la cabeza y él se marchó. Después que todos los profetas profetizaron ante ellos y cuando todos los cantantes cantaron, la real compañía se levantó y se fue a otras cámaras, abandonando el salón al pálido y solitario amanecer. En su soledad quedaron los dioses de cabeza de león que estaban esculpidos en los muros; en silencio quedaron, y sus pétreos brazos estaban cruzados. Y las sombras bailaban sobre sus rostros como pensamientos curiosos conforme las antorchas vacilaban y el triste crepúsculo matutino cruzaba los campos. Y los colores comenzaban a cambiar en los candelabros. Cuando el último tocador de laúd se quedó dormido, los pájaros comenzaron a cantar.

Nunca se vio esplendor más grande ni más famoso castillo. Cuando las reinas se retiraron pasando bajo los cortinajes de las puertas con todas sus diademas, pareció como si las estrellas desertasen de sus puestos y marchasen en tropel hacia Occidente, al apuntar la madrugada.

Tan sólo el otro día encontré una piedra que, sin duda, había pertenecido a Zaccarath. Tenía tres pulgadas de largo y una de ancho. Vi uno de sus bordes que no estaba cubierto por la tierra. Creo que solamente se han encontrado otras tres piedras semejantes.

Lord Dunsany (1878-1957)




Relatos góticos. I Relatos de Lord Dunsany.


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El análisis y resumen del cuento de Lord Dunsany: En Zaccarath (In Zaccarath), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

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