Miedo a la oscuridad


Miedo a la oscuridad.




Nunca entendí a las personas que dicen tenerle miedo a la oscuridad. Dejame decirte algo: nadie le tiene miedo a la oscuridad. No existe tal cosa. Nunca existió.

No falta el imbécil que teoriza sobre estos asuntos para impresionar a sus amigos, hablando sobre el miedo a lo desconocido, a la noche, a la negrura primaria de la caverna. Y los amigos asienten, y deberían, porque reconocen el miedo, lo conocen, pero no entienden que la oscuridad no tiene nada que ver con el miedo.

Sería exagerado entrar en consideraciones antropológicas aquí, de modo voy a resumirlo brutalmente: la culpa la tienen los cuentacuentos. Me refiero a esos sujetos que mantenían a toda la tribu en vilo, sentados alrededor del fuego, contando historias sobre la oscuridad. Las cosas no cambiaron mucho desde entonces. Ahora se llaman poetas, novelistas, artistas de lo macabro. Toda gente despreciable.

No sé hasta qué punto son concientes del fraude que han perpetrado contra la oscuridad. Supongo que los más inteligentes se habrán dado cuenta, pero han preferido seguir adelante para obtenener reconocimiento, estatus social, en fin. Estoy seguro que el cuentacuentos de la tribu, en algún rincón inhóspito de África, hace miles de años, no pasaba hambre. Mierda, probablemente se acostaba con las mujeres más hermosas.

Ya que estamos derribemos otro mito: no es que el más viejo de la tribu fuera el cuentacuentos, era el más viejo de la tribu porque era el cuentacuentos. Mientras los demás morían cazando, librando guerras contra los clanes vecinos, levantando toscos altares a los dioses indiferentes o desangrándose en el parto, el cuentacuentos vivía, y vivía bien. Comía abundantemente, se mantenía lejos del peligro, se le dispensaba del trabajo uro, era agasajado en todas las casas.

Alguien tenía que contar historias.

Y los que [aún hoy] se sientan alrededor del fuego, bueno, ¿qué puedo decir sobre ellos? No me inspiran ninguna lástima. No hay persona más ingrata que aquella que cree tenerle miedo a la oscuridad.

Pensalo bien: la oscuridad te protege desde que fuiste engendrado. Te cubrió en el vientre materno mientras tu cuerpo se desarrollaba. ¿Estabas a disgusto ahí? ¿No fue cuando saliste a la luz que las cosas empezaron a complicarse? No hay llanto en la oscuridad del útero, no hay necesidades, ni frío, ni calor, ni hambre. No hay tiempo.

¿Y qué tal cuando tenías cuatro años y llamabas gritando a papá y mamá, en medio de la noche, porque creías que había un monstruo en tu cuarto? Pensalo detenidamente: ¡no podías ver al monstruo porque estaba demasiado oscuro!

Por suerte para vos, el monstruo tampoco podía verte.

Y no podía verte gracias a la oscuridad.

No me hagas empezar sobre las veces que te cubrías con las sábanas porque tenías miedo. ¿No estabas buscando la reconfortante seguridad de la oscuridad? Claro, en ese entonces eras un niño, y, seamos sinceros, ¿qué saben los niños? Pero después te hiciste grande, y un día, mientras caminabas despreocupadamente por la calle, viste que un coche estaba a punto de atropellar a una vieja. ¿Qué hiciste entonces? Te tapaste los ojos con las manos.

Hasta el suicida más determinado cierra los ojos un segundo antes de golpear el suelo.

No, no le tenés miedo a la oscuridad. No existe tal cosa.

La oscuridad te protegió todos estos años, incluso antes de que empezaras a contar los años. Siempre estuvo para vos, siempre te recibió cuando la necesitaste, como una madre.

Pero la ingratitud no es tu responsabilidad. Sos el último eslabón de una cadena milenaria. Fuiste engañado por el cuentacuentos, y así debe ser para que tu civilización exista.

Solo te doy un consejo. No me deshonres. Porque la próxima vez que tengas miedo y cierres los ojos, buscando mi cálido abrazo, tal vez no vuelvas a abrirlos.




Egosofía. I Diario Éxtimo.


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1 comentarios:

nito dijo...

Es excelente, che!!!! si hasta tengo ganas de incorporarlo a mis recopilaciones de relatos fantásticos!!!



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