Baudelaire, las redes sociales y la victoria del Tiempo.
Si hay algo que la gente se toma en serio es el Tiempo. Y no es para menos. Tiempo es el lo único que tenemos, un capital que varía dependiendo de la salud y el azar, pero que en todos los casos se reduce dramáticamente a la velocidad de un segundo por segundo.
El problema, por llamarlo de algún modo, es esa necesidad casi patológica de administrar el Tiempo, que no es otra cosa que ocuparlo en algo, en cualquier cosa, bajo el pretexto de asuntos impostergables. De hecho, podemos pensar que la falta de tiempo es directamente proporcional a la intención de administrarlo.
Para obtener la simpatía de alguien basta realizar cualquiera de las siguientes afirmaciones:
No tengo tiempo.
Estoy cansado.
Estoy cansado.
Dígase ésto y usted será una persona aceptada, comprendida y perfectamente capaz de disfrutar interacciones sociales que no despierten inquietud.
Después de todo, no estar cansado equivale a ser un perezoso, un vago, un improductivo. El que afirma tener tiempo se convierte en alguien sospechoso.
Emplear la combinación entre estar cansado y no tener tiempo le asegura al individuo una comprensión absoluta; quizá debido a que sus interlocutores aseguran estar en la misma situación: cansados y sin tiempo.
Incluso cuando nos sentimos descansados y con tiempo, uno se siente un poco reacio a comentarlo abiertamente, como si se tratara de algún pecado primordial que los textos sagrados han omitido.
Estar apurado y no tener tiempo son elementos que constituyen la confiabilidad de un individuo en nuestra sociedad. Pero si introducimos sutilmente el dedo mayor en esas afirmaciones veremos que el Tiempo que no se tiene es una idea falsa.
Lo que no tenemos, en realidad, es Tiempo para aburrirnos.
¿Cuántas veces por día el usuario promedio articula una fatal secuencia de actos motrices que lo llevan, en principio, a extraer un dispositivo del bolsillo y enfrentarse una y otra vez al mismo teatro de variedades que suponen las redes sociales?
En un mundo poblado de sujetos que aseguran a viva voz que no tienen tiempo, que están apuradísimos, el disfrute de lo postergable es el gran deporte mundial.
Charles Baudelaire, claro, no conoció las redes sociales, pero conoció el principio que rige su funcionamiento: ocupar el espacio, llenarlo en un secuencia infatigable de acciones banales, hasta lograr que ya no sepamos cómo es no hacer nada.
Pocas veces se observa a un ejemplar de los EstoycansadoNotengotiempo chequear su teléfono de manera apresurada. Por cierto, el acceso está lleno de urgencias, pero una vez dentro sus rostros adoptan el semblante relajado de una vaca transitando por las calles de Calcuta.
¿Esta es la gente que no tiene tiempo?
Ahora tomemos forma aislada todos esos momentos del día en los que accedemos al celular: a veces en casa, en el trabajo, en el estudio, en los segundos previos al inicio de una película en el cine (y, a veces, durante), en la cola del supermercado, en el transporte público, en la cena familiar, en la calle, en la cama, en el baño, realizando extraordinarias maniobras para orinar al mismo tiempo.
La circunstancia es lo de menos. Puede ser cualquier momento, o todos.
Si tomáramos todos esos instantes aislados y los uniéramos como eslabones de una misma cadena, ¿el resultado no sería un bucle en donde el tiempo no transcurre, sino que se repite?
Baudelaire hizo un ejercicio similar, sin dispositivos ni redes sociales, mediante el cual extrajo los instantes vacíos de la vida y les otorgó el carácter de sagrados. El poeta no solo vindicó el aburrimiento, sino que lo transformó en el eje de su proceso creativo.
El aburrimiento de Baudelaire fue sutil, y podemos hallar rasgos de aquel sentimiento en la mezcla de pesadez intelectual y física que a menudo invade al sujeto contemporáneo los domingos a la tarde (si no hay fútbol, desde luego), una especie de cansancio, de desidia, de buscar inútilmente algo sin saber qué, o dónde está; una pesadez, una atmósfera irrespirable, opresiva, que el EstoycansadoNotengotiempo puede encontrar en la desesperación existencial que sobreviene en un corte de luz, en la falta de WIFI, en una señal defectuosa.
A diferencia de nosotros, Baudelaire no rehuyó de esas sensaciones. No intentó evadir el aburrimiento y menos aún llenar ese vacío con engañosas ocupaciones. Todo lo contrario: lo aceptó, lo estudió en detalle, expuso sus excrementos y los encontró hermosos.
Solo en el aburrimiento somos capaces de percibir el verdadero peso del Tiempo. Y para derrotarlo no es necesario evadirlo; todo lo contrario: para vencer al aburrimiento y transformarlo en algo más hay que aburrirse.
En esos instantes de absoluto tedio, sin distracciones que lo atenúen, Baudelaire le daba la bienvenida al diabólico ejército del Tiempo: recuerdos, angustias, pesares, miedos, cada uno de ellos con una fuerza imparable, arrolladora, vital.
Refiriéndose a esos segundos espesos transcurridos en el reloj, sumido en el más rotundo hastío, el poeta escribió:
Solemnemente acentuados, cada uno,
al brotar del péndulo, dice:
Yo soy la vida, la insoportable, la implacable vida.
(Solennellement accentuées, et chacune,
en jaillissant de la pendule, dit:
Je suis la Vie, l’insupportable, l’implacable Vie)
al brotar del péndulo, dice:
Yo soy la vida, la insoportable, la implacable vida.
(Solennellement accentuées, et chacune,
en jaillissant de la pendule, dit:
Je suis la Vie, l’insupportable, l’implacable Vie)
Egosofía. I Autores con historia.
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