El hábito de caminar solo contra la corriente.
El indio andaba solo entre hombres de traje y corbata y mujeres de piernas larguísimas que despedían un aroma rancio, exclusivo, singularmente uniforme.
Andaba solo, y ebrio. Tambaleaba, mareado por las luces, por el parpadeo incesante de pantallas y dispositivos y carteles. Casi instintivamente la multitud efectuaba fantásticas acrobacias para eludir su roce.
Andaba solo y pensó: "invariablemente, la gente siempre va en la dirección contraria".
Andaba solo, emponchado, con la piel surcada por el sol y el viento caprichoso de la Quebrada.
El profesor Lugano, que no andaba solo e invariablemente caminaba en la dirección contraria, lo invitó a tomar otro trago.
Y bebieron, el indio y el profesor.
Nada se dijo. No hubo debates ni profundas reflexiones, solo el silencio elocuente del licor.
Un gesto de hastío anunció su partida. Lo vimos sumergirse de nuevo entre la multitud, andando solo, siempre solo, emponchado y derrotado y ebrio entre hombres atareados y mujeres de piernas larguísimas.
Recién cuando el indio fue absorbido por los incontables rostros del Occidente victorioso, por sus teorías acerca del tiempo, de lo útil, de lo pragmático, se nos ocurrió que cuando dos civilizaciones colisionan la más primitiva siempre prevalece.
Filosofía del profesor Lugano. I Egosofía: filosofía del Yo.
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