El hombre que soñaba despierto.


El hombre que soñaba despierto.




Lo observamos detenidamente.

Lo acechamos.

El hombre soñaba despierto en un bar. Su mirada, vítrea y ausente, como la de un gato que imagina roedores detrás de las paredes, recorría las gotas de lluvia que se apretaban contra los vidrios formando arcanos indescifrables.

Alguien quiso hablar.

El profesor Lugano lo silenció.

Así pasamos alrededor de una hora, observando, acechando.

Nadie habló. Nadie se movió. Nadie perturbó la quietud de ese sueño vigilante, alerta, que tenía algo de sagrado.

Entonces, repentinamente, el hombre se incorporó (o despertó), pagó la cuenta, y ganó la puerta.

Lo vimos correr enloquecidamente bajo la lluvia, como persiguiendo algo.

Soñar es una pérdida de tiempo. —aventuró alguien.

—Y más aún si se sueña despierto. —añadió otro.

El profesor Lugano, inquieto por el último comentario, dijo:

—Todos los hombres, con mayor o menor elegancia, sueñan. Los que sueñan durmiendo descubren, al despertar, que los símbolos que enmascaran el deseo parecen indescifrables, aunque de hecho sean apenas rastros de lo posible que anhelan emerger.

—¿Y los que sueñan despiertos?

—Son sujetos particularmente peligrosos. El hombre que sueña con los ojos abiertos es capaz de perseguir lo imposible.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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2 comentarios:

エリザベス Eri-chan dijo...

Y es capaz de no perseguirlo, también.

Gracias por seguir compartiendo tanto.

Saludos.

Verónica Gelem dijo...

Capaz de atreverse a perseguir lo imposible y también de atreverse a soñar lo que sabe que no va a perseguir. Así de rica y multiforme es la fantasía, inabarcable. Muy lindo sitio.



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