¿Por qué las mujeres no saben estacionar? [paradoja de centímetros]


¿Por qué las mujeres no saben estacionar? [paradoja de centímetros]




El día era agradable, según los parámetros del profesor Lugano, de modo que resolvimos salir del bar y caminar algunas cuadras por el parque. Cerca de la esquina el profesor se detuvo para observar las maniobras de una mujer que intentaba estacionar su vehículo.

Su acompañante, un hombre de aspecto vital, se apeó del automóvil y, desde la acera, dio precisas indicaciones para que la maniobra de estacionado fuese perfecta.

—Un poco más, mi amor. Solo unos veinte centímetros. Tranquila... tranquila. Piensa: veinte centímetros... solo veint...

El vehículo golpeó contra un automóvil estacionado detrás.

El hombre gesticuló, lanzó invocaciones de sulfuro y azufre a los dioses; prometió vendimias y sacrificios a cualquiera que pudiese enseñarle a su mujer a estacionar el maldito automóvil sin estrellarlo.

El profesor Lugano intervino.

—Creo que puedo ayudarlo, colega —dijo en tono confidencial.

—Inténtelo si lo desea —dijo el hombre—. Ya no sé cómo hacer para que esta mujer aprenda a estacionar.

—Perfecto. ¿Me permite hacerle una o dos preguntas?

—Desde luego.

El profesor se acercó al vehículo. La mujer lo observó, un tanto conmovida, sentada detrás del volante.

—¿Hace cuánto que están juntos?

—Unos veinte años —respondió la mujer.

—Perdone, pero para resolver su problema de estacionado necesito formular otra pregunta indiscreta. ¿Cuál es su edad?

—37.

—Entiendo. Es decir que él fue su novio de la adolescencia.

—Sí —respondió la mujer—. De hecho, fue mi primer novio. Siempre estuvimos juntos.

—Ya veo.

El hombre se acercó con el rostro desencajado.

—¡Usted es un viejo charlatán! Lo único que está logrando es hacernos perder el tiempo. Retírese inmediatamente o llamo a la policía.

—Un segundo —dijo el profesor Lugano, y luego añadió, dirigiéndose a la mujer—. ¿Realmente quiere aprender a estacionar?

—¡Por supuesto!

Entonces ocurrió algo que nadie, ni siquiera el más audaz de los que integrábamos el séquito del profesor, llegó a imaginar. Sin mediar preludios ni exordios, el profesor Lugano se bajó los pantalones frente a la mujer.

Se produjo un fuerte escándalo. El marido lanzó un recto de derecha, insintivo, pero el profesor, favorecido por los pantalones en los tobillos, tropezó y logró eludir el impacto. Nos dispersamos confusamente cuando la fuerza policial se hizo presente en el lugar para tomar testimonio de lo ocurrido.

La mujer del vehículo nos saludó con algunos bocinazos. Desde la seguridad del bar la observamos prácticamente todos los días cuando estaciona su automóvil con absoluta precisión.

—¿Qué mierda ocurrió, profesor? ¿Cómo se le ocurre bajarse los pantalones delante de una dama? —preguntamos al unísono.

—En este caso era necesario, si quería aprender a estacionar.

—¿Se ha vuelto completamente loco? ¿Qué tiene que ver su acto de exhibicionismo con aprender a manejar?

—Estacionar o no un vehículo por veinte centímetros puede ser un problema, especialmente cuando la conductora es una mujer a la que se le ha insistido que esa distancia coincide con los atributos de su cónyuge, obtenidos, desde luego, sin los beneficios de la comparación.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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