La mujer que aprendió a estar sola


La mujer que aprendió a estar sola.




Tras un profundo debate acerca de la soledad y su influencia en el temperamento, el profesor Lugano decidió invitar a una vieja colega, Altea Genoveva, para que nos deleite con sus lúcidas observaciones, acaso arrinconado por lo áspero de la discusión.

—Al principio lloraba mucho —dijo ella—. La soledad es una situación curiosa. No es que sea una compañía realmente, como se suele decir, sino que llega a ocupar cada resquicio de tu vida. En otras palabras: la soledad es un buen ambiente para encontrarse pero muy incómodo para establecerse indefinidamente.

—¿Alguna vez llegó a acostumbrarse a la soledad? —preguntó alguien.

—Por supuesto. Y eso es lo más terrible. Durante casi veinte años estuve sola. Me habitué al silencio, a la tristeza, al tiempo.

—Debe ser difícil mantener esa rutina de soledad durante veinte años.

—Extremadamente difícil. Pero créeme que llegas a acostumbrarte. ¿Qué es el miedo a la soledad sino el miedo a estar sola con una misma?

—¿Estamos hablando de una soledad extrema?

—De una soledad absoluta. De una soledad que lo recuerda todo, constantemente, con la certeza de que una no es recordada.

—Lo dicho: una situación tristísima.

—Desde luego, aunque tiene su costado positivo. Quiero decir, únicamente en presencia de la soledad somos capaces de vernos como realmente somos.

—¿Descarta entonces la filosofía romántica de la soledad?

—Sólo en parte. La soledad se intensifica cuando estamos rodeados de gente y sólo pensamos en ése alguien que no está.

—Hasta ahora nos ha hablado como si esa soledad perteneciera al pasado.

—Afortunadamente. Hoy puedo decir que, después de veinte años, he dejado de estar sola.

—¿Cómo lo consiguió?

—Divorciándome.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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2 comentarios:

Alejandro dijo...

Jajajaja. Sólo tengo una inquietud: quién es en verdad el profesor Lugano?

Lhennae dijo...

Que pasada xD



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