¿Por qué los hombres son estúpidos?


¿Por qué los hombres son estúpidos?




—Nunca nos pondremos de acuerdo, profesor Lugano.

—¿Acerca de qué? -preguntó el profesor, cuya siesta en un rincón del bar se vio gravemente perturbada por esa impertinencia.

—Observe. Ahí. En aquella mesa.

Presenciamos lo siguiente: una mujer, hermosa pero no inolvidable, conversaba animadamente con un caballero de semblante más bien flemático.

—No veo nada interesante —declaró el profesor.

—¡Observe bien! ¿No nota algo inusual?

Todos volvimos a mirar. La mujer, hermosa pero no inolvidable, seguía conversando animadamente mientras el caballero profundizaba su semblante flemático.

La escena era bastante clara. La charla entre ellos se suscitó tras el comercio carnal. Ella se encontraba exhultante, y acaso satisfecha; y manifestaba su felicidad conversando animadamente sobre asuntos que no llegamos a descifrar. Él, en cambio, toleraba ese diálogo; lo sobrevivía, tal vez calculando el tiempo adecuado para dar por finalizada la entrevista.

—Sigo sin advertir nada que vala la pena -dijo enérgicamente el profesor-. Se trata de algo que ya hemos visto muchas veces en el bar: un hombre pagando su tributo al placer.

—No me entiende, profesor. No me refiero a la actitud de ese caballero; sino a la de ella. ¿No se da cuenta? ¿No advierte su desinterés? ¿O acaso prefiere omitir que acaba de entregarse a un perfecto estúpido?

En ese momento el hombre de semblante flemático pidió la cuenta. Pagó ampulosamente y escoltó a la mujer hacia la salida. Se despidieron allí. El hombre se perdió en la ochava. Ella, en cambio, se quedó unos instantes: inmóvil, viéndolo partir, con el rostro radiante, iluminado por algún tipo de luz interior.

—¡No puedo creerlo! —exclamó uno de los acólitos—. Ese sujeto no ha tenido ni siquiera la delicadeza de disimular su desinterés. Y ella, sin embargo, lo ve partir con el corazón lleno de felicidad.

Lugano exigió una ginebra.

—No sé de qué se sorprende, camarada —dijo tras libar una medida generosa—. Entre su opinión y la de esa mujer no hay ninguna diferencia.

—Creo que ha bebido demasiado por hoy, profesor. ¿Cómo puede decir eso? Yo pienso que ese hombre es un cretino, un canalla, una miserable rata de albañal, un estúpido. Y ella, en cambio, piensa que es... que es... estupendo.

—Sin darse cuenta usted acaba de echar luz sobre uno de los grandes misterios de la lingüistica.

—¿Sí?

—¿Cómo acaba usted de describir a ése caballero?

—Como un estúpido.

—Seguramente sabe que esa palabra proviene del verbo latín stupere, que significa «paralizado» o «aturdido».

—Para serle sincero, no lo sabía.

—Entonces tampoco sabrá por qué aquella mujer consideraba que su interlocutor era... ¿cómo lo había descrito usted?

—Estupendo.

—Cierto. En ese caso ya debe adiviniar en dónde se encuentra la similitud de opiniones.

—Realmente no encuentro ninguna similitud entre un estúpido y alguien estupendo.

—Fíjese qué interesante. La palabra estupendo proviene de la misma raíz que estúpido. La diferencia está en el enfoque. Para nosotros, un sujeto que se muestra indiferente, frío y distante con una mujer hermosa es claramente un estúpido, pero para ella, en cambio, se trata de alguien estupendo. En los dos escenarios hay alguien paralizado, aturdido, por manifiesto desinterés, para nosotros, o por viril encanto masculino, según ella. En cualquier caso, la diferencia entre un estúpido y alguien estupendo radica en el observador. Los hombres somos estúpidos porque ellas insisten en vernos estupendos.

Esa misma noche peregrinamos por otros bares, acaso más generosos en cuanto a presencia femenina, buscando damas manifiestamente inexpertas en el campo de la lingüística. Ensayamos la grosería más inexcusable y nos sentimos estupendamente estúpidos.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


El artículo: Por qué los hombres son estúpidos fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

2 comentarios:

Becca dijo...

Me encanto la entrada como siempre

Sheny Mollinedo dijo...

Buenisimo!



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