Las mujeres también van al infierno.


Las mujeres también van al infierno.




El debate continuó mucho después de que se cerraran las persianas del bar.

El profesor Lugano se mantuvo en silencio, a veces asintiendo y otras negando con la cabeza ante lo que se afirmaba con prolijo candor.

Lo cierto es que no nos preocupaba sinceramente la existencia del Infierno. El debate, viciado por citas autorreferenciales, gravitaba en torno a preocupaciones existenciales mucho más poderosas.

Cansado de aquella conversación estéril, el profesor Lugano, acaso para darle un cierre a la tertulia, resolvió que ninguno de los presentes era capaz de responder a las preguntas formuladas, pero que podíamos, mediante una serie de invocaciones basadas en vagas promesas de ascetismos futuros, recibir la visita de un ser perfectamente capaz de saciar todas nuestras dudas.

Fue así que esa noche invocamos a Caronte, el barquero; aquel ser de brazos prodigiosos cuyo oficio, acaso el más antiguo del mundo, consiste en trasladar las almas de los muertos al Hades.

Ya entre nosotros, Caronte se dispuso de buena gana a responder nuestras inquietudes.

—¿Existe un castigo después de la muerte?

—Sí.

—¿Existe una recompensa?

—No.

—¿Existe el diablo?

—A veces.

—¿Existe el infierno?

—Existe...

Un silencio ominoso cayó sobre nosotros.

—¿Y usted, profesor Lugano, no formulará ninguna pregunta? —interrogó un acólito.

Los que conocíamos su semblante supimos que Lugano dormitaba, algo que incomodó visiblemente a nuestro invitado.

—Solo tengo una pregunta —dijo Lugano—. Acaba de decir que el infierno existe.

—Efectivamente —respondió Caronte.

—Muy bien. Mi pregunta es la siguiente. ¿Hay mujeres ahí?

Los más jóvenes del grupo se sintieron horrorizados por la osadía del profesor.

—Desde luego.

—Entonces podemos razonar que la cifra de mujeres en el infierno es directamente proporcional a la de hombres.

Caronte le arrojó una mirada furiosa y asintió en silencio.

—Perfecto. Entonces ya sabemos lo que intuíamos. Le agradezco su visita.

—Faltaba más. Cuando guste.

Caronte desapareció en una nube de vapor sulfuroso. El silencio posterior fue mancillado por una pregunta banal.

—¿Pero, profesor, cómo supo que la cantidad de mujeres en el infierno es igual al número de hombres?

—Es un cálculo perfectamente lógico.

—No creo que lo sea —insistió el joven—, quiero decir, en promedio, la población femenina es mucho mayor que la masculina; y es difícil pensar que exista una cifra idéntica de réprobos, tanto hombres como mujeres, ardiendo en el infierno.

—El cálculo es lógico, pero su razonamiento no. Si recuerda la entrevista, seguramente advertirá que antes me tomé la libertad de preguntarle a Caronte si de hecho había mujeres en el infierno; algo que, naturalmente, yo no sabía.

—Pero sí sabía que su número es idéntico a la cifra de hombres allí.

—Naturalmente. Si hay mujeres en el infierno es preciso que exista un número análogo de hombres pudriéndose allí.

—¿Pero por qué?

—Porque ninguna mujer en la historia se condenó sin la ayuda de un hombre.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno! es cierto! buen cálculo este, lo mejor es la última oración. Buenísimo.

Anónimo dijo...

Me he reído con este enfoque, pero es muy certero! ja Como me gusta este Lugano y sus ópticas ja. No entiendo bien como poner este comentario, pues 2 veces me salió la misma ventana. Disculpen mis ignorancias con estas ventanas de internet, en caso de que haya escrito doble.



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