El amor irremplazable [la falacia del segundo clavo]
—Realmente no lo sé, profesor Lugano.
—¿Qué cosa?
—Lo siguiente: yo estaba enamorado de Esther, pero ahora creo que estoy enamorado de Esther en Eugenia.
—Procure darle un poco de claridad a su discurso, amigo.
—A ver si de este modo soy más claro: yo estaba enamorado de Esther, pero ella me dejó por un oscuro empleado bancario.
—Hasta aquí lo entiendo perfectamente.
—La busqué en brazos de muchas mujeres. Ya sabe, traté de reemplazarla de algún modo. Entonces conocí a Eugenia.
—Y se enamoró de ella.
—Sí y no. En realidad no lo sé. Por eso he venido a consultarlo.
—Entiendo.
—A veces creo que amo a Eugenia, pero en general pienso que todavía amo a Esther, solo que a través de Eugenia. No sé si soy claro.
—Como un charco de petróleo. Ahora dígame, si se presentara la oportunidad, ¿volvería con Esther?
—Tal vez. Realmente no lo sé, profesor. ¿Cabe la posibilidad de que no ame a ninguna de las dos?
—Todo es posible en el resbaladizo terreno del amor. Pero creo que su caso es distinto.
—Entonces no estoy loco.
—No he dicho eso. Dije que su caso es distinto.
—¿Puede ayudarme?
—Ya lo veremos. Primero necesito hacerle algunas preguntas.
—Adelante.
—Debe prometerme que no licuará la verdad. Sea sincero conmigo o no podré ayudarlo.
—Me comprometo a decir toda la verdad.
—Me conformo con menos. Dígame tres cosas, solo tres, que lo llevaron a enamorarse de Esther.
—¿Habla de atributos físicos?
—Resuélvalo usted. Solo dígame esas tres cosas.
—Bueno, en principio me enamoré de sus labios, de sus ojos, de su piel...
—Suficiente. Ahora dígame tres cualidades de Eugenia.
—Muy bien. Ahora que lo pienso, son prácticamente las mismas. Sus labios son incluso más sensuales que los de Esther. Sus ojos son más profundos, más serenos. Y su piel... ¡Ah, profesor! Su piel es de una tersura tal que se estremece con la caricia más inocente.
—En líneas generales podríamos decir que ambas mujeres son similares.
—Podríamos.
—Y que esas mismas cualidades se encuentran más acentuadas en Eugenia que en Esther.
—Correcto.
—Pero de alguna forma usted considera que aún está enamorado de Esther.
—Sí.
—Creo que ya puedo darle mi diagnóstico.
—¡Excelente! Lo escucho atentamente, profesor.
—Posiblemente usted está enamorado una sola, o de ninguna. Para el caso es lo mismo.
—¿Lo mismo?
—Precisamente. Se lo explicaré de una forma sencilla: Cuando Esther lo abandonó, usted buscó reemplazarla por otra. Entonces encontró a Eugenia, que le recordaba vívamente a Esther.
—¿O sea que sigo enamorado de Esther porque Eugenia me recuerda a ella?
—No. Usted sigue enamorado porque Eugenia le recuerda a Esther aún más que la propia Esther.
—Es decir, todavía amo a Esther.
—Sí.
—Y también a Eugenia.
—Pero solo porque le recuerda a Esther.
—Es una conjetura un poco pesimista, profesor. Y hasta injusta.
—¿Y quién le ha dicho que el amor se nutre de optimismo y justicia?
—¿Entonces me quedo con Eugenia?
—Haga lo que quiera. El resultado siempre será el mismo
—Por lo que veo no hay una salida elegante para este embrollo.
—No. El amor es algo que sucede una sola vez. Es, en toda regla, irremplazable. Solo hay un beso, una caricia, un amor. El resto de la vida consiste en disfrazarlo de otras personas.
La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.
El artículo: El amor irremplazable [la falacia del segundo clavo] fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
1 comentarios:
Uf excelente reflexión. Indudablemente, y en mi caso particular, sólo he tenido un amor...e intento reemplazarlo con otras personas. Es algo difícil de entender el porqué no puedo amar de la misma manera a alguien más.
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