¿El amor es dar o recibir? Debate sobre el amor y la renuncia.


¿El amor es dar o recibir? Debate sobre el amor y la renuncia.




Los términos del debate, tal como quedaron notariados frente a un escribano público, sostenían que nuestro exégeta de cabecera, el profesor Lugano; y el licenciado Corduro, hombre de razonamientos fulminantes, debían ceñirse estrictamente al tópico del amor y la renuncia.

—No caigamos en la vana idea de que el amor es dar y no recibir —abrió Corduro.

—Imposible no caer en esa obviedad. El amor no es un sentimiento pasivo, es decir, no permanece inmóvil; de modo que jamás podríamos decir que el amor consiste en recibir, sino en dar.

—¿Pero que es «dar»? Espero que no me venga con alguna parábola ilustrativa acerca de su potencia viril.

—De ninguna manera. Para eso conviene acudir al testimonio de testigos confiables —concluyó Lugano—. Decir que «el amor es dar» ofrece una ambigüedad que debemos sortear. El malentendido más habitual consiste en creer que «dar» es igual a «renunciar» a algo, que «dar» es perder ese algo, o todavía peor, sacrificarlo por alguien. Nada más lejos de la verdad. Solo los cretinos experimentan el acto de dar de una forma privativa, es decir, como una entrega cuyo propósito es recibir alguna prebenda a cambio.

—Se olvida de un ingrediente fundamental, profesor. El acto de dar tiene como propósito que alguien lo reciba.

—No necesariamente. En ese caso hablamos de un sacrificio, que no es lo mismo. Abundan los imbéciles que hacen del dar un sacrificio. En este sentido, si el dar es también un sacrificio, necesariamente debe ser doloroso, es decir, debe privar al dador de algo que poseía. En consecuencia, estos sujetos suelen sentir que la nobleza del dar consiste en el acto de recepción de ese sacrificio.

—Sin embargo, el hombre que da en exceso recibe bastante poco, profesor.

—Por el contrario, el dar posee una potencia productiva que es deseable en sí misma, más allá de las reacciones que produzca en el receptor. El hombre que da no manifiesta ninguna debilidad, sino vigor. Precisamente por esto dar es tanto más beneficioso que recibir, porque en ese acto se expresa la vitalidad y el vigor del individuo.

—Detecto un matiz sexista en sus comentarios profesor. En instantes me dirá que la culminación de la función sexual del hombre consiste en el acto de dar.

—Me subestima, Corduro. En la esfera del amor nadie ofrece más que la mujer. ¿Qué es lo que da el hombre? Apenas una ecuación de vasodilatadores y la proyección de su simiente. Pero la mujer, en cambio, ofrece un paso al núcleo de su femineidad. ¿Advierte la diferencia? Su doble virtud consiste en que a través del acto de recibir, ella lo da todo.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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2 comentarios:

Unknown dijo...

que buen planteamiento el de el profesor, pero si hablamos de personas homosexuales, ¿como seria hay en términos sexuales?

Sebastian Beringheli dijo...

No me atrevería a hablar por el profesor, pero sospecho que el principio es el mismo; quiero decir, las formas del amor pueden ser muchas y todas ellas son legítimas, pero en definitiva el amor sigue siendo el mismo. Solo cambian los protagonistas.



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