«El espectro de Olivier»: Charles Nodier; relato y análisis


«El espectro de Olivier»: Charles Nodier; relato y análisis.




El espectro de Olivier (Le spectre d'Olivier) es un relato de fantasmas del escritor francés Charles Nodier (1780-1844), publicado en la antología de 1822: Infernaliana (Infernaliana).

El espectro de Olivier, uno de los cuentos de Charles Nodier más destacados de aquella colección, relata la historia de Olivier Prévillars y Baudouin Vertolon, dos muchachos cuya amistad era tan profunda que juraron no separarse jamás, bajo ninguna circunstancia, firmando con sangre un pacto que establecía que quien muriese primero vendría de inmediato a buscar al otro.




El espectro de Olivier.
Le spectre d'Olivier, Charles Nodier (1780-1844)

Olivier Prévillars y Baudouin Vertolon, nacidos los dos en la ciudad de Caen, estaban unidos desde la infancia por la más estrecha amistad. Eran más o menos de la misma edad, sus padres eran vecinos; todo contribuía a hacer duradera la amistad que se profesaban.

Un día, en una exaltación de sentimiento bastante común en la primera juventud, se prometieron no olvidarse jamás, e incluso llegaron a jurar que el que muriese primero iría al instante a ver al otro para no abandonarle. Escribieron y firmaron este juramento con su propia sangre.

Pero pronto los inseparables (pues era así como les llamaban) se vieron forzados a alejarse uno del otro; tenían entonces diecinueve años. Olivier, que era hijo único, se quedó en Caén para secundar a su padre en las tareas del comercio; Baudouin fue enviado a París para estudiar derecho, pues su padre le destinaba a la abogacía. Se puede imaginar fácilmente el dolor que esta separación causó a los dos amigos. Se despidieron de la forma más afectuosa, renovaron su promesa y volvieron a escribir un nuevo juramento de reunirse, incluso después de la muerte, si el cielo quería permitirlo. Al día siguiente, Baudouin partió hacia París.

Pasaron cinco años en perfecta tranquilidad; Baudouin había realizado los más rápidos progresos en el estudio de las leyes y ya se encontraba en el grupo más distinguido de jóvenes abogados. Los dos amigos mantenían una correspondencia continuada y seguían comunicándose todas sus acciones y sentimientos. Finalmente, Olivier escribió a su amigo que iba a casarse con la joven Apolline de Lalonde, que este matrimonio colmaba sus deseos, que necesitaba hacer un viaje a París para coger algunos papeles importantes y que tendría la dicha de volver a Caen con su querido amigo Baudouin para hacerle testigo de su himeneo. Anunciaba que llegaría en unos días a París, en coche público.

Baudouin, ilusionado con la esperanza de volver a ver a Olivier, se dirigió el día señalado a la parada de coches, pero no encontró a su amigo. Un día, dos días pasaron; finalmente, al cuarto día, Baudouin recorrió un buen trecho por el camino de Caen, al encuentro de la diligencia. La halló por fin, y cuando estaba a una distancia conveniente, vio con toda claridad a Olivier en la puerta del coche, extremadamente pálido, vestido con un traje de tela verde, adornado con un pequeño galón dorado y con un sombrero que le cubría los ojos. El coche pasó muy rápido, pero Baudouin oyó a Olivier que le decía, saludándole con la mano:

—Me encontrarás en tu casa.

El joven abogado siguió al coche y llegó a la oficina poco tiempo después. Al no encontrar a Olivier, preguntó a los viajeros dónde estaba el joven que le había saludado en el campo y le había hablado; pero nadie pudo comprender nada de sus preguntas: en vano describió la figura y la ropa de la persona que buscaba; no habían visto en el coche ningún hombre con traje verde. El conductor de la diligencia quiso saber el nombre de la persona por quien preguntaban; al oír el nombre de Olivier Prévillars, respondió que no estaba en la lista, pero que lo conocía muy bien, que era el joven más amable de Caen, que cuando se despidió de él se encontraba con buena salud y que llegaría a París dentro de tres días como muy tarde.

Después de estas aclaraciones, Baudouin se retiró, no sabiendo qué pensar de aquel suceso. Al volver a casa, preguntó a su doméstico si había venido alguien. El doméstico respondió que no. Entonces Baudouin entró solo en el dormitorio, con una candela en la mano, pues empezaba a oscurecer. Después de haber cerrado la puerta, divisó junto a la chimenea al hombre vestido de verde; estaba sentado y no se le podía ver la cara. Baudouin se acerca y dirige la candela hacia el desconocido, quien, tras levantar súbitamente un ojo inmóvil y descubriendo el pecho agujereado por veinte puñaladas, le dice con voz sombría:

—Soy yo, Baudouin, soy tu amigo Olivier, que fiel a su juramento...

Al oír estas palabras, Baudouin lanza un grito y cae desvanecido.

El doméstico acude al oír el ruido de la caída y le hace volver en sí a fuerza de procurarle cuidados. Al abrir los ojos, Baudouin divisa otra vez a Olivier y se lo señala a su criado; éste dice que no ve a nadie. Baudouin le ordena sentarse en la silla donde está Olivier; el doméstico obedece como si no hubiera nadie en el asiento, y la sombra parece que sigue allí todavía. Entonces Baudouin, totalmente recuperado, ordena a su criado que se vaya y, acercándose a Olivier, le dice:

—Perdona, ¡oh, amigo mío!, que no me haya dominado cuando tu aparición súbita e imprevista me sobrecogió.

Olivier se puso de pie y le respondió:

—¿Has olvidado entonces tu juramento de amistad, o lo has considerado de un modo frívolo? No, Baudouin, este sagrado juramento fue escrito y ratificado en el cielo, el cual me permite cumplirlo. Ya no soy. ¡Oh, mi querido Baudouin, un crimen abominable ha separado mi alma de los lazos que la unían al cuerpo! Que mi presencia deje de ser un motivo de espanto para ti. De día, de noche, en todo tiempo, en todo lugar, el alma de Olivier será la fiel compañera del virtuoso Baudouin. Ella será su guía, su apoyo y su intermediario entre el creador y él. Pero ese Dios que protege la virtud no quiere que el crimen quede impune. Y este crimen, del cual soy yo la víctima, grita venganza. Mi sangre, que todavía está caliente, ha subido con mi alma hasta el trono del eterno. Él ha ratificado nuestro juramento, él te ha escogido para que me vengues. Partamos.

Baudouin permaneció algunos minutos sin responder; la palidez del fantasma, su ojo fijo y muerto, su inmovilidad petrificante, su pecho acribillado a puñaladas, su tono sepulcral; todo su aspecto, en fin, inspiraba terror; y el joven abogado no podía evitar el espanto. Pero después de haberse asegurado, rezando una corta oración, de que lo que estaba viendo no era el demonio, se decidió a seguir al fantasma y a hacer todo lo que le dijese.

En consecuencia, obedeciendo las órdenes de Olivier, Baudouin cogió algo de dinero, corrió a alquilar una silla de posta y, seguido por su doméstico, partió en ese momento hacia Caen. El criado iba a caballo detrás de la silla, y el fantasma había ocupado un sitio en el interior, siempre invisible para otro que no fuera Baudouin. Durante el viaje, Olivier se entretenía con su amigo, a quien adivinaba los más secretos pensamientos; respondía a las objeciones que se hacía interiormente sobre este sorprendente prodigio; le tranquilizaba y le invitaba a que le considerase un seguro y fiel guardián. Finalmente logró desterrar el espanto que su presencia le había inspirado al principio.

Al llegar a Caen, la familia de Baudouin, que ya se sentía orgullosa de su trabajo, le recibió con entusiasmo; como era un poco tarde, dejaron para el día siguiente las aclaraciones y preguntas; Baudouin se retiró a su habitación y Olivier le invitó a descansar mientras le decía que iba a aprovechar su sueño para explicarle la conspiración de la que había sido víctima. Baudouin se durmió, y esto es lo que el alma de Olivier le dijo:

—Conociste antes de tu partida a la bella Apolline de Lalonde, que sólo tenía entonces catorce años. La misma saeta nos hirió a los dos; pero viendo hasta qué punto estaba yo enamorado, combatiste tu amor y, manteniendo en silencio tus sentimientos, te fuiste, prefiriendo nuestra amistad sobre todo lo demás. Los años pasaron, fui amado, y ya me iba a convertir en el feliz esposo de Apolline, cuando ayer, en el momento en que iba a partir para traerte a Caen, fui asesinado por Lalonde, el indigno hermano de Apolline, y por el infame Piétreville, quien pretendía su mano. Los monstruos me invitaron, cuando iba a partir, a una pequeña fiesta que debía celebrarse en Colombelle; me propusieron después acompañarme un trecho. Salimos, y ya no me encuentro entre los vivos. A la misma hora en que tú me divisaste en el camino, los desgraciados acababan de asesinarme de la forma más atroz.

»Esto es lo que debes hacer para vengarme. Mañana, ve a casa de mis padres y después a la de los de Apolline; invítales, así como a Piétreville, a una fiesta que vas a dar para celebrar tu regreso. El lugar será Colombelle, obtendrás su consentimiento para pasado mañana y fingirás una alegría muy grande. Ya te daré instrucciones más tarde sobre el resto.

La sombra se calló.

Baudouin durmió plácidamente; al día siguiente ejecutó el plan trazado por Olivier, Todo el mundo aceptó la invitación y fueron a Colombelle. Los convidados eran treinta. La comida fue espléndida y alegre; Piétreville y Lalonde se divertían mucho. Sólo Baudouin estaba sumido en la ansiedad al no recibir ninguna orden de la sombra, presente siempre a sus ojos. A los postres, Lalonde se levantó y reclamó silencio para leer una carta sellada que Olivier le había entregado, en presencia de Piétreville, según decía, el día de su partida con la orden terminante de abrirla tres días después y en presencia de testigos. Esto es lo que contenía:

En el momento de partir, tal vez para no volver nunca más a mi patria, es necesario, mi querido Lalonde, que te descubra la verdadera causa de mi marcha. Habría sido muy grato haberte llamado hermano mío, pero hace pocos días he conquistado a una joven, por la que siento una atracción irresistible; con ella voy a reunirme en París para seguirla donde el amor nos conduzca. Presenta mis excusas a tu hermana, de quien me siento indigno. Su venganza está en sus manos: he podido entrever que Piétreville la ama; él la merece más que yo.»
Olivier.

Todos quedaron mudos y estupefactos tras la lectura de la carta. Baudouin vio a Olivier agitarse violentamente. La carta pasó de mano en mano; todos reconocieron la letra y la firma de Olivier. Baudouin quiso asegurarse a su vez, pero se la arrancaron de las manos. La carta se mantuvo algunos momentos en el aire y salió en dirección al jardín... La sombra indicó a Baudouin que la siguiese, y éste corrió tras ella, guiado por Olivier. Todos les siguieron y encontraron la carta al pie de un gran árbol, bastante alejado del lugar de la fiesta, a la entrada de un extenso bosque, sobre un montón de piedras.

Baudouin tomó la carta exclamando:

—¿Qué significa este misterio? Tratemos de penetrar en él, quitemos estas piedras y veamos lo que ocultan.

Lalonde y Piétreville se rieron a carcajadas y dijeron a los demás que no se molestaran por una hoja de papel movida por el viento. Baudouin insistió y, cogiendo a los dos culpables que intentaban alejarse, les llevó al pie del árbol. Allí, tras suplicar a algunos jóvenes que le secundasen y le ayudasen a retenerlos, retiró el montón de piedras, bajo el cual se veía que la tierra había sido removida recientemente.

Todo el mundo quedó sorprendido y compartió la impaciencia de Baudouin. Algunos corrieron a buscar útiles; otros retuvieron por la fuerza a Lalonde y Piétreville, que blasfemaban y llenaban de imprecaciones a Baudouin. Abrieron la tierra y encontraron el cadáver de Olivier, vestido con un traje verde y atravesado a puñaladas. Todos los asistentes se quedaron helados de horror. El padre de Olivier se desmayó, y Baudouin exclamó con voz potente:

—He aquí el crimen y ahí los asesinos. Socorred a ese padre desdichado. Que lleven el cadáver ante los jueces; y que a Lalonde, a Piétreville y á mí nos lleven inmediatamente a los tribunales.

Se llevó a cabo todo lo que Baudouin había pedido; la justicia se hizo cargo de este pleito y el proceso se inició al día siguiente. Las formalidades preliminares pronto fueron cumplidas, y al fin llegó el día de la vista. Los magistrados se reunieron; el acusador y los acusados se encontraron frente a frente, pero el único testigo que había era el cadáver del desgraciado Olivier, tendido sobre una mesa en medio de la sala de la audiencia y tal como lo habían sacado de la tierra. El interrogatorio comenzó. Baudouin repitió con firmeza su acusación: los dos criminales, seguros de que no se podían conseguir ni pruebas ni testigos contra ellos, niegan el crimen con audacia.

Acusan a su vez a Baudouin de calumniador y reclaman para él todo el rigor de la ley. La gran muchedumbre que llena la sala espera con impaciencia el desenlace de estos singulares debates. Finalmente Baudouin, a quien el presidente presiona para que presente los testigos y las pruebas del crimen, toma de nuevo la palabra; invoca el nombre de Olivier, muestra el cadáver sangriento y trata de hacer temblar a los asesinos con esta prueba; pero desprovisto de testimonio, siente que sólo un milagro puede iluminar a los jueces. Se dirige entonces con confianza al Ser Supremo y le pide que la muerte abandone por un momento sus leyes:

—Gran Dios, resucita un instante a Olivier —exclama— y dígnate poner Tu palabra en su boca.

Después de esta extraña evocación, se produjo el más profundo silencio, los ojos se clavaron en el cadáver, y cada uno, aceptando o rechazando la idea de un milagro, esperaba el efecto de este recurso sobrenatural. Parecía que los acusados, pálidos y atónitos, perdían su firmeza. Pero de pronto, ¡oh, prodigio!, el rostro pálido y verdoso de Olivier adquiere algo de color, los labios se reaniman, los ojos se abren, la sangre se calienta y cae a chorros sobre los dos asesinos, que lanzan gritos horrorosos.

Cubiertos con esta sangre acusadora, son presa de convulsiones horribles a las que sigue un frío letargo. Mientras tanto, el cuerpo de Olivier, totalmente reanimado, se incorpora y recorre con la mirada el conjunto de la asamblea, como alguien que sale de un profundo sueño y trata de recordar sus ideas. Sus ojos se encontraron con los de Baudouin y su boca sonrió con aire melancólico; después, volviendo la mirada hacia los dos criminales, se agita furiosamente y un prolongado gemido se escapa de su pecho desgarrado. Finalmente habla y, con una voz sonora, anuncia que Dios le permite desenmascarar a los culpables. Desvela su conspiración, cuenta cómo le asesinaron después de hacerle firmar la falsa carta y da a conocer todos los detalles del crimen: de qué manera Baudouin los ha conocido y cómo, guiado por él mismo, ha logrado sacar a la luz la fechoría.

—Hay todavía otros testigos —dice extendiendo el brazo hacia los jueces—; mirad esta mano desgarrada y los cabellos que contiene: son los del bárbaro Lalonde. Cuando esos dos tigres me arrastraban agonizante al pie del árbol donde se proponían esconder mi cadáver, la naturaleza, haciendo en mí un último esfuerzo, se reanimó un momento, agarró con una mano los cabellos de Lalonde y con la otra el brazo de Piétreville, donde mis dedos se hundieron de tal forma que el infame aún lleva la terrible marca; Lalonde, viendo que ningún poder podría hacerme soltar los cabellos, rogó a su amigo que se los cortase con unas tijeras que llevaba encima. No contentos con este asesinato abominable, los cobardes se apoderaron del dinero que llevaba y de cuatro medallas; cada uno tiene dos en este momento. Esto es, jueces y conciudadanos, lo que tenía que decir. La muerte reclama de nuevo su presa; la naturaleza no puede sufrir por más tiempo que su orden sea turbado. Mi cuerpo vuelve a la nada y mi alma a su destino.

A medida que Olivier pronunciaba estas últimas palabras con una voz débil y lánguida, se veía que su cuerpo se descomponía, su rostro perdía color, sus ojos se apagaban; finalmente volvió a caer en el estado de muerte, de donde una poderosa mano acababa de sacarlo. Un silencio profundo, un frío estupor se había apoderado de la asamblea a la vista del prodigio; pero pronto se elevaron gritos de indignación tras el lúgubre silencio. Examinaron todos los indicios que había dado Olivier y comprobaron que eran verdaderos. Los infames fueron condenados a la última pena y conducidos al cadalso, donde expiraron cubiertos de maldiciones.

Vengado Olivier, éste se apareció a Baudouin bajo la forma aérea que damos a los ángeles de la luz. Invitó a su amigo a casarse con la encantadora Apolline; y el vengador de Olivier se convirtió así en su sucesor. El padre de Apolline murió de pena al ver a su hijo subir al cadalso. Su muerte dejó en libertad a la hija para contraer un matrimonio que toda la familia veía con muy buenos ojos. Los dos esposos se establecieron en París; fue una unión feliz, y Olivier, siempre presente a los ojos de Baudouin, le sirvió de guía hasta la muerte.

Charles Nodier (1780-1844)




Relatos góticos. I Relatos de Charles Nodier.


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El análisis y resumen del cuento de Charles Nodier: El espectro de Olivier (Le spectre d'Olivier), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

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