EN MAYÚSCULAS


EN MAYÚSCULAS.




—AYUDA, PROFESOR LUGANO.

El desconocido irrumpió en el salón del bar Teufel a la medianoche.

—Tranquilícese, buen hombre —dijo el profesor.

—ESTOY EXTREMADAMENTE TRANQUILO.

En efecto, el tipo parecía tranquilo.

—¿No está usted enojado entonces?

—PARA NADA.

—¿Disgustado? ¿Irritado? ¿Tal vez ligeramente crispado?

—EN ABSOLUTO.

—¿Entonces por qué habla de ese modo?

—NO PUEDO EVITARLO. HABLO EN MAYÚSCULAS. ¿HAY ALGUNA MANERA DE DETENER ESTO?

El profesor Lugano meditó durante unos segundos.

—Estoy seguro de que no es tan grave —dijo—. Aquí, sin ir más lejos, tenemos a un sujeto que solo habla con signos de exclamación.

—¡Es cierto! —dijo un parroquiano desde una mesa contigua—. ¡Ni siquiera puedo hacer preguntas correctamente! ¡Pero uno se acostumbra!

—¿CÓMO LOGRA COMUNICARSE ENTONCES?

—¡Establezca mentalmente la sentencia! ¡Relájese! ¡Mantenga la calma!

—PERO LES DIGO QUE ESTOY TRANQUILO.

—Simplemente encierre sus oraciones entre paréntesis —dijo Masticardi—. Las mayúsculas estarán muy fuera de lugar y desaparecerán por sí solas.

—(¿USTED CREE?) NO, NO FUNCIONA.

—agradezca que puede terminar sus oraciones —intervino el rabino Sosa— algunos de nosotros hemos perdido todo sentido de la puntuación, excepto las comas

—¿Y CUÁL SERÍA EL PROBLEMA CON ESO?

—Bueno —prosiguió Sosa—, esta condición hace imposible hablar otra cosa que no sean oraciones continuas, lo cual, ahora que lo pienso, me hace sonar un poco como esos escritores griegos y romanos que parecían desconocer el punto, sin dudas, algo natural para ellos pero sádico con el lector moderno, más allá de esto, realmente desearía poder detenerme porque cuesta respirar adecuadamente sin usar un solo punto, cuesta mucho, se lo aseguro, es como encajar un vagón detrás de otro, formando un tren interminable, imparable, solo que no hay estaciones, hay que bajarse en medio de un pensamiento y terminar lo que se está diciendo de una manera sonora incompleta o retirarse intempestivamente, esto genera cierto impacto en el interlocutor pero en definitiva

El rabino salió corriendo y se perdió entre las sombras del paredón del Cementerio.

—BIEN, PROFESOR —dijo el hombre, una vez que se suavizó la agitación general—. ¿ESTO SE PUEDE ALIVIAR AL MENOS?

—Supongo que su discurso se ha visto alterado por algún énfasis desconocido. Intente hablar amablemente y es posible que vuelva a la normalidad.

—Tal vez algo de música de flauta ayudaría —dijo Masticardi.

—No funcionó con el doctor Falú.

El doctor Falú se incorporó. Le gustaba asumir una posición elevada cuando hablaba en público.

—¿Tengo un problema similar cuando bebo demasiado? ¿No es exactamente igual que el suyo? ¿Lo mío son los signos de interrogación? ¿No sé cómo arreglarlo? ¿Ciertamente la flauta no ayudó, tampoco las compresas frías?

—Ya le hemos dicho, doctor, que deje de cuestionar sus decisiones de vida y mejorará —dijo Masticardi.

—¿He leído un artículo que decía que hablar con acento uruguayo ayudaba? ¿Lo probé y no funcionó?

—Basta —dijo don Julián, hasta ese momento, abstraído en su ginebra—. ¿Mayúsculas? ¡Bah! Frases. Suerte. Ya no tengo. Acceso completo. Frases. Incompletas.

—ESTO ES RIDÍCULO.

—¡OH, NO! —dijo Masticardi, llevándose ambas manos a la garganta—. ESTO PARECE SER UNA ANOMALÍA MEMÉTICA. ¡ES CONTAGIOSO!

—¿SUSCRIBO? —afirmó el doctor Falú.

—INCIERTO —dijo don Julián—. ESPEREN. SÍ. CONTAGIA. ¿PROFESOR? ¿USTED? ¿TAMBIÉN?

El profesor levantó un dedo, en señal de silencio.

—EN EFECTO, PARECE SER CONTAGIOSO.

—¿MIERDA? —dijo el doctor Falú—. ¿FASCINANTE, SIN DUDAS, PERO TODA UNA CONTRARIEDAD?

—HAY QUE TRATAR EL CASO CERO. ¡RÁPIDO! —dijo el profesor.

Masticardi asintió en silencio.

—¿ESTOY DE ACUERDO? —dijo el doctor Falú, sacando un cuchilló del cinturón.

—Esperen —dijo el desconocido—. ¡Escuchen! ¡Estoy curado!

El desconocido tal vez conocía la destreza del doctor Falú con el cuchillo, lo cierto es que saltó sobre la mesa y ganó la puerta, llevándose por delante al rabino Sosa, que ingresaba de nuevo en el establecimiento.

Lo escuchamos durante un buen rato mientras la voz del descinocido se perdía en la noche.

—querer hacernos creer semejante disparate, por favor —dijo el rabino—, como si fuéramos un grupo de imbéciles, tal es así que uno se siente tentado a rectificar la opinión, por lo general, complaciente, que tiene sobre la juventud, pero casos como este me hacen reflexionar, acaso demasiado tarde, sobre las hipotéticas virtudes de

La voz del rabino se apagó detrás de la puerta del baño.

—¡No sé si coincido con el rabino! —dijo el parroquiano desde la mesa contigua—. ¡Para mí era un trastornado!

—Desquiciado. Sí —dijo don Julián.

—¿Un loco, indudablemente? —dijo el doctor Falú.




Crónicas del profesor Lugano. I Egosofía.


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2 comentarios:

Unknown dijo...

Buen trabajo.

Johnny Mendoza dijo...

¿Nunca habia reido tanto con un relato? ¡Fascinante! Buen. trabajo,



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