Psicomaquia inesperada.


Psicomaquia inesperada.




Nos enteramos del combate cuando la tarde ya declinaba. Abandonamos de inmediato nuestras ocupaciones y nos dirigimos a las dependencias subterráneas del bar, sede establecida por la tradición para los encuentros sobrenaturales de la barriada.

Según nos informó un alcahuete, los protagonistas del combate, en principio, rigurosamente intelectual; serían el profesor Lugano y Aldo Faucis, mitógrafo que trabaja en el buffette del CONICET. Para algunos esta ocupación sería una prueba concluyente de una personalidad disociada.

Corrían toda clase de rumores acerca del combate. Todos nos preguntábamos cuál era el eje del conflicto, hasta que finalmente vimos pasar a un Faucis en estado de éxtasis hacia la escalera. Fue él quien nos aclaró la cuestión que había disparado el duelo: la psicomaquia.

Nos ubicamos lo más cerca posible del ring improvisado. Dos agnósticos masajeaban al profesor en la nuca y dos asistentes, acaso poetas sensuales, hacían lo propio con los omóplatos de Faucis. La tensión en el aire era insoportable. Del lado del exégeta se explicó que la atmósfera era irrespirable a causa de los vapores metíficos que descendían de los baños del bar. En el bando del mitógrafo se apeló al registro sudorífero de la multitud.

Nuestro grupo, marcadamente neutral y anodino, se mantuvo en silencio hasta que comenzaron las hostilidades.

El profesor Lugano se incorporó. Su torso marcado por décadas de exégesis flatulentas se infló como un fuelle. Faucis ensayó una maniobra que algunos calificaron de «cabriola». El combate se inició.

Los luchadores se enfrentaron cara a cara. Las narices casi se rozaban en un arrojo temerario sin parangón. La multitud hervía de tensión. Los minutos pasaron, algunos incluso calculan horas enteras de aquel cruce furioso de miradas, pero ningún golpe rasgó el aire apestoso del sótano.

—¿Qué pasa? —preguntó un teórico imparcial.

—Están luchando —expliqué con cierta impaciencia.

—¿De qué lucha me habla, hombre? No se han lanzado ni un mísero golpe.

—Justamente de eso se trata la psicomaquia —nos iluminó un filólogo—. Psicomaquia proviene del griego psiqué, «alma»; y makas, «batalla». Es decir, la «Batalla de las almas».

—¿Usted quiere decir que estamos frente a un combate espiritual?

—-Esto es un fraude —denunció un medievalista—. La psicomaquia es una representación alegórica donde las virtudes abstractas luchan contra los vicios personificados.

—No entiendo —despertó el teórico mientras ganaba la puerta.

—En la psicomaquia, la Castidad pelea contra la Lujuria, la Ira contra la Paciencia, el Amor contra el Matrimonio, y así sucesivamente.

—¿Entonces no veremos sangre?

—¡Miren! —exclamó un oftalmólogo.

Los luchadores seguían mirándose fijamente, con el odio y la erudición marcados a fuego en la piel. De repente, el mitógrafo dijo algo chabacano acerca de las exégesis de Platón. El profesor respondió citando un pasaje de Max Müller que explicaba el Mito como enfermedad del lenguaje.

En un descuido estratégico de Faucis, propiciado por el culo soberbio de Margarita Saldaño, meteoróloga y profeta, el profesor Lugano lanzó una mano demoledora a la quijada del mitógrafo, que cayó al suelo con el peso rotundo de los Mitos banalizados.

La turba se retiró apesadumbrada, acaso razonando que en presencia de testigos la exégesis siempre sale victoriosa.




Egosofía. I Filosofía del profesor Lugano.


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1 comentarios:

Anónimo dijo...

ganan los sufistas...y la señora del gran culete! jajaa



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