«Vida después de la muerte: el Quinto, Sexto y Séptimo Cielo»: A.E. Powell.


«Vida después de la muerte: el Quinto, Sexto y Séptimo Cielo»: A.E. Powell.




A propósito del interesante tema de la vida después de la muerte compartimos un artículo extraído del libro de teosofía: El Cuerpo Causal y el Ego (Causal Body and the Ego) del investigador Arthur Edward Powell, titulado: Vida después de la muerte: el Quinto, Sexto y Séptimo Cielo (Life After Death: The Fifth, Sixth and Seventh Heaven).






Vida después de la muerte: el Quinto, Sexto y Séptimo Cielo.
Life After Death: The Fifth, Sixth and Seventh Heaven, Arthur Edward Powell.

En El Cuerpo Astral y El Cuerpo Mental se estudió la vida del hombre después de la muerte, en el plano astral, como asimismo en el mental inferior, en su cuerpo mental y en el Primer, Segundo, Tercer y Cuarto Mundos Celestiales, en los Subplanos Séptimo, Sexto, Quinto y Cuarto respectivamente. Ahora describiremos la vida después de la muerte, pasada en el cuerpo causal en los tres niveles más elevados del plano mental.

La distinción entre las dos grandes divisiones del plano mental —la inferior o rupa (forma) y la superior o arupa (sin forma)— es muy marcada: tan distintos, en realidad, son los dos mundos que se requiere diferentes vehículos de conciencia para poder funcionar en ellos.

En "El Cuerpo Mental" expusimos ya la razón y propósito generales de la vida en devachán, por lo tanto no será menester repetirlo ahora. También explicamos por qué el devachán es una necesidad para la gran mayoría de las personas. En ciertos casos excepcionales, sin embargo, vimos que el hombre lo suficientemente avanzado, con permiso de una autoridad muy elevada, puede "renunciar al devachán", y tomar una serie de encarnaciones rápidas sin intervalos apreciables entre ellas.

Lo primero que llama la atención en el plano mental inferior es que domina la materia; y la conciencia brilla con dificultad a través de las formas. Pero en los planos más elevados, la vida es lo que más se destaca, y existen las formas sólo para los propósitos de la misma. La dificultad en los planos inferiores reside en dar a la vida su debida expresión en las formas; en los planos superiores ocurre todo lo contrario — está en mantener y dar forma a la corriente de vida. Es únicamente más arriba de la línea divisoria entre los planos inferior y superior, donde la luz de la conciencia resplandece con poder propio sin estar sujeta a viento alguno. El símbolo de un fuego espiritual es muy apropiado para representar la conciencia en estos elevados niveles, en contraste con los planos inferiores en que el símbolo del fuego consumidor es más exacto.

En los niveles de arupa, la materia está subordinada a la vida, y varía constantemente. Una entidad cambia de forma con rada variación del pensamiento. La materia es un instrumento de la vida de esta entidad y no una expresión de la misma. La forma se construye momentáneamente y varía con cada cambio de dicha vida. Esto es exacto no sólo en los niveles arupa de manas, sino también lo es en forma sutil en el plano de Buddhi. Ocurre otro tanto con respecto al ego espiritual.

Por más gloriosa que haya sido la vida en los mundos celestiales del plano mental inferior, llega finalmente a su término. El cuerpo mental desaparece a su vez como sucedió como los otros cuerpos, y empieza la vida del hombre en el cuerpo causal. Durante toda la vida celestial, ha conservado en forma definida la personalidad de la última vida física, y es sólo cuando la conciencia se retira por último en el cuerpo causal que se funde esta sensación de personalidad en la individualidad, y el hombre, por vez primera después de su descenso a la encarnación, se reconoce a sí mismo como el verdadero ego y relativamente permanente.

En el cuerpo causal el hombre no necesita "ventanas" —las que, como recordará el estudiante, fueron formadas por sus propios pensamientos en los cielos inferiores— porque éste, el plano causal, es su verdadero hogar, y todos sus muros han desaparecido.

A esta altura la mayoría de los hombres tienen todavía muy poca conciencia; descansan somnolientos sin observar y apenas despiertos. No obstante, toda visión que podrían tener es exacta, por más limitada que sea ésta por falta de desarrollo. La vida del mundo celestial superior desempeña un papel muy insignificante en la del hombre corriente, porque en este caso el ego no está lo suficientemente desarrollado como paira estar despierto en el cuerpo causal. Los egos retardados, en realidad, jamás alcanzan conscientemente el mundo celestial, mientras que un número aún mayor consiguen sólo algún contacto muy leve con algunos de los subplanos inferiores.

Pero en el caso del hombre espiritualmente desarrollado, la vida de ésta, como ego en su propio mundo, es gloriosa y ampliamente satisfactoria. Sin embargo, todo ser humano ha de entrar en contacto consciente o inconscientemente con los niveles superiores del plano mental, antes de poder efectuarse la reencarnación del mismo. A medida que adelanta su evolución, este contacto llega a ser naturalmente más y más definido y real para él. No sólo es más consciente en estos nivelas a medida que progresa, sino que el período pasado en ese mundo de la realidad se extiende, porque se eleva la conciencia lenta pero firmemente a través de los diferentes planos del sistema.

El tiempo que pasa en el mundo superior, en el caso de un hombre corriente no desarrollado, puede variar de acuerdo a la etapa de desenvolvimiento, de dos o tres días a un largo período de vida consciente y gloriosa, tratándose de personas excepcionalmente avanzadas.

La duración del tiempo pasado en los mundos celestiales entre encarnaciones depende de tres factores principales: (1) la clase a la que pertenece el ego; (2) el método por el cual se individualizó; y (3) la extensión y la naturaleza de su última vida. Como esta cuestión ha sido tratada detalladamente en "El Cuerpo Mental" es innecesario repetirla. Aún al darnos cuenta cabal de la parte reducida de que cada ciclo de vida pasada en el plano físico, para avaluar someramente su verdadera proporción con respecto al total, hemos de tener muy presente la realidad mucho mayor de la vida en los mundos superiores. Es imposible acentuar demasiado este punto, porque la vasta mayoría de las personas se encuentran todavía tan completamente bajo el dominio de los sentidos físicos, que las irrealidades del mundo inferior les parecen la única verdad, mientras que cuanto más se aproxima alguna cosa a lo verídico, tanto más irreal e incomprensible parece ser para ellas.

Por razones bastantes comprensibles, el mundo astral ha sido denominado el mundo de la ilusión; pero con todo está siquiera un paso más cerca de la realidad; por alejada que esté la visión astral de la clara y comprensiva percepción del hombre en su propio plano, en el que ve con una claridad que todo lo abarca, es, a lo menos, más aguda y segura que el sentido físico. Y existe la misma relación entre el astral y el físico como entre el mental y el astral, salvo que en el primer caso la proporción se eleva a una potencia mayor. De ahí que no solo es el tiempo que se pasa en estos planos superiores mucho más extenso que la vida ordinaria, sino que todos los momentos de dicho tiempo, si correctamente utilizados, pueden ser enormemente más fructíferos de lo que sería posible tratándose del mismo período de tiempo en el plano físico.

A medida que progresa la evolución, el principio, que rige la vida después de la muerte, consiste en que la vida en los niveles inferiores, tanto en el astral como en el plano mental, se acorta gradualmente, en tanto que la vida superior se vuelve más extensa y llena. Finalmente llega el momento en que la conciencia se unifica, es decir cuando el yo superior y el inferior se unen indisolublemente y el hombre no puede ya envolverse en su propia nube de pensamientos, ni confundir lo poco que puede percibir a través de la misma, con todo el gran mundo celestial alrededor de él; entonces percibe las posibilidades de su vida, y así, por vez primera comienza realmente a vivir. Pero, cuando alcanza estas alturas, ya habrá entrado en el Sendero, y se habrá encargado él mismo definitivamente de su futuro progreso.

Es únicamente cuando la conciencia se ha retirado de lote cuerpos inferiores y se centra de nuevo en el ego, que se conoce el resultado final de la encarnación recién terminada. Entonces se perciben las cualidades nuevas adquiridas en ese pequeño círculo especial de su evolución. En ese momento se obtiene también un vislumbre de la vida total; el ego durante un segundo tiene un esclarecimiento de conciencia, en el que se da cuenta de los resultados de la vida que acaba de terminar, y algo de lo que resultará de la misma en su próximo nacimiento.

No se puede decir que este vislumbre abarque un conocimiento de la naturaleza de la próxima encarnación, salvo en cierto sentido extremadamente vago y general. Indudablemente se vería el objetivo principal de la próxima vida y el progreso específico que deberá alcanzar en ella, pero la visión sería valiosa principalmente como una lección sobre el resultado kármico de su actuación en el pasado. Le ofrece una oportunidad, de la que extrae más o menos ventaja, según el estado de desenvolvimiento alcanzado.

Al principio hace escaso uso de dicha oportunidad, por estar muy poco consciente o preparado para comprender los hechos y sus diferentes interrelaciones; pero gradualmente aumenta la capacidad para apreciar lo que percibe y luego viene la facultad de recordar tales vislumbres al finalizar las vidas, como también la de compararlas, y de esta manera llega a estimar el progreso efectuado en el camino a recorrer; además dedicará algún tiempo a sus planes en favor de la vida que le espera. La conciencia se expande gradualmente hasta que llega el ego a pasar una vida apreciable en los niveles superiores del plano mental, cada vez que consigue alcanzarlos.

Este es, naturalmente, el más bajo de los subplanos mentales sin forma, o arupa; es asimismo la más poblada de todas las regiones que conocemos, porque en ella están casi todas las sesenta mil millones de almas que, según dicen, están empeñadas en la actual evolución humana — todas en realidad, salvo el número comparativamente reducido de las que están habilitadas para funcionar en el segundo y primer plano.

Como ya hemos visto, cada alma está representada por una forma ovoide, que al principio no es más que una película incolora; pero que más tarde, y a medida que se desarrolla el ego, empezará a presentar cierta iridiscencia trémula, como la de una pompa de jabón, proyectándose los colores en su superficie, como los varios matices producidos por los rayos del sol en la espuma de una cascada.

Las almas ligadas a un cuerpo físico se distinguen de las desencarnadas por cierta diferencia en los tipos de vibración establecidos en la superficie de los cuerpos causales, y por esta razón es fácil apreciar con un mero vistazo si un individuo en un momento dado está encarnado o no. La inmensa mayoría, en el cuerpo físico o fuera de él, están solamente semiconscientes y en estado somnoliento, aunque en la actualidad son pocos los cuerpos causales que están en condición de películas incoloras. Los que están completamente despiertos son brillantes y sobresalientes excepciones, destacándose de las multitudes menos radiantes como estrellas de primera magnitud. Entre éstos y los menos desarrollados se encuentra toda variedad de tamaño y belleza, cada uno representando el estado exacto de evolución alcanzado.

La mayoría de las almas todavía no están lo suficientemente definidas aún en el grado de conciencia que puedan tener, como para comprender la finalidad de las leyes de la evolución en que están empeñadas. Buscan la encarnación, obedeciendo el impulso de la Voluntad Cósmica, y también a Tanha, o sea la sed ciega de vida manifestada, el deseo de encontrar alguna región en que pueden sentir y estar conscientes de existir. En sus estados más primitivos, tales entidades no pueden sentir las vibraciones intensamente rápidas y penetrantes de la materia altamente refinada de su propio plano; los movimientos fuertes y groseros, pero comparativamente lentos, o sean los de la materia más pesada del plano físico, son los únicos que pueden evocar alguna respuesta en ellas. De consiguiente es sólo en este plano que sienten que viven en alguna medida, y esto explica su deseo ardiente de renacer a la vida terrenal.

Así, durante cierto tiempo, el deseo de estos seres está en completa armonía con la ley de evolución. Sólo pueden desarrollarse por medio de estos impactos del exterior, a los que gradualmente son incitados a responder, y en esta primitiva etapa de su evolución sólo pueden recibir estos impactos en la vida terrestre. Paulatinamente va aumentando en ellos la capacidad de responder, y se despiertan primeramente a las vibraciones físicas delicadas y elevadas, y luego, aunque más lentamente todavía, a las del plano astral. Después sus cuerpos astrales, que hasta ahora sólo han sido puentes para hacer llegar sensaciones al ego, se convierten lentamente en vehículos definidos que pueden usar, y la conciencia de los mismos empieza a centralizarse más bien en las emociones que en las sensaciones meramente físicas.

En una etapa posterior, pero siempre mediante el mismo proceso de aprender a responder a impactos que vienen del exterior, los egos aprenden a centralizar la conciencia en el cuerpo mental, a vivir en, y de acuerdo con las imágenes mentales que han forjado por sí mismos, y de esta manera llegan a dominar las emociones por medio de la mente.

Aún más adelante en el largo camino de la evolución, el centro asciende al cuerpo causal, y los egos se dan cuenta de su verdadera vida. Cuando alcanzan esta etapa, sin embargo, se encontrarán en un subplano más elevado que éste (el tercero) y la existencia terrestre inferior no será ya necesaria para ellos. Pero por el momento nos ocupamos de la mayoría menos evolucionada, que todavía extienden las personalidades —que son ellos mismos en los planos inferiores de la vida—, como tentáculos que tantean y se agitan en el océano de la existencia; sin percibirse de que estas personalidades son los medios de que se valen para nutrirse y crecer. No ven nada del pasado ni del futuro, porque aún no están conscientes en su propio plano. No obstante, como están gradualmente absorbiendo experiencias y asimilándolas, desarrollan una sensación de que es bueno hacer ciertas cosas y malo hacer otras, expresándose esto imperfectamente en la conectada personalidad como el comienzo de una conciencia, o un sentimiento del bien y del mal. Poco a poco y a medida que evolucionan, este sentimiento va delineándose cada vez más nítidamente en la naturaleza inferior convirtiéndose en una guía de conducta más eficiente.

Mediante las oportunidades brindadas por el esclarecimiento de conciencia, al cual nos hemos referido anteriormente, los egos más avanzados de este subplano se desarrollan a tal punto que pueden ocuparse del estudio del pasado, perfilando las causas activadas en éste, y aprendiendo mucho por medio de la introspección, de manera que los impulsos enviados hacia abajo se aclaran y se definen más, traduciéndose en la conciencia inferior como firmes convicciones e intuiciones imperativas.

Debería ser innecesario señalar que las imágenes mentales de los niveles de rupa o forma no son llevadas al mundo celestial superior. Ya ha terminado toda ilusión, y cada ego conoce su verdadera parentela, la ve y es visto por ella, en su propia y real naturaleza, como el hombre real mortal que pasa de vida a vida, con todos los vínculos intactos ligados a su verdadero ser.

En este tercer subplano también se encuentran los cuerpos causales de los comparativamente pocos miembros del reino animal que están individualizados. Hablando estrictamente, éstos no son ya animales, como hemos observado anteriormente. Son casi los únicos ejemplos que se pueden ver en la actualidad del cuerpo causal completamente primitivo, no desarrollado en cuanto a su tamaño, y todavía coloreado aún muy débilmente por las primeras vibraciones de cualidades recién nacidas.

Cuando el animal individualizado se retira a su cuerpo causal, para esperar la vuelta de la rueda de la evolución que le ofrecerá la oportunidad de una encarnación humana primitiva, parece perder casi toda conciencia de las cosas exteriores, y pasar su tiempo en una especie de agradable trance de la más profunda paz y contento. Aún entonces, cierto desarrollo interior de alguna naturaleza está ocurriendo con toda seguridad, aunque es difícil para nosotros comprenderlo. En todo caso, está gozando de la mayor felicidad posible para él en el nivel en que se encuentra. Del Quinto Cielo atestado de gente, pasamos ahora a un mundo escasamente poblado, como cuando se sale de una gran ciudad para entrar en una campiña tranquila. Porque, en la actual etapa de la evolución humana, sólo una pequeña minoría de individuos han alcanzado esta esfera más elevada en la cual hasta el menos avanzado está definitivamente consciente de si mismo, como también de todo lo que le rodea.

Puede, hasta cierto punto, ver el pasado que ha atravesado, y percibe el propósito y el método de evolución. Sabe que está ocupado en una obra de auto-desarrollo y reconoce la etapa de vida física y la que sigue después de la muerte de ésta, las que atraviesa en sus vehículos inferiores. La personalidad, con la que está conectado, la percibe él como parte de sí mismo, y trata de guiarla utilizando sus conocimientos del pasado como repositorio de experiencias del cual formula principios de conducta, convicciones claras e inmutables del bien y del mal. Estas las envía él a la mente inferior, cuyas actividades vigila y dirige.

En la primera parte de su vida en este subplano puede fallar repetidas veces en lograr que la mente inferior comprenda en forma lógica las bases de los principios que trata de grabar en ella: no obstante alcanza a hacer la impresión, en tal forma que ideas abstractas como las de la verdad, justicia y honor llegan a establecerse como conceptos aceptados y dominantes en la vida inferior. Tales principios se graban tan firmemente en las fibras mismas del ser que, sea cual fuere la tensión de las circunstancias del tormento de la tentación, llega a ser una imposibilidad actuar en contra de ellos, por cuanto estos principios constituyen la vida misma del ego.

Sin embargo, aunque logre guiar el vehículo inferior, su conocimiento de éste y de las acciones del mismo, con frecuencia está muy alejado de ser preciso y claro. Percibe los planos inferiores sólo débilmente y en forma apagada, comprende más bien los principios de los mismos que los detalles, y parte de su evolución en este subplano consiste en acercarse cada vez más conscientemente al contacto directo con la personalidad que lo representa en los planos inferiores de manera tan imperfecta.

Sólo las personas que tienen el desarrollo espiritual como meta deliberada viven en este subplano, y por consiguiente han conseguido en gran parte hacerse receptivos a las influencias que proceden de los planos superiores a ellas. La comunicación aumenta y se expande dejando pasar una corriente mayor. Bajo esta influencia el pensamiento adquiere una cualidad particularmente nítida y penetrante, hasta en los individuos menos desarrollados; el efecto se manifiesta en la mente inferior como cierta, tendencia hacia el raciocinio filosófico y abstracto.

En seres de evolución más elevada, la visión es muy extensa; recorre con clara percepción el pasado, reconociendo las causas establecidas, la expresión de éstas y los efectos aún no agotados. Los egos que habitan este plano tienen amplias oportunidades de crecer al encontrarse libres del cuerpo físico, puesto que en él pueden recibir instrucción de entidades más adelantadas y ponerse en contacto directo con sus instructores, ya no por medio de imágenes mentales, sino una luminosidad centellante imposible de describir; la esencia misma de la idea pasa como una estrella de un ego a otro, expresándose sus correlaciones como oleadas de luz que proceden de la estrella central, sin necesidad de enunciación separada. En este plano un pensamiento es como una luz colocada en una habitación; aclara todas las cosas en su alrededor sin necesidad de palabras para describirlas.

En éste, el Sexto Cielo, el hombre contempla también los vastos tesoros de la Mente Divina en actividad creativa y puede estudiar los arquetipos de todas las formas que evolucionan gradualmente en los mundos inferiores. Puede desenredar los problemas relacionados con la manifestación de estos arquetipos, el bien parcial que aparenta ser el mal, según la limitada visión de los hombres encerrados en la carne. Según la perspectiva más extensa los fenómenos asumen sus débiles proporciones relativas y el hombre percibe la justificación de los métodos divinos en cuanto concierne la evolución de los mundos inferiores. Ésta, la esfera más gloriosa de todas las del mundo celestial, tiene hasta ahora pocos representantes de nuestra humanidad porque en sus alturas moran únicamente los Maestros de la Sabiduría y Compasión y sus Discípulos.

En una de las primeras cartas recibidas de cierto Maestro dice que es imposible comprender la condición del Primer y Segundo Reino Elemental, es decir, los planos causal y mente inferior, salvo en el caso de ser un Iniciado; por lo cual no podemos esperar tener éxito al intentar describirlos en el plano físico. No existen palabras que puedan describir la belleza de forma de color y de sonido en el plano causal, porque el lenguaje mortal no contiene términos con que expresar estos radiantes esplendores.

Al alcanzar el séptimo cielo, entramos en contacto por vez primera con un plano que es cósmico en su extensión; por cuanto ésta, la parte atómica de nuestro plano mental, es el subplano inferior del cuerpo mental del Logos Planetario. En este nivel, por tanto, se puede encontrar muchas entidades que, por falta de palabras, el lenguaje humano no alcanza a describir. Para nuestras necesidades actuales, por consiguiente, convendrá poner totalmente de lado a estas huestes de seres cósmicos y limitarnos estrictamente a los habitantes pertenecientes al plano mental de nuestra propia cadena de mundos. Los que se hallan en dicho subplano han alcanzado la evolución mental, de manera que en ellos lo superior brilla siempre a través de lo inferior. Han quitado de sus ojos el velo ilusorio de la personalidad y se dan cuenta de que no son la naturaleza inferior sino que utilizan esta como un medio para adquirir experiencia.

En los menos evolucionados de éstos, la naturaleza inferior puede tener aún el poder de encadenar y dificultad pero jamás podrán ellos caer en el error de confundir el vehículo con el Yo que lo utiliza. De esto se salvan porque llevan la conciencia no sólo de día en día sino de una encarnación a otra, de manera que las vidas pasadas ya no se consideran tanto en retrospecto sino como continuamente presentes en la conciencia, y el hombre las considera como una sola en lugar de verlas como múltiples vidas.

En este subplano, el ego es consciente del mundo celestial inferior, como también del plano en el que se encuentra. Si en este tiene alguna manifestación tal como una forma mental de la vida celestial de sus amigos, puede extraer la máxima utilidad de la misma. En el tercer subplano y aun en la parte inferior del segundo, su conciencia de los subplanos debajo de él era todavía débil y su acción en la forma mental instintiva y automática. Pero cuando entró de lleno en el segundo subplano se le aclaró la visión y con agrado reconoció en dichas formas, vehículos mediante los cuales podía expresarse con mayor amplitud en cierto sentido de lo que le era posible por medio de la personalidad.

Ahora que funciona en el cuerpo causal, en la magnífica luz y el esplendor del cielo superior, su conciencia está instantánea y perfectamente activa en cualquier punto de las divisiones inferiores a que desea dirigirla, y puede, por consiguiente, proyectar intencionalmente un aumento de energía en alguna forma mental, cuando quiere emplearla con fines educativos.

Desde este nivel más elevado del plano mental desciende la mayoría de las influencias proyectadas por los Maestros de la Sabiduría, a medida que trabajan para la evolución de la raza humana, actuando directamente sobre las almas o egos de los hombres, derramando sobre estos las energías inspiradoras que estimulan el crecimiento espiritual, aclaran la inteligencia y purifican las emociones.

De ahí recibe el genio la iluminación; allí todos los esfuerzos hacia arriba encuentran su dirección. De la misma manera que, partiendo de un centro todos los rayos del sol caen en todas partes y cada cuerpo, al recibirlos, los aprovecha de acuerdo con la naturaleza propia de cada uno; así, de los Hermanos Mayores de la raza parten la luz y vida que es su función suministrar. Cada uno de dichos cuerpos usa todo lo que puede asimilar, y mediante esto crece y se desarrolla. De esta manera, como en todas partes, la gloria más excelsa del mundo celestial se encuentra en la gloria del servicio, y los que han logrado la evolución mental son los manantiales de donde fluye fuerza para los que aun están ascendiendo.

En los tres niveles superiores del plano mental se encuentran las huestes de devas arupa o sin forma, que no poseen cuerpo más denso que el causal. La naturaleza de la vida de estos parece ser tan esencialmente distinta a la nuestra como para hacer imposible ninguna descripción de ellos en palabras físicas. Estos devas tienen que ver con la dirección de los mundos, de las razas y de las naciones.

Existe también una clase muy limitada de hombres, conscientes en los niveles arupa del plano mental, que han sido "hechiceros" en el pasado. En ellos está activo el intelecto superior, y con esto el reconocimiento intelectual de la unidad. Ahora perciben que han estado en mal camino, que no es posible retener al mundo e impedir su avance en el arco ascendente. Como están todavía atados por el Karma que han producido, se ven obligados a trabajar del lado negativo, es decir con la desintegración. Pero actúan con un móvil diferente, y tratan de dirigir sus fuerzas contra aquellos individuos que requieren ser fortalecidos en la vida espiritual por medio de la lucha contra la resistencia. Marie Corelli parece haberse dado cuenta de esta verdad al tratar el tema en su obra "Los Dolores de Satanás". El Satanás descrito en esta obra se regocija siempre cuando es vencido; se esfuerza en oponer, pero se alegra cuando el hombre demuestra ser lo suficientemente espiritual para resistir.

Este aspecto de la vida es también reconocido en las Puranas hindúes. Hay casos en que un hombre ha evolucionado hasta alcanzar un punto muy elevado de conocimiento, y luego para expiar una parte de su Karma pasado, encarna bajo la forma de un enemigo del bien, como Ravana. Debido a este Karma pasado, está obligado a recoger en sí mismo las fuerzas malignas del mundo para que éstas puedan ser destruidas. En otras religiones existe la misma idea bajo distintas formas.




Libros de Arthur Edward Powell. I Libros de teosofía.


El análisis y resumen del artículo de Arthur Edward Powell: Vida después de la muerte: el Quinto, Sexto y Séptimo Cielo (Life After Death: The Fifth, Sixth and Seventh Heaven) fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando alquien muere no se queda en la tierra sino que se va a asu destino al infierno o al cielo y los mejor es que estas en una sala de espera y ahi estan tus seres queridos al pensar yo nadie puede saber el destino att kristal



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