La única amenaza que vale la pena temer


La única amenaza que vale la pena temer.




Nos encontrábamos enfrascados en el análisis de una trabada partida de ajedrez entre el profesor Lugano y el gran maestro del barrio, Doménico, hombre cuya estrategia principal consistía en la demora de las resoluciones más simples, lo cual provocaba toda clase de flaquezas en sus adversarios, entre ellas, el deseo de abandonar la partida.

Aquella tarde el profesor Lugano estuvo brillante. En menos de cuatro horas destrozó la apertura siciliana de Doménico.

Después de darse la mano caballerosamente sobre el tablero, Doménico sacó un revólver y apuntó directamente al pecho del profesor.

—Pensaba hacerlo después de una victoria —dijo Doménico—, pero da lo mismo. He venido a matarlo, Lugano.

Uno de los mozos levantó la mano como para objetar algo, quizás pensando en las deudas que el buen profesor mantenía con el establecimiento. El resto se mantuvo en un prudente silencio.

—Me parece bien. —dijo el profesor, abriéndose la camisa y descubriento un pecho atravesado por varias y no siempre honrosas cicatrices.

—¿Sabe por qué voy a matarlo?

—Cualquier razón me parece válida.

—Usted se acostó con mi esposa, Mercedes. ¿La recuerda?

—Gratamente.

—Pues bien, diga sus últimas palabras profesor.

Algunos acólitos desenfundaron sus lápices, dispuestos a tomar nota de un último comentario para la posteridad.

—Déjese de burocracias, hombre. Dispare de una buena vez.

Doménico vaciló.

—No parece sorprendido. —dijo.

—¿Por qué habría de sorprenderme con una amenaza de muerte?

—Como quiera. Jaque mate, prof...

En un descuido táctico de Doménico el profesor logró arrancarle el arma. Tras un forcejeo ausente de toda elegancia el gran maestro de ajedrez se retiró del bar renovando sus amenazas desde la calle.

—¿No tuvo miedo, profesor? —preguntó un acólito.

—Siempre tengo miedo. No hace falta que me apunten con un arma —respondió el profesor mientras descargaba el revólver.

—¡Pero se mantuvo con una frialdad admirable! No sé qué haría si alguien me amenaza de muerte.

—¿Acaso existe algún otro tipo de amenaza que prescinda de la muerte? —dijo el profesor— Si Doménico realmente quería aterrorizarme debió, sobre todo, amenazarme con la inmortalidad.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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1 comentarios:

Anónimo dijo...

Borges saldrá de su espejo y te meterá a un laberinto eterno por plagiarlo.



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