¿Cómo ser libre? ¡Siendo hereje!
El hábito del hereje es la herejía, acusación con la que se demonizan las opiniones contrarias a un doctrina mayoritaria y excluyente. En otras palabras, no se puede ser hereje sin pertenecer a una minoría.
Los primeros herejes oficiales, según lo entendemos actualmente, fueron aquellos disidentes del Concilio de Nicea celebrado en el siglo IV d.C., quienes eligieron aceptar los evangelios rechazados por aquel mismo comité. Hereje, de hecho, proviene del latín hereticus, que significa «elección».
Hereticus también tiene su historia particular. Deriva del griego hairetikós, que significa «decisión». Se refiere principalmente a todos los actos que van en contra de las normas establecidas; algo bastante alejado del halo de inmoralidad que gravita sobre el término en nuestros días.
Además de sintetizar una postura diferente el hairetikós griego se relaciona con cierta decisión filosófica de no aceptar lo establecido por la mayoría. Esta palabra, de hecho, proviene del verbo haireín, «elegir».
Ahora bien, ¿cuál es la única cualidad intrasferible de la libertad? Mejor dicho: ¿qué hace libre a la libertad?
Naturalmente, la capacidad de elegir.
El hombre libre elige, aún sus propios errores. El esclavo acepta.
Toda elección es un ejercicio de libertad. El acto de elegir es menos admitir algo como cierto que rechazar muchas otras cosas por considerarlas falsas o erróneas.
Y la libertad, bajo cualquier forma concebible, siempre nace a partir del «No».
Paradójicamente, tampoco la libertad debe admitirse. No se puede elegir sin ser libre y menos aún ser libre sin elegirlo.
Tal vez la única forma de reconciliarnos con la paradoja sea optando por un razonamiento simple: todo acto que tienda hacia la libertad necesariamente debe ser herético.
Egosofía. I Filosofía del profesor Lugano.
El artículo: ¿Cómo ser libre? ¡Siendo hereje! fue realizado por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
1 comentarios:
Cuánto concuerdo con esta entrada. La elección es eso que nos permite ejercer nuestra libertad, incluso si elegimos, a sabiendas, equivocarnos. Motivo de más para no encasillarse dentro de un dogma.
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