Un suicidio teatral.
En los últimos años han corrido rumores maliciosos sobre la figura de Remigio DiGandulfo. Esta crónica pretende aclarar, y de ser posible, rectificar, las absurdas leyendas que surgieron tras la desaparición del dramaturgo. Mucha de la información que pongo a conocimiento público a través de este artículo podría ser considerada como falsa para quienes no conocieron el temperamento de Remigio, de modo que en este apelo en este punto a la buena voluntad del lector, e incluso a su caridad.
Conocí a Remigio en el colegio secundario. En esa época ya se vislumbraban atisbos de su particular genialidad, que luego explotaría en obras tan geniales como ignoradas por la crítica.
Nos reuníamos periódicamente en el bar Teufel de Villa Crespo. Con creciente placer lo oí disertar largamente sobre el teatro griego, la danza gitana y el tute cabrero. En estas entrevistas llegué a conocer detalles valiosísimos sobre su infancia. Al parecer la familia DiGandulfo había estimulado desde la más temprana infancia la natural inclinación del pequeño Remigio por las artes. Se cuenta que sus apariciones en la lotería de la sociedad de fomento eran verdaderamente épicas. Allí desplegaba todo su caudal histriónico cantando los números hasta en cinco idiomas diferentes, provocando emotivas lágrimas en los ancianos inmigrantes.
Durante dos años realizó esta labor ad honorem. En la noche de su despedida, narra la crónica, cantó una bola tan sublime que varios periódicos locales anunciaron el nacimiento de una nueva estrella en el universo lírico.
Desde entonces Remigio continuó provocando asombro y estupor en cumpleaños y reuniones familiares. Cuando estas tertulias declinaban no era raro verlo estimular a su audiencia con largos pasajes de las Bucólicas de Virgilio.
Ya en los primeros años de su adolescencia Remigio se empeñó en montar obras de bajo presupuesto. La primera de ellas se estrenó en 1957, y sólo asistieron amigos de la familia. Se la llamó "Espejo", y consistía en un grupo de actores sentados en el escenario mirando a los espectadores.
Se había planeado que la obra durase cuatro horas y media; pero ya a los quince minutos muchos presentes comenzaron a huir desvergonzadamente, lo cual provocó la retirada de la misma cantidad de actores, desvirtuando así el sentido metafísico de la obra.
A los 16 años Remigio realizó su primera actuación seria en el cementerio de la Chacarita. Allí colaboraba con el sacerdote local en las tareas fúnebres: responsos, pequeñas misas, exhumaciones, reciclado de ramos florales, etc. Un buen día el padre Eugenio cayó en cama afectado de gota. Remigio rápidamente entendió que se trataba de una oportunidad única. Se vistió con las galas de la Santa Iglesia Católica, repartió bendiciones a diestra y siniestra, consoló a dolientes y comedidos, y hasta se dice que realizó dos extremaunciones en un sanatorio.
Había entrado tan a fondo en el personaje que Remigio intentó realizar un exorcismo sobre un joven probadamente cuadripléjico. Los cronistas más osados sostienen que también acusó de herejes a los fieles de una iglesia evangélica amparándose en el capítulo de Perusa.
Remigio pronto entendió que su destino era ser un artista incomprendido. No obstante, sus apetitos intelectuales lo impulsaban a continuar esforzándose. Dueño de un corazón caritativo jamás le negó su conocimiento a nadie. Esto era conocido ampliamente por aquellos mozos y camareras que tuvieron la mala fortuna de preguntarle "¿Qué desea?". Aquí el dramaturgo derramaba consideraciones sobre lo efímero de la existencia humana y sobre el valor del deseo para sobreponerse a la tragedia de la vida. Yo mismo fui testigo de la falta de espíritu filosófico de muchos propietarios gastronómicos que declaraban con cinismo que si no consumía debía retirarse.
Llegado a los 21 años Remigio se volcó por completo a escribir e interpretar algunas de las más hermosas obras del siglo. Su Crimen en la penumbra fue muy conocida. La trama se desarrollaba en un escenario completamente a oscuras. La crítica comentó:
"Inexpresivos actores. Sólida puesta en escena. Está muy logrado el efecto de oscuridad; realmente no se veía nada".
Peor fue la respuesta frente a su segundo estreno. Se le acusó de no saber mantener el suspenso de los espectadores en la genial y profética Al final todo se resuelve.
Tras estas amargas experiencias Remigio estrenó A destiempo. Allí los personajes confundían ex profeso los tiempos verbales, pero lo cierto es que la obra no encontró eco en el público ya que el afiche que la promocionaba decía: "Se estrena ayer". Esto provocó el desconcierto primero, y la indiferencia después.
Desencantado, Remigio se volcó a escribir su autobiografía. Algunos soberbios sostuvieron que era algo prematuro para un muchacho de veintidós años; pero el dotado artista hizo desoyó los comentarios falaces y en menos de 3 meses publicó Mil páginas de mi vida, que con sus 74 hojas impresas alcanza picos conmovedores.
En esta época empezó su obsesión por la bella actriz Beatriz Alarte; a quien convocaba para cada una de sus obra. Incluso llegó a escribir odas y églogas sólo para ser representadas por la joven. Esto coincidió con la etapa de reclusión de Remigio. Comenzó a evadir a sus adeptos, y en el más absoluto aislamiento empezó a trabajar en su opus final. Se encerró en una sucia pensión de la calle Condarco y llegó a escribir hasta treinta páginas en limpio por día. Los vecinos comentan que cerraba ventanas y puertas para que ningún ruido externo lo perturbara. Si alguna palabra ajena llegaba a sus oídos reescribía todo el texto por temor de que elementos foráneos influyesen en la pureza de la obra.
En medio de la impaciencia de sus acólitos, Remigio DiGandulfo finalmente anunció que la opereta estaba terminada. Se negó a adelantar nada sobre el argumento. El guión fué dado a los actores sólo después de realizar votos de silencio. Se anunció el estreno de Por amar al arte para el 11 de noviembre de 1969.
El auditorio estaba repleto. Las 27 entradas se habían vendido en un solo día. Todos éramos presa de una excitación febril...
...hasta que se levantó el telón.
El lector seguramente sabe que, a pesar de que la obra ha sido puesta en escena miles de veces, nunca nadie logró una representación tan conmovedora y comprometida como la de Remigio. Todavía conservo en la retina aquella última escena en la que Francisco (Remigio) y Adela (Beatriz) se separan.
Adela: Amamos la vida porque moriremos. Pero el amor se apaga con los años, el cuerpo se marchita, el corazón se ennegrece.
Francisco: Y el fuego del amor se hace brasa, pero no deja de arder de vez en cuando.
Adela: Envejecemos, Francisco. Mañana me desearás menos que hoy.
Francisco: Si.
En este punto ya todos saben lo que sucedió: Francisco toma el frío puñal, se lo ensarta en la propia carótide con la precisión de un matarife, mientras Adela se humilla frente al cadáver de su amado y luego fragua un funeral suntuoso que deriva en una bacanal simbólica en la que también participa el auditorio.
Esta vez las críticas fueron elogiosas. Se poderó el compromiso actoral de Remigio y su último sacrificio por el arte. La autopsia determinó que no sufrió. La herida fue limpia, certera, propia de un hombre minucioso. En lo personal debo decir que aquello no me sorprendió. Mi amigo era un hombre meticuloso.
A veces, sobre todo por las noches; me despierto sudando con la mente torturada por muchas acechanzas y un interrogante. Durante el día me resigno a la ignorancia.
En definitiva, tal vez nunca sepamos quién de los dos se suicidó en escena aquella noche, si Francisco o Remigio.
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4 comentarios:
Ironía muy fina... muy buen relato.
Brillánte! sólo puedo dcir...¡Por amor al Arte!
Con Anabantha de fondo, no tienes idea como lo he disfrutado. Gracias.
Lenore
Tal vez lo que haya decidido a los críticos a ser elogiosos es participar de la bacanal con la actriz Beatriz. O tal vez con Adela, su personaje.
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