El último paso de un mortal, el primero del vampiro


El último paso de un mortal, el primero del vampiro.




Lo seguí dificultosamente por las escaleras, como una sombra fatigada que se retrae y se desgasta al mediodía.

Ascendimos en una espiral cada vez más estrecha. Arriba, siempre hacia arriba.

La noche nos recibió en la terraza.

Tardé unos instantes en acostumbrarme a la oscuridad. Poco a poco las estrellas, hasta entonces una mera posibilidad, se fueron perfilando contra la negrura.

Mi guía, una sombra colosal recortada contra el vacío, habló en un susurro.

—Diez pasos más.

Miré hacia adelante, incrédulo, hacia las fronteras del vacío.

Un viento frío me trajo el alboroto del gentío y los automóviles y, detrás, el murmullo ensordecedor del río.

Ocho pasos eran posibles, tal vez nueve, pero diez significaba dar un salto hacia el abismo.

—Diez —repitió, como si fuese capaz de leer mis pensamientos.

Avancé, o quizás permanecí inmóvil. No lo sé. Las baldosas de la terraza parecían deslizarse hacia atrás. Con cada paso que daba la noche se ensanchaba.

Di, o creo haber dado, exáctamente nueve pasos, lo suficiente como para estar de pie frente al vacío.

—Tienes miedo —dijo.

—Sí.

Mi guía se acercó.

Lo presentí más grande, ramificado.

—Los mortales creen que sienten miedo a caer desde una gran altura pero en realidad le temen al vacío, a su atracción, a su voz hipnótica. ¿La oyes?

—Sí.

Un pájaro voló rasante sobre nosotros y se perdió en una nube. En sus ojos creí detectar cierto asombro, cierta indignación.

—Toma mi mano —dijo.

Sentí la piel atravesada por un frío indecible. Si embargo, no me estremecí.

—Solo un paso más. —insistió.

—Tengo miedo.

—Yo también. Ese es nuestro pequeño secreto. Siempre tenemos miedo.

—No puedo...

—Uno más. Solo uno. El último. Después ya no habrá vuelta atrás.

Sentí que estaba a punto de perder el conocimiento. Estaba ebrio de emociones que superaban largamente las posibilidades de mis sentidos. Lo oía todo. Lo veía todo. Lo olfateaba todo; aún la sinfonía nostálgica del río en su recorrido hacia el mar.

El escaso valor que me quedaba me abandonó pero no me sentí desnudo.

Me sentí libre.

Cerré los ojos y dí el último paso, o el primero de muchos otros que ya no recuerdo. Mi memoria apenas retiene el frío, la noche, el río, su voz, y la sensación instrasferible tocar las nubes.




Diario de un vampiro real. I Leyendas de vampiros.


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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encantó.

Anónimo dijo...

no lo puedo negar amo a los vampiros desde siempre,
muchos me decían que con los años se me pasaría y maduraría,
pero nunca entendieron que viene conmigo desde que tengo uso de razón.
Ya soy mayor y muy madura,he pasado por muchas cosas y aun sueño con que algún vampiro me abrace y me haga parte de la eternidad.

Kattitasan dijo...

me encanto este relato, demaciado.



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