El misterio del placer femenino [Lugano homenajea a Simone de Beauvoir]


El misterio del placer femenino [Lugano homenajea a Simone de Beauvoir]




—Podemos coincidir en algo, profesor Lugano: la mujer es un misterio.

—Lo es.

—Y el placer femenino es un misterio aún para las mujeres.

—Posiblemente.

—Entonces no me abochorno si admito que los procedimientos del placer femenino me resultan perfectamente desconocidos.

—En absoluto. Los grandes amantes de la historia; pienso en lord Byron o en Casanova, no tenían la menor idea de lo que hacían.

—Le confieso que lo intenté todo, profesor. Y todo ha sido en vano. Haga lo que haga no consigo gestionar el éxtasis de mis amantes.

—No se atormente. El placer femenino es un misterio, pero aún los misterios más extraordinarios pueden resolverse.

—No me diga que usted ha logrado descifrar el mecanismo arcano del goce femenino.

—No sería capaz de jactarme de semejante proeza.

—Sin embargo lo sugiere.

—Mis estudios de campo, largos, tortuosos, y muchas veces insatisfactorios, no me permiten sostener esa sugerencia; pero sí defenderla hasta cierto punto.

—Me gustaría mucho escuchar sus reglas generales.

—De hecho, posee una sola: coherencia.

—¿Coherencia?

—Sí.

—¿Podría desarrollar esa idea un poco más?

—Por supuesto. Usted es músico, ¿verdad?

—Sí, pero no entiendo qué tiene que ver con el dilema que estamos abordando.

—Permítame trazar un pequeño paralelo, desde luego, incompleto e inexacto, pero que tal vez nos permita significar mis conjeturas de una forma más o menos elegante.

—Entiendo. Proceda, por favor.

—¿Qué ocurriría si la partitura y los músicos se oponen mutuamente? O mejor aún, si la ejecución del músico discrepa con la partitura.

—La melodía se rompe.

—Pues bien. El placer femenino es una especie de ritmo, de pulso, de melodía que exige del músico una representación más o menos acabada.

—Hasta aquí lo sigo perfectamente.

Simone de Beauvoir, que algo entendía sobre el goce, sostuvo que el placer de la mujer exige esa misma coherencia musical. Si las palabras o los movimientos del amante se oponen a la magia interna que yace en la mujer, y solamente en ella, la melodía se rompe y el éxtasis se vuelve inalcanzable.

—Esa es la coherencia de la que hablaba hace un instante.

—Sí. El error fundamental reside en suponer que el hombre es quien promueve el placer. De hecho, el placer ya está en ellas mucho antes de que accedan a nuestras caricias. En este sentido, el verdadero amante es un compañero, un socio, un cómplice que la acompaña a recorrer un camino interior. Una palabra inadecuada o un desarreglo posicional pueden destrozar la partitura más perfecta. Durante mucho tiempo las hemos condenado a sinfonías prematuras y oberturas apresuradas. La música, y acaso el amor, consisten en un recorrido lleno de saltos y retrocesos, de estancamientos y demoras; nunca en una carrera desenfrenada hacia el final; aunque en ocasiones hasta los músicos más ineficaces reciben una ovación misericordiosa tras un epílogo precipitado y en ocasiones involuntario.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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