Naglfar: el barco de las uñas de los muertos


Naglfar: el barco de las uñas de los muertos.




Antes de que el último crepúsculo arda en el horizonte, cuando los dioses afilen sus armas y sus corceles huelan sangre y miedo en el aire, cuando el último de los días se queme en la víspera del Ragnarok, de un puerto innombrable zarpará el más terrible de los barcos, cuyo verdadero nombre, dicen los sabios, es impronunciable. En Midgard se lo conoce como Naglfar, el «barco de uñas».

Los nórdicos creían en una batalla final, una especie de apocalipsis, si se quiere, pero mucho más complejo que el final anunciado por Juan. El Ragnarok, el «crepúsculo de los dioses», define una serie de acontecimientos catastróficos en el que los Aesir lucharán a muerte con los gigantes del frío, o jotuns. La presencia de Naglfar es una de las señales del inicio del Ragnarok, es decir, del fin de los tiempos.

Lo curioso es que Naglfar descansa en un astillero infernal, en una grieta en el tiempo de Midgard, o Tierra Media (ver: Los nueve mundos de la mitología nórdica). Las huestes del submundo lo están construyendo desde épocas remotas, cuando el primer hombre fue enterrado. Nada pueden hacer los dioses para suspender la construcción de Naglfar, pues el trabajo de sus diseñadores fue incansable, así como incesante llega el espantoso material que lo constituye.

Uñas. Sí, Naglfar está construido con las uñas de los muertos.


Al inicio del Ragnarok, cuando las fuerzas celestiales todavía resistan, sobre el mar oscurecido se verá una nave de mil velas negras. Su visión ocupará todo el horizonte mientras avanza hacia la Tierra Media. Deslizándose como una isla inmensa, Naglfar navegará hacia el Vagrid, el campo de la batalla final. El timón será maniobrado por los brazos de acero de Hymir, seguido por su corte de Jotuns. Las Hordas del Caos se ocultarán bajo la cubierta interminable, aguardando el momento de desembarcar sobre Vagrid para desatar la última guerra que verá nuestro mundo.

La creencia del Ragnarok estaba tan arraigada en los pueblos nórdicos, que todos los guerreros ansiaban la muerte en el campo de batalla para ser reclutados por las Valquirias, llevados ante Odín, e integrar los ejércitos del Valhalla (ver: Einherjer: el ejército de un solo hombre). La muerte en batalla era considerado un gran honor, ya que el mismísimo Señor de los Dioses también tendría ese destino en el Ragnarok. De hecho, la muerte por enfermedad o vejez, incluso cualquier muerte accidental, era tomada como una deshonra, ya que todos aquellos que no morían por la espada serían parte de las Hordas del Caos, espíritus sin nombre cuyas muertes indignas debilitan las huestes del Asgard.

Afortunadamente, el Ragnarok depende de que la construcción de Naglfar sea terminada. Sin él, los seres del inframundo no podrán invadir la Tierra. Para retrasar ese suceso inevitable los nórdicos arrancaban las uñas de sus muertos, impidiendo que lleguen a los astilleros infernales para engrosar el casco de Naglfar.

Cuando los pueblos nórdicos se convirtieron a la fe cristiana no olvidaron a sus viejos dioses, y mucho menos la promesa de asistir al último combate. El mito de Naglfar continuó navegando las pesadillas de los poetas medievales, seguros de que había un crepúsculo más terrible que el apocalípsis, y que acaso es más sencillo combatir contra cuatro jinetes que impedir el arribo de un barco construido con las uñas de los muertos.




Mitos nórdicos. I Mitología.


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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena la historia! me encantó!

Vianey dijo...

Alguna vez supe que los nórdicos le quitaban las uñas a los difuntos, gracias Lord por hacerme saber la razón ;)

laplumaenlasangre@gmail.com dijo...

Hermosa nota.
Y un pequeño aporte:

"Y de la nave que los dioses temen,
Labrada con las uñas de los muertos."

De "A Islandia",
Jorge L. Borges



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