Breve historia del Beso


Breve historia del Beso.




Trazar una historia del beso es una excusa para buscar los orígenes del amor, cuya definición varía en el tiempo, así como los besos se fueron suavizando e intensificando según el propósito del besante.

Según algunos antropólogos el beso comenzó casi por casualidad en la época en que el hombre no había abandonado su caracter salvaje, y el olfato era su herramienta principal para detectar los estados de ánimo —y hormonales— de sus congéneres. Todo indica que el acto de acercar la nariz a las zonas donde existe una mayor concentración de olores corporales derivó, eventualmente, en el beso.

No obstante, el beso como derivado de olfateos tácticos tiene poca relación con los besos modernos, cuya historia es mucho más interesante y adquiere una nueva significancia a la luz de un somero repaso lingüístico.


El beso era desconocido en el antiguo Egipto, aunque se lo practicaba como ejercicio medicinal entre las clases aristocráticas. En cambio, los griegos, romanos, asirios e hindúes se besaban de todas las formas imaginables, algunas de ellas, irreproducibles para el pagano moderno, ya que requieren una tonicidad lingüística prodigiosa; como la que poseía cierta amante de la poetisa Safo, a quien se le atribuía la capacidad de besar durante días enteros sin perder la compostura, e incluso permitirse evacuaciones durante el proceso.

A comienzos del siglo XX, una corriente de antropólogos paganos, esto es, admiradores furiosos de Sigmund Freud, afirmaron que el beso está ausente en las sociedades primitivas, pero que abunda en los pueblos donde la maternidad era considerada sagrada, y apuntan que todos los besos provienen del acercamiento bucal de la madre sobre sus hijos. Un panorama menos edípico señala que el beso es anterior a la psique moderna y, por lo tanto, anterior a sus complejos.

En Roma, por ejemplo, se hacía una clara distinción entre besos. Por un lado existía el Osculum, literalmente, «pequeña boca», que designaba al beso cariñoso, tierno, sin connotación erótica de ninguna clase. Su nombre, quizás, se debe al fruncimiento y adelantamiento de los labios durante el acto de besar. Por el otro, existía el Saviari, un beso prolijamente aplicado no solo a los labios del ser amado, sino a otras regiones menos accesibles de su geografía. Esta palabra concluía su utilización práctica en el momento en el que el besante pasaba su lengua sobre aquellas regiones, acto para el que los romanos tenían otros términos más oportunos.

Los griegos también cultivaron el beso en numerosas formas, incluso en algunas que exceden nuestra actual capacidad de besar, como aquel saludo ático que se producía únicamente entre viriles caballeros de alta alcurnia y que consistía en un soberbio chupón en el cuello. En la India, incluso en épocas tan remotas que son inclasificables para el estudioso de la tradición hindú, ya existía el Cumbati, literalmente, «él besa», ya que para esta cultura el beso era privativo del hombre, aunque, de hecho, éste se desarrollase entre un hombre y una mujer.

De aquellas épocas pretéritas surge la leyenda de El libro de los besos, manual que precede al Kama Sutra, y que expone con lujo de detalles todas las clases de besos sobre la faz de la Tierra, e incluso más allá, ya que también repara en los besos de los dioses y demonios.

En el occidente bárbaro el beso adquirió un nombre afín al sonido que se produce al chasquear los labios de los amantes. Kiss, «beso», en inglés, proviene del Inglés Antiguo Cyssan, que aplica únicamente al beso entre un hombre y una mujer. Todas las lenguas nórdicas se basan en la misma raíz: Kyssa, para los suecos, daneses y noruegos; Küssen, para los antiguos germanos, se construyen sobre el sonido que produce el beso, detalle que hace pensar en que la sonoridad de los besos boreales poseían una aspereza poco afín al besuqueo mediterráneo.

El beso, además, aparece en toda la literatura antigua como algo natural, cotidiano, que no merece mayor desarrollo ya que todo el mundo lo conocía. Moisés, por ejemplo, besa a su suegro en la Biblia con toda naturalidad; Odiseo, al regresar a Ítaca, no se priva de besar a sus pastores; y hasta el rudo Agamenón se permite algún beso al finalizar el sitio de Troya.

No hay, de hecho, ningún texto antiguo que carezca de besos.

Hasta el mismísimo Satanás tiene su propio tipo de beso, llamado en la Edad Media Osculum Infame, efectuado por las brujas y hechiceros como acto de sumisión, y que consistía en arrodillarse y besar el hirsuto trasero del diablo.

Los besos evolucionaron. Algunos mantuvieron la misma forma desde la antigüedad, y otros mutaron, así como muta el amor en el corazón humano, cuya idea de la perfección y pureza varía según la época. Ciertamente, el beso es un símbolo de intimidad, de unión con la otra persona. Ya sea en el vago terreno de las emociones como en el campo epidérmico del amor físico, el beso es un matiz excluyente de las relaciones humanas.

Según algunos científicos entusiastas existe cierta memoria genética en torno al beso, que emerge hacia los labios apenas damos nuestro primer beso, y que nos recuerda que el amor trasciende el presente. Todo beso encuentra su eco en el pasado como una de las pocas costumbres humanas que abarcan la totalidad del planeta, y que, por lo tanto, nos definen como especie.




El lado oscuro del amor. I Filología: mitos, curiosidades y etimologías.


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

magnifico articulo, como siempre.

Anónimo dijo...

Se habla tambien de besos que no incluyen los labios como el beso mariposa y el beso esquimal.



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