El día que enjuiciaron al profesor Lugano


El día que enjuiciaron al profesor Lugano.




A lo largo del juicio desfilaron incontables testigos citados por la fiscalía. Acreedores, sobre todo, y una jactanciosa lista de mujeres despechadas ofrecieron testimonios comprometedores sobre los hábitos epicúreos del profesor Lugano.

Asumiendo la postura imperturbable de Sócrates, el profesor no se ajustó a su derecho constitucional de legítima defensa. Por el contrario, rechazó al abogado que le adjudicó la corte y, en cambio, permitió que la fiscalía pulverizara minuciosamente su reputación.

El juicio fue exuberante, casi ceremonial. Durante un mes aproximadamente observamos la nuca estoica del profesor mientras resistía, entre bostezos inapropiados, los feroces ataques del fiscal. Durante todo este tiempo, acaso para burlarse del debido proceso, el profesor colocó un globo en el sitio donde debería haber estado sentado su abogado defensor.

Así pronunció el fiscal su alegato final:

—A lo largo de este procedimiento hemos probado que el acusado, el señor Lugano, ha cometido un sinnúmero de fechorías, algunas reñidas con la ética, como el haber engañado a incontables mujeres, usureros y monaguillos; y otras punibles legalmente, como la estafa, malversación de fondos, ebriedad en la vía pública, obscenidad, desacato a la autoridad, apostasía, afiliaciones políticas de izquierda, esputos en ocasión de entierro, falso testimonio, cultivo de cannabis, ortiga y amapola, frecuentación con putas en dependencias municipales, empleo de fondos de la iglesia para la organización de aquelarres, hurto, ring raje, comercialización ilegal de fármacos, holgazanería, exhibicionismo, distribución de libros prohibidos, simonía... en fin, señor juez; por todas estas razones la fiscalía exige para el acusado todo el peso de la ley. Siéntese en actas la recomendación de de que no se le permita al acusado pronunciar su alegato final, habida cuenta de las artimañas retóricas con las que habitualmente se sale con la suya.

—La corte rechaza este último pedido; pero a la luz de las evidencias —dijo el juez— y los testimonios de varios centenares de testigos declaro al profesor Lugano culpable. ¿El acusado tiene algo que decir antes de que la cámara dicte su condena?

El profesor se incorporó, bajo la mirada atenta de la corte, la fiscalía, y el abucheo salvaje de cien testigos furiosos a sus espaldas.

—Señoría, respetables miembros de la cámara, permítanme ustedes aspirar este globo de helio con el propósito de enfatizar mi alegato final.




Filosofía del profesor Lugano. I Egosofía: filosofía del Yo.


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4 comentarios:

Jes-kun dijo...

¿Cuánto THC tendrá el cannabis del profesor? ¿Lo suficiente acaso para inspirar sus dialécticas?

Sebastian Beringheli dijo...

Probablemente, Jes; aunque dudo que le sirva de atenuante...

Maika Duvnj'ack dijo...

El final es sublime....responder en un juicio con el sonido que uno emite al expirar helio...jajajjajajajajajjaa...

alejandro zaldana dijo...

si el infierno de dante fuera real me pregunto en que anillo lo irian a meter...



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