Cualquiera puede tener razón, aún estando equivocado.


Cualquiera puede tener razón, aún estando equivocado.




—Rechazo la aceptación, la admiración, el asentimiento y cualquier tipo de crédito. Incluso rechazo el rechazo. Tener la razón, alcanzar siquiera brevemente a rozar una porción de la verdad, es lo único que me interesa.


Aquellas palabras del vasco Arroamenorrea nos conmovieron profundamente.

Se advertía en ellas una humildad, una diarrea de conocimiento, de sabiduría, una fatiga piadosa de las pequeñas discusiones y polémicas que a menudo nos enfrentaban.

Por el gesto adusto del profesor Lugano inmediatamente supimos que no estaba de acuerdo.


—Dice usted que no le interesa ni la aceptación ni el rechazo.

—Efectivamente, profesor.

—Pero que sí le interesa tener razón.

—Exácto. Tener razón, conocer la verdad, usted me entiende.

—Para serle sincero, no. La verdad existe más allá de nosotros. Alcanzarla es una cuestión azarosa y, si me permite la blasfemia, secundaria. Cualquiera puede tener razón acerca de cualquier cosa.

—¿Cualquiera?

—Absolutamente cualquiera.

—¿Sostiene usted que no hay mérito alguno en los grandes descubrimientos científicos, en los hallazgos artísticos, en los increíbles avances en la técnica?

—Por supuesto que sí, pero ese no es el punto. Para explicárselo mejor le propongo un inofensivo juego.

—Adelante, profesor.

—Perfecto. Supongamos que usted sabe algo que nosotros desconocemos —aquí el profesor Lugano señaló a varios parroquianos que seguían desconcertadamente el debate—. Algo importante, algo que podría alterar el curso normal de la historia. Imaginemos, aunque suene absurdo, que usted es el hijo de Dios: el Salvador, el Redentor, la causa de todos los efectos, la mosca en todas los pucheros. ¿Me sigue?

—Si.

—Ahora bien, usted sabe que es el vástago de Dios, pero nosotros no. Naturalmente usted tendría razón al afirmarlo, pero sería una razón vacía, chirla, ausente, si no hay personas capaces de admitirla como cierta. ¿Me sigue?

—Pero el hecho principal seguiría inalterable, además del único importante. Quiero decir, si ustedes me creen o no es un asunto secundario.

—Todo lo contrario. Cualquiera puede tener la razón, aún cuando no la merezca ni le acredite elogio alguno; el verdadero mérito procede de la estadística pura: hacerle creer a los demás que están equivocados, o, en tal caso, que uno está en lo correcto.

—Tiene razón, profesor.

—No, justamente ése es el punto.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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1 comentarios:

Anónimo dijo...

Noooo me matan los razonamientos del profesor, es de locos geniales!!!! Te felicito x tu locura seba, y te agradezco poner tus ideas al alcance de los que no sabemos expresar nuestros mambos pero nos identificamos con el tuyo y lo hacemos nuestro. Genial tu blog!!!! Xxx lu.



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