Cómo hacer que un hombre vuelva a hablarte.


Cómo hacer que un hombre vuelva a hablarte.




Tres mujeres entraron al bar.

—Estoy desesperada, profesor Lugano —dijo la más hermosa de las tres—. ¿Qué debo hacer para que un hombre vuelva a hablarme?

El profesor la llamó al silencio con un gesto de la mano, solicitó la presencia de testigos y confidentes para sentar en actas aquella entrevista escandalosamente inusual, y recién ahí, soslayada la burocracia, se quedó a solas con las tres gorgonas.

—Expóngame su caso, señorita.

—Es bastante simple en realidad. Salí con él 3 veces. Un hombre muy atractivo y resuelto. Bailamos, hablamos, nos besamos, accedí a una o dos maniobras táctiles, pero después de la última cita no ha vuelto a llamarme.

—Suscribo, profesor —comentó otra—. La pobrecita ha pasado semanas enteras pegada al teléfono, esperando.

—Entiendo —dijo el profesor—. Usted quiere decirme que él le ha prometido que iba a llamarla pero que faltó a su palabra.

—Sí... no... En realidad nunca me dijo que volvería a hablarme, es decir, nunca pronunció las palabras: «te llamo», pero creo que después de tres citas exitosas es algo que una da por sentado.

—¡Le hemos aconsejado todo lo que sabemos sobre los hombres! —añadió la tercera en tono difamatorio—. Demoras en responder, no mucho, solo lo suficiente para que sepa que está interesada pero no pendiente de él; distancia, en especial para que no se sienta presionado o perseguido; incluso le permitimos el privilegio de sentir que era él quien la conquistaba, y no al revés.

—Ya sabe lo que dicen, profesor —agregó la segunda—. Un hombre interesado siempre llama o escribe o envía señales.

Lugano quiso intervenir pero la primera dama reclamó la palabra.

—¡Le juro que lo intenté todo! Me interesé en sus cosas: en su trabajo, en su familia, en su pasión por la filatelia; he dejado conversaciones pendientes, inconclusas, con la esperanza de que exista alguna mísera excusa para volver a hablar.

—No sabe lo complicado que es esperar que un hombre llame por teléfono sin parecer una desesperada —subrayó la segunda.

—De hecho —confesó la tercera—, apelamos a un último recurso: hacerlo sentir útil. Deslizamos que Mirta...

—¿Quién es Mirta? —interrogó el profesor.

—Yo —dijo la primera.

—Decía que deslizamos que Mirta había tenido un problemita cloacal, ya sabe, con el pozo séptico, esperando que revitalice el impulso masculino de intervenir heróicamente en una situación desesperada.

—Y lo hizo. Me recomendó un plomero de confianza.

—Pero entonces creímos que quizás no era un hombre afín al trabajo manual, de modo que simulamos un inconveniente con la computadora, un problemita de software, ya sabe.

—Y recibí la visita del mismo plomero de confianza.

El profesor exigió la palabra en términos más bien enérgicos.

—A ver si la entiendo. Usted quiere que ese hombre vuelva a llamarla pero usted no está dispuesta a llamarlo.

—Efectivamente.

—Me temo que usted padece un cuadro severo.

—¿Cuál, profesor?

—En los años '60 lo conocíamos como Síndrome de Transferencia Emocional. Hoy se lo llama Paréntesis Inicuo Sensorial, o sencillamente PIS.

—¿Y en qué consiste ese cuadro, profesor?

—Básicamente en dos errores conceptuales: creer que un hombre elusivo puede ser imprescindible y que toda mujer rechazada es, sin embargo, secretamente irresistible.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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1 comentarios:

Unknown dijo...

Señores de El Espejo Gótico, recuerden que el "Cómo" que colocan al principio del título de su entrada lleva tilde porque se trata de una interrogativa indirecta.

"Cómo hacer que un hombre..."



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