El secreto de vivir [o Cómo resolver una paradoja]


El secreto de vivir [o Cómo resolver una paradoja]




—¿Cuál es el secreto de la vida, profesor Lugano?

—La inercia.

—Confieso que esperaba algo más... profundo.

Hace bien. Soy un anciano y todos los ancianos son mentirosos.

El profesor cerró los ojos y cayó en un sueño inquieto, acaso etílico.

—¿Me parece a mí o el profesor nos ha dejado una pequeña paradoja antes de dormirse? —preguntó alguien.

—Si es así, no creo que debamos tomarla en cuenta. Quiero decir, el profesor es también un hombre anciano —dijo otro.

—Y si todos los ancianos, como el profesor, son mentirosos, la afirmación de que la vida es inercia debería ser mentira.

—Todo depende de cómo definamos a una persona mentirosa.

—Mentiroso es alguien que hace afirmaciones falsas.

—O negaciones fraudulentas.

—En todo caso, el profesor está afirmando que miente, como cualquier anciano, pero también podemos pensar que miente sobre la cualidad mentirosa de los ancianos, de forma que estaría diciendo la verdad.

—Es decir, si suponemos que la afirmación de que todos los ancianos mienten es falsa, significa que al menos uno de ellos dice la verdad. Y si dice la verdad entonces todos los ancianos son mentirosos.

El grupo meditó durante largas horas sobre este asunto. El profesor Lugano, por otro lado, continuó durmiendo apaciblemente.

—Opino que deberíamos despertarlo —dijo alguien.

—No seamos imprudentes —razonó otro.

—Esta espera ha sido de lo más ingrata. Quiero decir, si el profesor dice la verdad acerca de que todos los ancianos mienten, entonces todo lo que hemos aprendido de él es una falacia.

—Tal vez no. La paradoja, en este caso, se construye a partir de una preposición inexacta. Solo podemos razonar a partir de los hechos comprobados. ¿Cuáles? Por ejemplo, sabemos que el profesor Lugano es un hombre anciano, esto es un hecho. Lo que no sabemos es si efectivamente todos los ancianos son mentirosos.

—En ese caso podemos encontrar una pista bastante certera. Si Lugano es anciano, y él mismo afirma que lo es, entonces debemos asumir que dice la verdad, ya que no ha mentido en relación a su edad.

Alguien tomó una servilleta y escribió lo siguiente. Tras leer el manuscrito, todos estuvieron de acuerdo en que la preposición era exacta:


Lugano es un anciano.
Lugano dice que es un anciano.
Lugano dice la verdad.


—¡La paradoja ha sido resuelta, camaradas! —festejó alguien.

—Absolutamente. Si el profesor dice la verdad, tal como lo hizo al decir que es un anciano, entonces su afirmación de que los ancianos son mentirosos es... es... ¿verdad?.

El mismo alguien tomó la servilleta y añadió:


Lugano es un anciano.
Lugano dice que es un anciano.
Lugano dice la verdad.
Es inexato afirmar que todos los ancianos mienten, ya que Lugano, que es anciano, no ha mentido al llamarse como tal.


—Creo que podríamos ir resumiendo la paradoja de la siguiente manera: No todos los ancianos siempre mienten ya que sabemos que Lugano ha dicho la verdad al menos en una ocasión.

El profesor fue emergiendo lentamente de su siesta, un poco desconcertado al principio, como si esperase despertar en presencia de un auditorio más nutrido.

—¿Cuál es el secreto de la vida, profesor?

—Ya se lo dije, hombre. La inercia.

—Es un pensamiento un poco triste.

—No crea —dijo el profesor mientras removía una lagaña—. El hombre que justifica su vida por su mera presencia en el mundo es un hombre que vive por inercia.

—Precisamente, profesor. No me diga que no es un pensamiento triste.

—Ése es, me temo, el secreto de la vida. Ahora bien, si usted me hubiese interrogado acerca del secreto de vivir, debería decirle que se encuentra en la negación de la inercia, en la negación de la pasividad, en el impulso de proyectarse hacia el futuro y resignificar su existencia. Pero de todas formas, ya sabe, los ancianos son todos mentirosos excepto cuando dicen la verdad.




Más filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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