El profesor Lugano y el Efecto Coolidge.


El profesor Lugano y el Efecto Coolidge.




Nuestra reunión habitual en el bar se vio perturbada por un hecho asombroso.

Nuestro mozo de cabecera se había ausentado bajo pretextos banales. En su lugar había dejado a su hija, una muchacha cuya belleza atentaba peligrosamente contra las anéctodas poco elegantes que solíamos compartir con total descaro.

—Que la presencia de una mujer hermosa no nos intimide, camaradas. -sugirió el profesor Lugano.

—Las mujeres hermosas siempre nos intimidan, profesor. Por algo somos hombres —especuló alguien.

—O ratas —agregó otro.

—Nada de eso —alentó el profesor— No existe tal intimidación. Lo que les sucede es algo perfectamente normal, algo que se ha observado en el comportamiento de todas las especies de mamíferos en el planeta.

Cuando la muchacha hermosa se retiró al interior del establecimiento, el profesor Lugano siguió con su exposición.

—Este comportamiento se conoce como Efecto Coolidge.

—¿Se puede saber en qué consiste, profesor?

—Primero les hablaré sobre este descubrimiento asombroso. Por aquella época, a mediados de los años '50, visité a un viejo amigo, el etólogo Frank A. Beach, un cerdo sibarita que les habría simpatizado de inmediato. En una conferencia sobre psicología expuso su hipótesis y la llamó Efecto Coolidge, en referencia a una jugosa anécdota que involucra a un ex-presidente de los Estados Unidos.

Este último párrafo captó el interés de todos, normalmente apáticos frente a cuestiones políticas.

—Cierto día, cuenta la leyenda -prosiguió el profesor- el presidente Calvin Coolidge y su esposa estaban visitando una granja. La señora Coolidge notó que un gallo se apareaba con asombrosa frecuencia y decidió preguntarle al encargado acerca de este comportamiento viril que juzgó prodigioso. Cuando el buen hombre le explicó que el gallo se apareaba varias docenas de veces al día, la primera dama le sugirió: «Cuénteselo al señor presidente». El hombre hizo lo que se le pedía. Entonces Coolidge preguntó: «¿Siempre con la misma gallina?». Y el hombre respondió: «No, señor presidente, siempre con una gallina distinta». Entonces Coolidge ordenó: «Cuénteselo a mi esposa».

—No entiendo qué tiene que ver esta anécdota, por cierto, muy colorida, con sentirse intimidado por una mujer hermosa. Quiero decir, ese gallo claramente no padecía nuestra afección.

—Le repito que ustedes no sufren ninguna afección.

—¿Entonces?

—Entonces insisto: les sucede lo que a todos los mamíferos masculinos.

—¡Pero de qué habla, profesor!

—El Efecto Coolidge probó que todos los mamíferos machos muestran un aumento en el deseo sexual en presencia de nuevas compañeras en su radio de acción. Incluso el período refractario que todos los machos experimentan luego del placer se ve anulado en presencia de nuevas damas a la vista.

—¿Y esto funciona únicamente entre los hombres? Quiero decir, ¿las mujeres están a salvo?

—En principio, si. Normalmente las hembras no muestran un aumento del deseo en presencia de machos desconocidos, sino que su deseo es continuado, bajo o alto, según el caso.

—O sea que esta muchacha no nos intimida, lo que realmente nos sucede es que todos queremos acostarnos con ella.

—Precisamente.

—Y la inquietud surge a partir de un desfasaje estadístico. Es decir, la deseamos y al mismo tiempo sabemos que no todos podremos acceder a sus besos.

—Exáctamente.

Con cierta alarma noté que la muchacha lo observaba todo desde una ventana de la cocina.

—Y les diré algo más —dijo Lugano en tono más confidencial—. Un secreto profesional, si se quiere. El paralelo del Efecto Coolidge en las mujeres es totalmente distinto. Una mujer en presencia de varios especímenes masculinos se inclinará por el macho dominante, en nuestra querida sociedad, aquel que posea mayor inteligencia e influencia sobre un grupo determinado de pusilánimes. Un buen discurso obra maravillas, caballeros.

El profesor se incorporó y se dirigió directamente a la cocina. Por los ruidos extraños que se oyeron luego concluimos que la conferencia de Lugano había tenido propósitos que excedían lo meramente académico.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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