El doble vínculo de Victor Valenti


El doble vínculo de Víctor Valenti.




Una paradoja no siempre es contradictoria. Más aún, en ocasiones la única respuesta posible frente a una paradoja es una respuesta incorrecta.

Tras aquella batalla bajo el sino de la psicomaquia, el profesor Lugano se ofreció como objeto de examen para una corriente experimental del barrio: un grupo osado, vanguardista, conformado por hombres y mujeres del más variado rango de edad, cuya característica principal consiste en saber —o en creer que saben— todo acerca de todo.

Dentro del círculo de iniciados del bar ya conocíamos la facilidad de Lugano para plantear situaciones sin ganador posible, enigmas cíclicos y apotegmas confusas, entre otras curiosidades, de modo que nos acercamos al bar justo cuando un grupo de selectos sabelotodos se sentaban en torno al exégeta.

Todos ellos fueron eliminados, uno por uno, por las agudezas del profesor; hasta que quedó el último y más severo de los representantes del saber acumulado. Aquel hombre, un erudito llamado Victor Valenti, se sentó frente a nuestro exégeta acompañado de su mujer y su hija, acaso para regodearse en la victoria frente a un auditorio con lazos familiares.

Transcribo parte de aquel combate épico.

—No hay preguntas sin respuesta.

—Lo que hay son preguntas sin respuestas correctas —corrigió el profesor.

—Usted habla de una disyuntiva.

—De una disyuntiva insoluble.

—Nada es insoluble.

—¿Está seguro?

—Por supuesto. Por más contradictoria que sea una pregunta, siempre tiene una respuesta admisible.

—Que sea admisible no cuenta en lo más mínimo. -tosió el profesor- Lo que quiero hacerle entender es que hay preguntas cuya respuesta, correcta o equivocada, siempre es perjudicial para el que responde.

—Si hay una respuesta hay un ganador.

—No siempre.

—Pruébelo.

Cayó un silencio espeso. La atmósfera del bar, normalmente opresiva, se llenó de nuevas y vagas fragancias producto del amontonamiento. La esposa de Valenti parecía excitada por la osadía de su marido.

—Se lo repito, profesor: pruébelo.

—¿Usted quiere que le pregunte algo?

—Sí.

—¿Algo cuya respuesta, correcta o incorrecta, lo obligue al reformular sus hipótesis.

—¡Sí, por Dios!

—Muy bien. Le haré una sola pregunta y usted me respoderá Si o No. ¿De acuerdo?

—Perfectamente.

—Lo único que le prometo, mi amigo, es la certeza de que algunas preguntas tienen múltiples respuestas, y que todas son la respuesta equivocada.


Una tensión atroz flotó entre las mesas, normalmente vacías u ocupadas por ebrios y filósofos que a veces intercambian roles. Valenti sonreía con el goce de la anticipación. Su esposa lo miraba con los ojos emocionados, furtivos, como alguien que se encuentra frente a un ídolo antediluviano en cuya presencia solo cabe la adoración.

El profesor dejó pasar unos segundos para que la atmósfera de tensión se asiente, y luego preguntó con voz suave.

—¿Ha dejado de engañar a su esposa?

—Sss.... Nnn... —balbuceó Valenti.

Lo que sucedió después no tiene mayor relevancia. Alguien hizo notar que la pregunta era condenatoria, y acaso de alcahuetes. Otros razonaron que había una premisa falsa implícita en el interrogante del profesor. Lo cierto es que Valenti tomó sus cosas, entre ellas, a su esposa y a su hija, y se retiró enérgicamente con la única respuesta que siempre es sabia y recomendable: el silencio.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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