Lector implícito [y explícito]


Lector implícito [y explícito]




Existe un ingrediente esencial en toda obra literaria, algo que está, por así decir, en todas las novelas y relatos. El teórico alemán Wolfgang Iser lo llamó Implizite Leser, «lector implícito». Sobre este asunto tenebroso consultamos al profesor Lugano, que no asistió a la tertulia clásica de los viernes. Esta vez fue reemplazado por el catedrático y aeromodelista Federico Weibschaub.

Transcribimos parte de aquel diálogo.


—Pero, caballero —insistió el teutón—, el lector implícito es una categoría, una fase de la tipología del receptor. Si me lo pregunta seriamente le diré que no es tan importante para un texto.

—Si no fuese importante no estaría presente en todos los textos, sin exclusiones —objetamos enérgicamente.

—El lector es siempre el punto más flojo de una narración.

—Discrepo. El lector hace a la ontología del texto. Sin él la literatura es imposible.

—La literatura solo es excluyente en la medida en que haya un escritor. No me vaya a decir que los árboles no hace ruido al caer si no hay nadie para presenciarlo.

—Nada hace ruido si no hay alguien para oírlo.

—Entienda que durante el acto de leer percibimos baches, lagunas, ausencias, omisiones. El narrador no puede entregarnos todos los datos que quisiera [porque secretamente lo quiere]; incluso puede obviar una situación decisiva en favor de la acción.

—Justamente por eso es imprescidible el lector implícito (y explícito); sin él lo incompleto o lo inacabado no terminaría nunca de realizarse.

—¿Y dónde debe producirse esa realización?

—En la imaginación del lector.

—Un sitio improbable.

—Por el contrario. Yo creo que es el sitio más probable de todos. Todas esas ausencias de las que usted habla con tanto énfasis, son ingredientes arquitectónicos del texto, lo conforman en un todo fragmentado que el lector se encargará de unir y encajar en la medida de sus posibilidades creativas, es decir, de su imaginación.

—Usted es un idealista.

—Y usted es un imbécil, pero ese no es el punto. El núcleo de la cuestión es que todo texto es un mensaje críptico que se construye con reglas manifiestas. Las palabras son las mismas para cada lector, pero la decodificación del mensaje corre por cuenta de cada uno de ellos, de tal forma que frente a la frase: «María se baña desnuda en el mar»; algunos pensarán en una María rubia, otros morena, otros de cuerpo delicado, grueso, etéreo, en fin. No hay una María real y muchas falsas. Todas las Marías son la María real.

—Usted es un simplista.

—Un simplista que admira la magia de la lectura. Todos conocemos el código secreto, por ejemplo, de la ironía. Supongamos que ahora mismo alguien lee esta conversación, puntualmente mi frase: «El catedrático Weibschaub es un gran sabio»; todos entenderán que hay un mensaje críptico allí, que realmente no creo que usted sea un sabio, sino un cretino.

[Aquí el catedrático se incorporó y ganó la puerta insultándonos en perfecto escandinavo]

—Lo interesante de este código —razoné a los gritos—, es que no fui yo quien le ha dicho cretino, sino el que está leyendo esta página.




Egosofía. I Filosofía del profesor Lugano.


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2 comentarios:

blackrosekxk6@gmail.com dijo...

Estoy de acuerdo en que el lector implicito es inprescindible en un texto...pues como tu dijiste sin el no hay literatura, el lector siempre crea de alguna manera en su imaginacion lo que esta leyendo y completar esas lagunas siempre ocurre ya que cada persona desarrolla lo que lee de diferente manera; por otra parte siempre hay un termino medio, es normal que en un relato puedan faltar datos que el lector complete pero hay datos que son necesarios en ciertas lecturas.

Sebastian Beringheli dijo...

Precisamente, Blackrose. Todo texto se construye de subjetividades, podríamos decir que en este sentido se parece a la historia. Alguien, o muchos, le asignan valor a ciertos hechos desechando otros. Lo "importante" dentro de una historia siempre es un valor relativo. Saludos!



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