«Historia de un espíritu»: Charles Nodier; relato y análisis.
Historia de un espíritu que apareción en Dourdans (Histoire de l'esprit qui apparut à Dourdans) es un relato de fantasmas del escritor francés Charles Nodier (1780-1844), publicado en la antología de 1822: Infernaliana (Infernaliana).
Historia de un espíritu, uno de los grandes relatos de Charles Nodier, continúa su vasto anecdotario popular de criaturas insólitas. Aquí, Charles Nodier nos relata la historia de uno de los fantasmas más extraños del romanticismo, los cuales suelen tener apariciones exageradas para solicitar favores verdaderamente insólitos.
Historia del espíritu que se apareció en Dourdans.
Histoire de l'esprit qui apparut à Dourdans, Charles Nodier (1780-1844)
El señor Vidi, recaudador de impuestos en Dourdans, le escribió a uno de sus amigos la historia de una curiosa aparición que tuvo lugar en su casa en el año 1700. Esta carta fue conservada por el señor Barré, auditor de cuentas, y publicada por Lenglet-Dufresnoy en su Colección de Disertaciones sobre apariciones. La carta es la siguiente:
El espíritu comenzó a hacer ruido en una habitación que se encuentra lejos de la que solemos emplear para alojar a los servidores enfermos. Nuestra criada oyó varias veces suspiros parecidos a los de alguien que sufre; sin embargo, no veía ni sentía nada extraño.
La desgracia quiso que cayese enferma. La atendimos durante seis meses, y cuando estaba ya convaleciente, la enviamos a casa de su familia para que respirase el aire natal. Allí permaneció alrededor de un mes; durante este tiempo, no vio ni oyó nada extraordinario. Luego volvió con buena salud y le dijimos que se acostara en una habitación próxima a la nuestra. Se quejó de que oía ruidos y, dos o tres días después, cuando estaba en la leñera, donde había ido a buscar madera, sintió que la tiraban de la falda. Ese mismo día, por la tarde, mi mujer la envió a la novena; cuando salía de la iglesia, sintió que el espíritu la sujetaba tan fuerte que no podía avanzar. Una hora después, volvió a casa y, al ir a entrar en nuestra habitación, la tiraron con tal fuerza que mi mujer oyó el ruido; y, una vez que estuvo dentro, pudimos observar que los broches de su falda estaban rotos. Al ver este prodigio, mi mujer tembló de miedo, y sufrió un pequeño desmayo.
El domingo siguiente, durante la noche, la chica oyó pasos en la habitación y, un poco después, el espíritu se acostó junto a ella y le pasó por la cara una mano muy fría, como para acariciarla. Entonces la joven tomó el rosario que llevaba en el bolsillo y se lo puso al cuello. Unos días antes le habíamos dicho que si continuaba oyendo ruidos conjurara al espíritu en nombre de Dios para que le manifestara lo que deseaba. Hizo mentalmente lo que le habíamos recomendado, pues el exceso de terror le había dejado sin habla. Oyó entonces mascullar sonidos inarticulados.
Hacia las tres o las cuatro de la mañana, el espíritu provocó un estruendo tan grande que parecía que la casa se derrumbaba. Aquello nos despertó a todos al mismo tiempo. Llamé a una doncella para que fuese a ver qué había sido, pensando que era la criada quien había producido aquel estrépito a causa del miedo que tendría. La encontró empapada en sudor. La chica quiso vestirse, pero no encontró las medias. En ese estado entró en nuestra habitación. Vi una especie de bruma o humo denso que la seguía y que desaparecía un momento después. Le aconsejamos que se vistiera y fuera a confesarse y comulgar en cuanto tocaran a misa de cinco. Fue de nuevo a buscar las medias, que descubrió en el hueco de la cama, en todo lo alto de la colgadura; las bajó con un bastón. El espíritu se había llevado también los zapatos a la ventana.
Cuando se repuso del espanto, fue a confesarse y a comulgar. A su vuelta, le pregunté lo que había visto. Me dijo que en cuanto se acercó al altar para comulgar había percibido junto a ella a su madre, que había muerto hace once años. Después de la comunión se había retirado a una capilla donde, apenas hubo entrado, su madre se puso de rodillas frente a ella y le tomó las manos diciéndole:
—Hija mía, no tengas miedo; soy tu madre. Tu hermano murió abrasado accidentalmente cuando yo me encontraba en el horno de Ban de Oisonville, cerca de Estampe. Enseguida fui a buscar al señor cura de Garancières, quien vivía santamente, para que me impusiera una penitencia, pues pensaba que yo tenía la culpa de aquella desgracia. Me respondió que no era culpable y me envió a Chartres, al penitenciario. Fui a verle, y como me obstinaba en pedirle una penitencia, me impuso una que consistía en llevar un cinturón de cerda durante dos años. No pude cumplir esta penitencia a causa de los embarazos y otras enfermedades y, como morí embarazada sin haberla podido realizar, te ruego, hija mía, que la cumplas por mí.
La hija se lo prometió. La madre le encargó además que ayunara a pan y agua durante cuatro viernes y sábados, encargara decir una misa en Gomberville, pagara al mercero Lânier veintiséis cuartos que le debía del hilo que le había vendido y que fuera al sótano de la casa donde había muerto.
—Allí encontrarás —añadió— la suma de siete libras que escondí debajo del tercer escalón. Haz también un viaje a Chartres, a ver a Nuestra Señora, a quien rezarás por mí. Volveré a hablar contigo una vez más.
A continuación le dio algunos consejos a su hija: le dijo sobre todo que rezara a la Santa Virgen, que Dios no le negaría nada y que las penitencias de este mundo eran fáciles de hacer, pero que las del otro eran muy duras. Al día siguiente la criada mandó decir una misa, durante la cual el espíritu estuvo dando tirones de su rosario. Ese mismo día le pasó también la mano por el brazo, como para halagarla. Durante dos días seguidos la chica le estuvo viendo a su lado.
Pensé que era necesario que cumpliera lo más pronto posible lo que su madre le había encargado; por eso, en la primera ocasión, la envié a Gomberville, donde encargó una misa, pagó los veintiséis cuartos que efectivamente debía su madre y encontró las siete libras bajo el tercer escalón del sótano, tal como el espíritu le había dicho. De allí sé dirigió a Chartres, donde encargó tres misas, se confesó y comulgó en la capilla. Cuando salió, su madre se le apareció por última vez y le dijo:
—Hija mía, puesto que estás dispuesta a hacer todo lo que te he pedido, yo me libero de ese peso, que tú llevarás en mi lugar. Adiós, me voy a la gloria eterna.
Desde entonces, la chica ya no ha visto ni oído nada. Lleva el cinturón de cerda día y noche, y continuará llevándolo durante los dos años que su madre le había encomendado.
Charles Nodier (1780-1844)
Relatos góticos. I Relatos de Charles Nodier.
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