¿De qué trabajan?: personajes desempleados en el Horror.
¿De qué trabajan?, es lo que uno se pregunta ante ciertos personajes que, lejos de pertenecer a la aristocracia o a las clases acomodadas, parecen tener todo el tiempo del mundo para vivir extrañas aventuras, resolver misterios, sin tener que preocuparse jamás por cuestiones banales como pagar el alquiler.
Las novelas góticas y sus sucesoras —todas dentro del contexto de la literatura gótica— a menudo resuelven este conflicto de forma simple: el protagonista es un sujeto de buena familia, o alguien que ha recibido una herencia, de modo tal que no debe preocuparse por asuntos mundanos. Sin embargo, con el transcurso del tiempo el típico personaje aristocrático fue perdiendo vigencia, y fue necesario comenzar a introducir ciertos cambios en aquel paradigma.
El caso más notable de esta transición es Jonathan Harker, de la novela de Bram Stocker: Drácula (Drácula). Harker es un abogado con un pésimo sueldo, que de hecho llega al castillo del conde en una misión de negocios que nadie más quiere asumir en el estudio jurídico donde trabaja, con excepción de Renfield, otro leguleyo que ha perdido la cabeza. En contraste, tenemos a Van Helsing, un doctor que puede tomarse meses, literalmente, sin trabajar, para embarcarse en la aventura de perseguir a Drácula.
En este punto podemos pensar que, frente a determinadas circunstancias, como la irrupción de un Vampiro, uno puede tomarse unos meses sabáticos para vivir esa experiencia, seguramente inolvidable; pero en términos prácticos la cuestión no es tan sencilla. Sin el respaldo del dinero obtenido a través del trabajo es difícil para un personaje que no pertenece a la aristocracia darse semejante lujo. El resto de los personajes de Drácula, con excepción de Seward, el alienista, ni siquiera menciona el tema del dinero, o del trabajo, como una perocupación.
En todo caso, el paradigma cambió radicalmente con la Gran Depresión del '30, pero de un modo inverso al que podríamos imaginar.
Algunos de los autores más conocidos de la época, como H.P. Lovecraft, Robert E. Howard y Clark Ashton Smith, nunca mencionan en sus obras el estado calamitoso de sus economías personales; en parte, producto de la Gran Depresión que comenzó en el otoño de 1929 y que marcó el inicio del colapso del mercado de valores en los Estados Unidos, con consecuencias gravísimas en el resto del mundo.
Tratemos de imaginar el contexto: para 1933, el peor año de la recesión, la tasa de desempleo únicamente en los Estados Unidos alcanzó el 25%. Para colmo, alrededor de 5000 bancos quebraron. Los ingresos personales disminuyeron considerablemente, así como los ingresos fiscales, y los precios subieron tan rápidamente que cientos de miles de de personas perdieron sus trabajos y hogares. Tamaño desastre dejó una marca imborrable en la población, pero el Horror, inexplicablemente, se mantuvo al margen.
Cuando suceden este tipo de colapsos económicos, como la Gran Depresión, el nivel de ansiedad y de incertidumbre que vive la población a menudo se refleja en sus productos culturales; y así fue, al menos en lo que refiere a la música, las artes visuales, y buena parte de la literatura; pero apenas dentro del Horror. Esto no deja de ser interesante, dadas las dificultades financieras de la mayoría de los autores que formaban parte del género.
Paradójicamente, los primeros años del colapso económico fueron el escenario de algunas de las mejores piezas de estos tres grandes autores. Entre 1933 y 1936, Lovecraft escribió: Desde el más allá (From Beyond), Los sueños en la casa de la bruja (The Dreams in the Witch-House), La sombra sobre Innsmouth (The Shaow Over Innsmouth) y En las montañas de la locura (At the Mountains of Madness). Entre 1931 y 1932, Robert E. Howard produjo Los hijos de la noche (The Children of the Night) y El pueblo de la oscuridad (The People of the Dark). Smith, entre 1932 y 1933, escribió Los cazadores del más allá (The Hunters from Beyond), y El devoto del mal (The Devotee of Evil). Todas estas obras, notables dentro del Horror, carecen de referencias directas a las dificultades económicas de la época.
Esta ausencia podría sugerir algún tipo de patrón dentro de los autores del género, un estado de negación común, si se quiere, o de evasión de las preocupaciones contemporáneas. En todo caso, esa contradicción se refleja en la ficción de forma muy extraña.
Los protagonistas de muchos de los relatos que hemos mencionado anteriormente, entre ellos, Randolph Carter, son tipos acomodados, lo cual les permite dedicarle todo el tiempo del mundo a sus investigaciones paranormales en un contexto económico y social realmente preocupante. ¿Es eso lo que buscaban los lectores de la época? ¿Evadir sus preocupaciones financieras a través de historias que no hagan la menor referencia, ni siquiera tangencial, a la economía?
Lo curioso es que estos tres grandes autores marcaron una especie de línea editorial en Weird Tales, y por lo tanto en el ámbito del relato pulp en general: los protagonistas no tienen que trabajar, y mucho menos luchar para subsistir económicamente. Extraño, ciertamente, cuando sus creadores la pasaban tan mal como sus lectores.
Estos personajes parecen extrañamente distantes de la tremenda agitación económica de finales de los años veinte y comienzos de los treinta, pero no son los únicos; la mayoría de los detectives paranormales en la ficción se caracterizan por no tener un trabajo estable. Por ahí anda Carnacki (W.H. Hodgson), Solar Pons (August Derleth), Martin Hesselius (Sheridan Le Fanu), John Silence (Algernon Blackwood), Simon Iff (Aleister Crowley), Harry Dickson (Jean Ray), John Thunstone (Manly Wade Wellman); entre otros.
El único de estos investigadores de lo oculto que tiene trabajo es el padre Brown, de G.K. Chesterton, que es sacerdote, pero difícilmente podamos incluirlo dentro de las profesiones con algún grado de incertidumbre acerca del desempleo.
Lord Dunsany se burla un poco de esta tendencia en el ciclo de relatos de Jorkens, un tipo apacible que merodea los pubs londinenses y que es capaz de narrar las historias paranormales más asombrosas si alguien le paga un trago.
En todos estos casos existe un modelo de personaje: el estereotipo del académico, algo diletante, que ha recibido una herencia o bien es subvencionado por sus amigos adinerados para continuar resolviendo misterios sobrenaturales. Este pequeño detalle quizás nos brinde una clave para comprender por qué tantos personajes del género no trabajan, y ni siquiera se preocupan por el dinero en un contexto donde todos los demás sí lo hacían.
Quizás, y esto es simplemente una especulación, ese estilo de vida, distante de las ansiedades por el dinero y el trabajo, era la gran fantasía a la cual aspiraban los grandes maestros del género, y por tal caso todos los autores: poder escribir sin preocuparse de nada más.
En todo caso, parece haber una simetría entre las preocupaciones de los autores y la de sus personajes. Lovecraft, Howard y Smith no trabajaban formalmente. Lovecraft vivía de lo que Weird Tales, y otras revistas, le pagaban por sus relatos (una miseria, realmente). Howard entraba y salía de empleos mal remunerados hasta que se decidió a vivir de la literatura, llegando a escribir como un verdadero enajenado para lograr algún ingreso. Smith era pintor, y tampoco podría decirse que vivía con holgura. Los tres eran sujetos bastante desapegados del dinero, con lo cual sus personajes casi siempre mantenían una misma línea con esa filosofía.
Claro que hay ejemplos contrarios, dentro del Horror de la época, que podrían servir para argumentar lo contrario. Por ejemplo, la vida despreocupada de los eruditos lovecraftianos contrasta notablemente con la ficción de David H. Keller, otro maestro del pulp. En ella se observa, en primer plano, la ansiedad por ganarse la vida, e incluso por adaptarse a los cambios sociales y económicos de la época. En Keller, el protagonista siempre tiene recursos limitados, y sufre algún tipo de problema laboral serio.
Keller era psiquiatra, y su profesión seguramente lo puso en contacto con los problemas emocionales que atravesaban las personas comunes como consecuencia de la Gran Depresión. Esta experiencia se refleja en su obra, y no es infrecuente encontrar allí cuestiones como la usura, el trabajo semiesclavo, la especulación financiera de los grandes grupos económicos, como presencias que sobrevuelan sobre los personajes en todo momento.
Ya sea un dispositivo de evasión de la realidad, como una forma de observarla de manera directa, desnuda, el Horror siempre se ha caracterizado por mantener un profundo nivel de crítica social; y esto a veces se consigue a través de personajes cuyas preocupaciones contrastan con las del lector promedio.
Mientras otros géneros, casi siempre formados por autores y autoras pertenecientes a las clases altas, se mostraban preocupados, y hasta incómodos, con la desesperación del público en general como consecuencia del colapso económico, el Horror —históricamente pobre, digámoslo así—, fue más propenso a evitar las reacciones exageradas, los retratos sociales y costumbristas, casi antropológicos, hechos desde lo alto de la colina.
Taller literario. I Universo Pulp.
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YO NUNCA COMENTE NADA EN EL BLOG, SERA QUE TUS CONOCIMIENTOS ME APABULLAN...PERO DECIR QUE TAL VEZ NO SIRVA PARA NADA. PARA MI, LA FORMA EN QUE ANALIZAS LOS RELATOS, LOS PERSONAJES Y AUTORES, ME LLEVAN A VIVIR Y SENTIR LAS HISTORIAS DE FORMA DIFERENTE.
ResponderEliminarAPARTE LAS TRADUCCIONES DE TANTOS CUENTOS QUE GRACIAS A TI, PODEMOS LEER EN NUESTRO IDIOMA.SIEMPRE LEI MUCHISIMO, PERO NUNCA ESTUVE TAN ENSTUSIASMADA COMO ESTOY AHORA CON TU BLOG...
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Muchas gracias por el apoyo, Elisa. Realmente es importante para mi.
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