¿Por qué nos asusta la Soledad?


¿Por qué nos asusta la Soledad?




Hay pocas cosas tan desagradables y tan tristes como la permanencia en una fiesta que ya ha terminado.

La música se atenúa, los rastros del exceso y la alegría se esparcen por el suelo como vagos recordatorios, el alcohol escasea en copas ya libadas, y lo peor; espíritus voluntariosos simulan que la fiesta no ha terminado, que la música aún suena, que los excesos y las alegrías todavía están latentes, que el alcohol persiste en bodegas ocultas, en definitiva, que no estamos solos en el universo.

El profesor Lugano sostiene que el momento indicado para abandonar una tertulia debe coincidir con la cima del éxtasis, con el instante de mayor placer; ya que a partir de ahí todo será cuesta abajo.

Nosotros, meros acólitos esperanzados en carnavales sin solución de continuidad, nos retiramos cuando los mozos y los barrenderos limpiaban el gran salón, habitado únicamente por borrachos tardíos y mujeres que ganaban la puerta con sus abrigos sobre los hombros.

Afuera hacía frío. Nos apiñamos bajo la luz incierta de un farol.

Como vampiros perseguidos por los dedos rosados del amanecer, nos despedimos apresuradamente. El grupo se dispersó, algunos caminando al costado de las vías del ferrocarril y otros hacia las luces de la avenida.

Desde el instante en el que estuve solo supe que no podría dormir.

Me dirigí hacia el bar, esperando que otros espíritus melancólicos buscaran el consuelo viril del silencio y la ginebra.

En una de las mesas, apenas iluminada, estaba el profesor Lugano.

Dormía el sueño inquieto de los poetas perturbados.

Me senté frente a él. Abrió los ojos cuando me serví el último rastro de caña en la botella.

El único mozo del establecimiento, de origen catalán pero gallego desde que pisó Buenos Aires, me lanzó una mirada de reproche mientras secaba los vasos con un trapo sucio.

—Profesor —me atreví a decir—, ¿no le teme a la soledad?

—A veces.

Las palabras me llegaron en una nube de alcohol.

—¿Entonces por qué no ha venido con nosotros a la fiesta?

—Porque el miedo a la soledad no es una buena razón para buscar la compañía de otros.

—¿Es que existe una razón más lícita?

—Por supuesto. ¿Por qué la soledad habría de asustarnos?

—No lo sé. Pero créame que me gustaría saberlo.

—Permítame decírselo, ya que que estamos solos —dijo el profesor en tono confidencial—. La soledad, como el amor, no es para todos.

—Usted cree entonces que la soledad es la mejor compañía.

—Al contrario. La soledad no acompaña a nadie. Por eso somos pocos los que podemos vivir con ella. En definitiva, los que huyen de la soledad son incapaces de estar consigo mismos.

Gané la puerta, solo y aturdido, y vagué por las calles desiertas durante un tiempo; hasta que entendí que era imposible librarme de mi propia sombra.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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1 comentarios:

Anónimo dijo...

Me pareció un relato que hay que tener en cuenta a la hora del dialogo entre ese hombre y el profesor Lugano,en mi opinión la interpretación del susodicho (Profesor Lugano) es acertada en otro punto de vista pero en el mundo,uno simplemente no quiere estar solo en ciertos momentos,almenos desde mi posición



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