Cómo encontrar la felicidad [o al menos descubrir su paredero]


Cómo encontrar la felicidad [o al menos descubrir su paredero]




—Efectivamnte, podría decir que soy feliz, profesor Lugano.

El hombre se incorporó, pagó su café, y se dirigió con paso decidido hacia la puerta.

Afuera lo esperaba una mujer.

Se perdieron juntos en la lluvia.

—¿Qué me cuenta, profesor? Ahora que está en pareja, Gutiérrez considera que es feliz. ¿Extraño, no?

Masticardi adoraba romper los silencios que suceden tras la retirada de un acólito.

—No veo nada de raro en eso —opinó alguien.

Masticardi volvió a la carga.

—Gutiérrez es un empresario exitoso. Su negocio de impermeables le ha dejado una fortuna considerable y...

—¿Y eso qué tiene que ver con la felicidad, Masticardi? —preguntó el mismo alguien.

—Lo que quiero decirle es que Gutiérrez no pasa sobresaltos económicos, su ex-esposa no lo atormenta con exigencias desproporcionadas, las mujeres siempre se han sentido atraídas por él, y hasta me animo a decirle que no he conocido a nadie con más suerte en la ruleta y la taba. Sin embargo, recién ahora se considera un hombre feliz.

—¿Ha visto a la mujer que lo esperaba? ¡Yo también me sentiría feliz en su compañía!

—Es usted un perfecto imbécil, amigo. Y un necio, si me permite el agregado. ¿No lo entiende? ¡Gutiérrez ya era feliz!

—¿Usted qué opina, profesor Lugano?

El profesor despertó con un sobresalto, como siempre que alguien perturba sus meditaciones después de una noche de alcohol y melancolía.

—¿Qué opino sobre qué?

—Sobre Gutiérrez. Sobre la felicidad.

—¿Quién es Gutiérrez?

—El caballero que acaba de retirarse, profesor.

—Claro, Gutiérrez. No opino nada.

—¿No?

—¿Por qué debería tener una opinión formada? Digamos que Gutiérrez, en todo caso, está por el buen camino.

Masticardi aprovechó la ocasión para regalarnos una de sus máximas.

—Si uno cree que la felicidad está en la mujer, entonces Gutiérrez seguramente es un hombre feliz. Sin embargo, la felicidad nunca está en el otro.

—Supongo que no —admitió aquel alguien anónimo.

—El profesor sabe perfectamente que estar con la mujer adecuada no garantiza la felicidad del hombre.

Lugano se sirvió otra copa de caña y libó el contenido con una clara mueca de fastidio.

—Coincido con usted, Masticardi.

—¿Sí?

—Por supuesto. La felicidad no está en las mujeres, pero estoy convencido de que ellas saben perfectamente dónde se encuentra.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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2 comentarios:

atenea devotion dijo...

Aaay querido Profesor Lugano... Es la primera vez que difiero con usted

Jes-kun dijo...

¿Seré acaso la antítesis de Gutiérrez o pasa que las mujeres para mí, lejos de considerarlas un amuleto de felicidad, no han sabido ser más que un fierro incandescente en mi vida?



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