El arquetipo de la Sombra: Carl Jung.


El arquetipo de la Sombra: Carl Jung.




Como ya lo habíamos realizado anteriormente con el espectro de Sócrates, el profesor Lugano y nuestra médium de cabecera, la licenciada Fabiola Bergain, iniciaron los primeros pasos de ese rito abominable por el cual es posible invocar el espíritu de los muertos.

Aquella noche tormentosa nuestro objetivo era nada menos que Carl Jung.

Una vez que los humos fueron dispersados, y nuestra propia mente se halló proclive a dar rienda suelta a las fantasmagorías más asombrosas; de la cerrazón emergió una figura delgada e incierta. Tenía los rasgos de un anciano pero su motricidad hacía pensar en un hombre en la cima del vigor.

Nos sentamos a su alrededor. Naturalmente debimos esbozar las explicaciones del caso en un alemán cuestionable y luego en un inglés decoroso. Los muertos no suelen tomar amablemente que alguien los despierte bajo pretextos banales. De modo que rápidamente le informamos que nuestra intención era escucharlo hablar sobre uno de los arquetipos más misteriosos que existen: la Sombra.

A continuación transcribo en español aquel interrogatorio:

—¿Cómo definiría usted a la Sombra, maestro? —abrió uno de nuestros acólitos.

—La Sombra es un arquetipo fundamental del inconsciente. En cierta forma nos define por oposición*.

[Según Lugano, la palabra empleada por Carl Jung es «disposición», aunque su total desconocimiento del idioma alemán nos obliga a cuestionar esa certeza]

—La Sombra nos conoce —continuó Jung—, nos seduce, sabe nuestras debilidades, nuestros puntos fuertes, anticipa cada razonamiento que podamos hacer para mantenerla en aquellas geografías del pensamiento cercanas a la animalidad.

—Pero si tenemos en cuenta su ubicación inaccesible, ¿es realmente posible conocer algo concreto sobre ella?

—Precisamente. Teniendo en cuenta la posición ventajosa de la Sombra sobre nosotros, resulta imprescindible estudiar sus estrategias.

—En ese caso deberíamos partir de algún tipo de hipótesis.

—En principio, el arquetipo de la Sombra se bifurca en dos teorías, no hipótesis. Sigmund Freud sostuvo que se trata de «todo aquello que cae fuera de la consciencia», es decir, de aquellas regiones de nuestro ser que operan con autonomía de la razón. Yo defendí esa misma posición, pero ampliada por la posibilidad de que el inconsciente tal posea otra dimensión además de la personal: el inconsciente colectivo.

—No entremos en un terreno tan pantanoso, maestro.

—En ese caso podemos pensar el arquetipo de la Sombra como una representación de aquellos rasgos de la personalidad que el Yo no reconoce como propios.

—Notable poder de síntesis, maestro.

—Siguiendo este razonamiento, la Sombra conforma la estructura inferior o subterránea de la personalidad. Es decir, la totalidad de las disposiciones psíquicas, personales y culturales, que no son asumidas por la conciencia.

—¿Cuál es la razón de este rechazo? Es decir, ¿por qué la Sombra y la conciencia no logran reconciliarse?

—Muy sencillo. Por su propia naturaleza la Sombra resulta incompatible con la personalidad que domina nuestra psique; o, en otras palabras, aquello que creemos que somos pero que en definitiva es apenas una fracción sesgada de nuestra integridad mental.

—¿Pero concretamente por qué son incompatibles?

—Porque la Sombra maneja contenidos inadmisibles para nuestra conciencia. Sin embargo, estos contenidos no desaparecen jamás. Por el contrario, se agrupan en la Sombra y constituyen un baluarte que acecha al Yo.

—Eso resulta bastante inquietante, maestro.

—No lo crea. En contraste con lo que ocurre con otros arquetipos, la Sombra posee una identidad sexual acorde a la del individuo conciente. Y más aún, esos mismos instintos se conservan inalterables en Sombra, completamente libres de la presión cultural. En otras palabras, la Sombra desoye todos los mandatos culturales acerca del amor y las relaciones, y sostiene una existencia conformada por impulsos primitivos.

—O sea que la Sombra es anterior a la razón.

—Y a la lógica tal como la concebimos. La Sombra se ramifica hacia los estratos más profundos del ser. Sin embargo, puede ser convocada a la superficie. La Sombra no es, de hecho, una acumulación de impulsos moralmente desechables. Esa es apenas una parte de su estructura. La Sombra puede crear universos enteros pues esa es la única forma mediante la cual puede manifestarse. En este sentido, la Sombra crea constamente imágenes y representaciones para acceder a la conciencia. De otro modo el contenido en crudo que la conforma resultaría repulsivo para el Yo.

—¿Podría darnos algunas representaciones míticas de la Sombra?

—Dentro de las más ampliamente divulgadas debemos citar a la serpiente, el dragón, los monstruos submarinos; y en general todo aquello que ofrezca una clara oposición entre la noción de una vida inferior unida a la superficie.

—Pero si hay una unión también podríamos hablar de unidad.

—Precisamente. Esta idea de que la Sombra y el Consciente son parte de una unidad, o mejor dicho, de la inclusión de dos opuestos en una totalidad, me ganó algunos enemigos implacables. En especial cuando me propuse decir algo sobre el problema del Bien y el Mal.

—Dígamos algunas palabras al respecto.

—Sere breve. Para serle sincero esto de la inmaterialidad es muy incómodo —Jung trató de aclararse la garganta sin éxito—. La religión cristiana ha hecho todo lo posible para que ese conflicto continúe desarrollándose. Lejos de reconciliarse en la unidad, Cristo representa al bien absoluto, es decir, al Bien sin máculas, intocable, perfecto. Mientras que el diablo hizo lo propio con el Mal. Ninguno de ellos se reconoce en su opuesto, y ninguno ostenta rasgos de su rival, aunque de hecho ambos partan del mismo principio móvil que es la moral. Este mapa ha dejado en claro dos cosas. La primera, y más obvia, que el Bien y el Mal son opuestos. La segunda, menos evidente, sugiere que un conflicto de semejante naturaleza no tiene resolusión posible. Y más aún, que la existencia de dos representantes marcadamente disímiles solo funciona para instalar ese conflicto irresoluto. En otras palabras, el conflicto entre el Bien y el Mal solo tiene un resultado posible: continuar infinitamente.




El lado oscuro de la psicología. I La filosofía del profesor Lugano.


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