Remedio para un mal de amores.


Remedio para un mal de amores.




El amor a menudo deja secuelas. Esto es un hecho. Y los padecimientos y dolores que subyacen bajo una separación no siempre encuentran un remedio efectivo.

El profesor Lugano, claro ejemplo de la exégesis amorosa, recibió en su consultorio a una muchacha del barrio aquejada por estos sufrimientos veniales. El asunto no dejaba de ser peligroso ya que aquella muchacha estaba prolijamente casada, y el objeto de sus dolores de amor no estaban proyectados hacia su marido, sino hacia un hombre cuya identidad conviene cubrir bajo la piadosa sábana del anonimato.

En calidad de amanuense se me permitió atestiguar aquel encuentro.

—¿No existe algún remedio mágico para el mal de amores, profesor? —preguntó la muchacha.

—Existen muchos.

—¿Alguno que pueda recomendarme?

—Ninguno que sea efectivo. Sufra, que es parte de la vida.

—Pero yo pensaba que usted administraba algunos remedios de esta índole. Nunca supuse que no creía en la magia.

—Por supuesto que creo. En este sentido —agregó Lugano—, soy como los emperadores romanos, que creían en la magia pero la condenaban públicamente. Por ejemplo, ahi está el famoso Babile, un astrólogo que leía en las nubes los nombres de los enemigos de Nerón, el cual los hacía desaparecer con gran diligencia. Resulta extraordinario que la mayoría de estos enemigos tengan relación directa con el carácter moroso del propio Babile.

—Interesante. No sabía que los emperadores romanos tenían tales objeciones con respecto a la magia.

—Y le digo más. César decretó que el pueblo no tenía ningún derecho de de consultar a magos y adivinos. Sin embargo, en el ámbito privado consultaba obsesivamente a los astros. Y no solo César cayó bajo el magnetismo de la magia. Tiberio era un consultante asiduo del mago Trasilo; Vespasiano se hacía adivinar el futuro mientras que por otro lado condenó al exilio a todos los arúspices del imperio menos a uno, el suyo. Curiosamente, la procesión de magos predijo que Vespasiano moriría antes de que la marcha concluya, y así fue. Incluso Octavio Augusto se inclinó por la magia cuando un brujo le profetizó el trono de Roma.

—A la luz de sus comentarios no entiendo por qué se resiste a compartir algún remedio de amor. Si tan grandes hombres creyeron en la magia, ¿por qué nosotros habríamos de cuestionarla?

—Porque algunos remedios son peores que la enfermedad.

—Eso es un lugar común, profesor. Esperaba más de usted.

—Muy bien. Ya que insiste le daré el mejor remedio de amor que se ha conocido en la Roma Clásica.

—Lo escucho.

—Le advierto que es un rito peligroso.

—No tengo miedo. Adelante.

—Primero permítame darle algunos detalles acerca del contexto de aquel remedio.

—Lo escucho.

—Al parecer, la esposa del emperador Marco Aurelio, Faustina, se enamoró perdidamente de un gladiador. Se entregó a él en calidad de auspiciante, es decir, de mujer que paga los servicios amorosos del guerrero. Las artes amatorias de aquel gladiador excedían lo meramente carnal, y la emperatriz no solo perdió la fidelidad, sino su corazón. Atribulada, le confesó a Marco Aurelio sus encuentros ilegítimos; y éste sugirió que lo mejor que podían hacer para recomponer la pareja era consultar a un mago. Se encontraron con un viejo sabio que les ofreció un remedio que calificó de inflalible: bañarse juntos en la sangre del gladiador.

—¿Y qué sucedió luego, profesor?

—La pareja cumplió este rito abominable y al parecer Faustina no sintió otra cosa más que un vivo asco frente a lo que anteriormente había sido su pasión.

—¿Usted me recomienda que mate a mi amante?

—No. Le sugiero que aprenda de los errores de otro. Si el amor duele, que duela. En definitiva sigue siendo amor.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Faustina era una cara dura! por que no se sacrificó ella si estaba tan apasionada? porque era una cara dura!
Menudo Remedio???!!!
mejor era que se pusiera un cinturón de castidad!

Jes-kun dijo...

Para Lugano es fácil decirle a la señora calenturienta que aprenda de los errores de los demás... Cada persona ama a su propia manera, no hay paradigma que compare ese sentimiento.
Es irónico que lo diga, puesto a que en mi corta vida no he conocido el amor, sin embargo, esa es una certidumbre que ya viene plasmada en nuestros seres.



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