El silencioso «Hombre de Arriba» de Carolina Coronado.


El silencioso «Hombre de Arriba» de Carolina Coronado.




Carolina Coronado (1820-1911) fue una poetisa romántica española cuya obra interesa menos que algunas obsesiones que la marcaron profundamente. Nació en 1820, en el seno de una familia acaudalada y progresista, a tal punto que varios de sus familiares fueron perseguidos políticamente. Ella, tal vez como todas las mujeres de la época, fue criada para el cautiverio. Se le enseñó costura, cocina, y todas las habilidades que resultaban imprescindibles para convertirse en la esposa perfecta.

Sin embargo, Carolina Coronado manifestó raro interés en la literatura. Leyó con avidez, a deshora, acaso arrancándole algunas horas al sueño nocturno. Pronto comenzó a escribir sus propios poemas, casi todos barrocos y desnaturalizados, pero con un espíritu de espontaneidad que los redime. El gran tema central de su obra poética es el amor imposible, el amor inalcanzable; que en su vida real tuvo un nombre: Alberto; caballero del cual se duda incluso de su existencia real fuera de la órbita delirante de Carolina Coronado.

Por aquel entonces las alucinaciones de Carolina Coronado eran el menor de sus problemas. Padecía de catalepsia crónica, lo cual la llevó a definir sus ataques como «muertes sucesivas». De hecho, Carolina realmente creía que cada uno de estos ataques consistía en una muerte, y se veía a sí misma como una mujer que había muerto incontables veces.

Este terrible padecimiento dio paso a una nueva obsesión, un pensamiento que la aterraba más que la propia muerte: ser enterrada viva.

Desde que Carolina Coronado cumplió los 10 años de edad, el nombre de Alberto aparece una y otra vez en sus notas. A veces lo menciona bajo distintos apelativos, como «el hombre de arriba» o «el silencioso». Ninguno de sus biógrafos se aventura a sugerir que Alberto es, de hecho, un personaje imaginario, o acaso una alucinación, y en cambio prefieren aludir a él como una rara herramienta poética.

Lo cierto es que la propia Carolina Coronado afirma que Alberto falleció en alta mar, algo inesperado en una fantasmagoría personal. Acto seguido, se jura mantenerse casta hasta el día en el que vuelvan a reunirse. Llena de dolor le dedicó estos versos titulados Nada resta de ti de 1848.


Nada resta de ti... te hundió el abismo...
te tragaron los monstruos de los mares.
No quedan en los fúnebres lugares
ni los huesos siquiera de ti mismo.
Fácil de comprender, amante Alberto,
es que perdieras en el mar la vida,
mas no comprende el alma dolorida
cómo yo vivo cuando tú ya has muerto.
¡¡Darnos la vida a mí y a ti la muerte;
darnos a ti la paz y a mí la guerra,
dejarte a ti en el mar y a mí en la tierra
es la maldad más grande de la suerte!!


No obstante, la figura de este misterioso Alberto continuó apareciendo. A veces como un rumor sobre sus oídos, otras como un aliento que recorría su piel durante las noches. Finalmente el espectro le manifestó que tomaría posesión del cuerpo de un hombre llamado Justo Horacio Perry, secretario de la embajada norteamericana en Madrid.

Carolina Coronado hizo los arreglos necesarios y se puso en contacto con este caballero. Pronto se casaron y tuvieron un hijo, Carlos, y dos hijas, Carolina y Matilde.

Pero las obsesiones no suelen suavizarse con los años, y las de Carolina Coronado aumentaron de forma progresiva.

Hizo jurar a su círculo íntimo que esperarían al menos 30 días para embalsabar su cadáver; aunque extrañamente ella no aguardó siquiera 24 horas para hacer lo propio con el cadáver de su marido, tal vez porque había pasado muchos años compartiendo ese amor hecho de levedades y ausencias con un fantasma, una idea, un hombre silencioso de arriba, que se sentía incapaz de compartir el lecho con un espíritu convertido groseramente en carne conservadora.




Amores trágicos. I Misterios miserables.


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1 comentarios:

E. Rossi dijo...
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