El último ladrillo de la Muralla China


El último ladrillo de la Muralla China.




Nos enteramos de la tragedia ya bien entrada la mañana. Con sumo respeto e indisimulable tedio nos dirigimos al cementerio. Don Atilio, el historiador más reconocido del barrio, había muerto la noche anterior en circunstancias extrañas.

Escoltamos el ataúd, débil y austero, mientras urdíamos las más alocadas especulaciones. Ya frente a la fosa abierta, bajo la mirada impaciente de los enterradores, recogimos los últimos rumores acerca de la dramática decisión de don Atilio.

Quemó todos sus libros de historia, sus códices invaluables, sus rollos, pergaminos, volúmenes ilustrados exquisitamente. Rodeado por esa hoguera alimentada con la erudición de incontables siglos, don Atilio se arrojó al fuego. Del incendio sobrevivieron unos pocos pergaminos chamuscados. Un sobrino de don Atilio, visiblemente perturbado, le alcanzó al profesor Lugano un trozo de papel ennegrecido.


—Estaba sobre su escritorio —dijo melancólicamente el muchacho—. Pienso que pertenece al último libro que leyó antes de quemar la biblioteca.

El profesor Lugano examinó detenidamente aquella prueba silenciosa.

—Se trata de un códice de viejas tradiciones chinas —dijo el profesor—. Ahora quizás podamos entender un poco mejor la tremenda angustia de don Atilio.

Al retirarnos del cementerio, justo frente a la capilla, el muchacho volvió a interrogar al profesor sobre el tema.

—¿Cree saber por qué mi tío decidió... matarse?

—No —respondió el profesor—. Pero podemos imaginarlo. Don Atilio vivía para la historia, ¿verdad?

—Desde luego.

—Su mundo eran sus libros, sus notas, sus investigaciones. Creía en la historia, en las fechas, en las cifras, como un devoto cree ciegamente en la Vírgen.

—Así era mi tío.

El profesor suspiró lánguidamente.

—Entonces me temo que una pregunta atroz se instaló en su mente; una duda tan clara y persistente que podría enloquecer al más sensato de los historiadores: ¿y si los hechos importantes, históricos, solo operan como máscaras de sucesos igualmente relevantes?

—¿Ésa es la pregunta que destruyó la fé de mi tío? —interrogó el muchacho, un poco decepcionado.

—No. Ésa es apenas la primera de muchas preguntas. Dedíquese por completo a la historia, entréguele su vida, su salud, su alma, y luego sea capaz de eludir el suicidio al preguntarse cuál era el nombre del albañil que colocó el último ladrillo de la Muralla China.




Filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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