Mientras esperamos la felicidad.
—Hoy no me siento con ganas de salir, profesor Lugano.
—Perfecto. Quédese.
El profesor se calzó rápidamente su abrigo.
El acólito lo retuvo con un gesto y en tono confidencial añadió:.
—Aborrezco las pequeñas insatisfacciones de la noche, profesor, las frustraciones, las borracheras, los amores inmediatos, los desengaños, las riñas, los excesos, las victorias, las resacas.
—Lo entiendo. Todos pasamos por períodos semejantes.
—Tiene razón, profesor. Creo que me quedaré. Ya no me conformo con pequeñas e ilusorias alegrías. De hecho, no pienso conformarme con nada menos que la felicidad.
El acólito permaneció solo en el bar, tal vez leyendo a Rimbaud en un torpe intento por agudizar su depresión.
Horas después, en esa hora incierta que precede al alba, la comitiva regresó de una noche de festejos inconfesables.
El profesor tomó asiento en la mesa del acólito. Sus ropas estaban desechas, su aliento era atroz, su rostro, marcado por largos años de filosofar a la intemperie, mostraba evidentes signos de haber recibido una feroz golpiza.
Sobre una pequeña hematoma en el labio superior se distinguía la marca de un lápiz labial.
—¡Por Dios! ¿Qué le ha pasado, profesor? —preguntó el acólito, sinceramente alarmado.
—La vida, mientras usted aguardaba la felicidad.
Más filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.
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