Una conferencia sobre la frustración.


Una conferencia sobre la frustración.




Con la intensidad de toda una vida de exégesis doctrinales, el profesor Lugano se dispuso a dar una breve conferencia en la sociedad de fomento de Villa Crespo. El tema era la frustración, un tópico que alarmó a las autoridades, quienes pensaron que podría operar como disparador para las tendencias homicidas de los ancianos cuyos bienes administraban.

El auditorio se dispuso en perfecto orden, aunque no libre de cierta confusión. A continuación trascribo parte de aquella conferencia.

—La frustración —abrió Lugano—, es una respuesta emocional frente a una oposición que no puede soslayarse. Podemos verla como un reflejo de decepción ante algún deseo de la voluntad que no se ha cumplido. En dosis adecuadas, puede ser un estímulo interesante.

Un anciano levantó la mano.

—Discrepo, licenciado.

—Profesor.

—Discrepo, profesor. Yo he conseguido todo lo que me propuse en la vida, y sin embargo soy el tipo más frustrado que usted haya conocido.

—Tenga en cuenta que a mayor fuerza de voluntad, mayor será la frustración ante algo que no se concreta. Entendamos que la frustración no siempre se produce a causa de un fallo, sino de un conflicto interno; algo que los especialistas llaman disonancia cognitiva, es decir, cuando el individuo sostiene intereses que se contradicen entre sí.

Otro anciano pidió la palabra.

—Coincido con el licenciado. Por eso, la mejor forma de evitar la frustración consiste en proyectar placeres inmediatos.

—¿Cómo qué? —preguntó el primer anciano.

—Como cualquier placer que no deba demorarse. Sexo, por ejemplo.

El profesor Lugano salió al cruce.

—No es una mala idea. Cuando una persona padece de una baja tolerancia a la frustración siempre es recomendable que proyecte lo justo y necesario.

El anciano frustrado objetó:

—Pero si eso fuese cierto viviríamos en una sociedad de placeres inmediatos solo para ahorrarnos un dolor por búsquedas más profundas.

—No hay nada más profundo que el amor repentino —dijo el segundo anciano—. Por pienso acostarme con su mujer esta misima tarde.

La mujer del anciano frustrado pidió la palabra.

—No se desubique. Pero admito que la posibilidad del sexo es un antídoto para la frustración, siempre que consigamos un amante atento y dedicado.

—Pero, querida, ¿te parece?

Lugano volvió a interceder:

—No es descabellado lo que plantea la señora. La intolerancia a la frustración es un ingrediente evaluativo de las certezas disfuncionales del sujeto. En otras palabras, toda frustración esconde un matiz irracional.

—No me hable de irracionalidad, hombre. ¡Esta es mi mujer! ¿Cómo podría permitirle un desliz amoroso bajo condiciones éticas tan dudosas?

—Habla de ella como si fuese de su propiedad —denunció Lugano—. Usted cree que su infidelidad, hablo de la de «su» mujer, terminará produciéndole una especie de frustración por transferencia. Lo que en realidad está sucediendo es que usted objeta este encuentro amoroso no porque la ame, sino para evitar una frustración personal.

—Pensá en lo que dice el profesor, querido —dijo la anciana mientras se acercaba, solícita, al segundo anciano—. Todo esto es por tu bien.

—Totalmente. Véalo como una especie de terapia —dijo el segundo anciano mientras recibía en sus brazos a la esposa del primero.

—Profesor, ayúdeme. ¡No puedo presenciar semejante abominación!

—Muy bien. Para que no se diga que soy un hombre insensato, le haré una serie de preguntas.

—Adelante.

—¿Cree usted que tiene que obtener todo lo que quiere?

—Si.

—¿Cree usted que la vida es mejor cuando obtiene lo que desea?

—Naturalmente.

—¿Considera usted que el fracaso es un signo negativo?

-—Claro, hombre!

—¿A menudo confunde sus deseos con sus necesidades reales?

—Siempre.

—Entonces no hay nada más para agregar. Retírese y permita que estos dos amantes se fundan en un relámpago de pasión que acaso no se concrete por imposibilidades vasodilatadoras.

—Pero, profesor...

—Pero nada. La frustración está en nosotros, no en el afuera. Usted privilegia sus deseos por encima del de estos dos amantes. Es una cuestión matemática simple de resolver.

—¿Entonces debo permitir que mi esposa me sea infiel?

—Puede objetarlo, pero no impedirlo.

—Todo esto es muy frustrante, profesor.

—Ya lo creo. Pero nada le impide a usted cometer el mismo acto con alguna de las damas aquí presentes.

La conferencia terminó de forma abrupta, interrumpida por autoridades policiales.




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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