Cómo luchar contra la tentación [y culpar a Oscar Wilde]


Cómo luchar contra la tentación [y culpar a Oscar Wilde]




—Ya no sé a quién recurrir, profesor Lugano.

—O sea que viene aquí por descarte.

—No me malinterprete, profesor. Estoy aquí porque respeto su inteligencia y su paciencia.

—Sobre todo lo segundo.

—Correcto.

—Dígame, ¿cuál es su problema?

—La tentación.

—¿Y cuál sería el problema con eso?

—Todo.

—Sea más explícito, hombre.

—Bueno, sucede que es un tanto embarazoso.

—¿Sentirse tentado?

—No. Lo que resulta embarazoso es la amplitud de mi tentación.

—Es decir que usted no se siente tentado por algo en particular...

—Sino por todo.

—¿Todo?

—Todo.

—¿Absolutamente todo?

—Incluso me siento tentado a morir. De hecho, antes de entrar a verlo sentí la fuerte tentación de arrojarme a las vías del ferrocarril.

—¿Y por qué no lo llevó a cabo?

—Porque otras tentaciones más urgentes me reclaman.

—¿Por ejemplo?

—Las mujeres.

—¿Cuáles?

—Todas.

—¿Todas?

—Absolutamente todas.

—Entiendo.

—¿De verdad?

—Claro, hombre. Es natural desear a las mujeres hermosas.

—Pero, profesor, yo no deseo únicamente a las mujeres hermosas. ¡Las deseo a todas!

—¿Sin excepción?

—De ninguna clase.

—¿Incluso a las ancianas?

—En menor medida, pero también.

—Menudo problema el suyo.

—Ni se imagina el alcance de mi sufrimiento.

—Créame que lo imagino, y no es precisamente algo agradable de imaginar, si usted me entiende.

—Constantemente me siento tentado.

—¿Por quién?

—Por nadie. Quiero decir, por mí mismo. Y no solo con respecto a las mujeres. Todo me tienta. Desde un adminículo electrónico hasta una nueva crema para tratar la seborrea.

—¿Hay una nueva crema para eso?

—Muchas, pero no viene al caso, profesor. Necesito su ayuda. ¡Dígame como librarme de la tentación!

—Muy bien. Primero trate de imaginar la última tentación que haya sentido antes de venir a verme.

—Listo.

—Imagínela con lujo de detalles.

—Ya está.

—Perfecto. Ahora le escribiré la receta para librarse de la tentación. La escribiré en este papel y usted la leerá cuando esté en la calle. ¿Estamos de acuerdo?

—¡Cualquier cosa con tal de curarme de este sufrimiento!

—Le advierto que la receta no es mía.

—¡Qué importa eso, profesor! ¡Lo importante es que sea efectiva!

—Muy bien, aquí la tiene. Recuerde. Debe leerla cuando esté en la calle.

—Gracias por su ayuda, profesor.

Desde el interior del local vimos que el hombre abrió el papel, lo leyó y luego se arrojó a las vías del ferrocarril.

La investigación policial determinó que el hombre era un suicida perseguido por acreedores implacables. Días después apareció en el periódico local una extraña nota que se encontró junto al cadáver. Inmediatamente reconocimos la caligrafía del profesor Lugano que citaba una frase de Oscar Wilde: «La mejor forma de librarse de la tentación es caer en ella.»




La filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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1 comentarios:

Anónimo dijo...

Humor inteligente



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