La filosofia lovecraftiana detrás de los Mitos de Cthulhu.
La filosofía a menudo deriva de una estructura de pensamiento; es decir, de una forma de concebir el universo y sus leyes. Dentro de la ficción, la filosofía de un autor, su estructura de pensamientos y creencias, se desplazan hacia su obra de forma más o menos precisa. La filosofía lovecraftiana detrás de los Mitos de Cthulhu no es la excepción.
Repasemos, entonces, la estructura de estos cuentos, donde finalmente podremos encontrar la esencia de la filosofía lovecraftiana.
El típico relato de H.P. Lovecraft, siempre dentro de los Mitos de Cthulhu, representa la presencia de fuerzas inmensamente poderosas que provienen de las profundidades del espacio. Muchas de ellas son concebidas como «dioses» por los seres humanos, tanto aquellos que las combaten, más por supervivencia que por convicción, como por quienes se entregan a su blasfema adoración.
El conocimiento del lector y los protagonistas sobre estos «dioses» a menudo se obtiene a través de libros prohibidos —Necronomicón, De Vermis Mysteriis, Manuscritos Pnakóticos, Unaussprechlichen Kulten, entre otros—, obras tan raras que las copias existentes se pueden contar con los dedos de una mano y, salvo excepciones, en un solo lugar, frecuentemente la Universidad de Miskatonic. Es decir que el verdadero saber está en manos de unos pocos.
A su vez, la estructura de los Mitos de Cthulhu se divide en cuatro planos subsidiarios:
1- Una extensa y a menudo imaginaria topografía de Nueva Inglaterra.
2- Una biblioteca de libros ocultos, tanto antiguos como modernos; así también como eruditos y estudiosos que buscan el conocimiento a través de estas obras.
3- Los «dioses», sus seguidores humanos y sus monstruosos acólitos.
4- El Horror Cósmico, es decir, el sentido de inevitable pequeñez ante la magnitud del horror que procede de los abismos del universo, tanto espacial como temporal.
Estos son los cuatro elementos principales que el autor utiliza en todos los relatos de los Mitos de Cthulhu. Independientemente no dicen mucho. Es en la fusión de los rasgos más representativos donde podemos encontrar vestigios del pensamiento filosófico de H.P. Lovecraft.
Los Mitos de Cthulhu expresan las convicciones filosóficas más profundas de H.P. Lovecraft. Recordemos que el maestro de Providence creció en un hogar convencionalmente religioso, pero que rápidamente abandonó esas creencias y se sumergió en la literatura, el pensamiento grecorromano, y la ciencia. Incluso podemos pensar que los dos factores constitutivos del pensamiento lovecraftiano, el ateísmo y el materialismo, lo llevaron a concebir a la ciencia como la última frontera de la verdad.
Sin embargo, H.P. Lovecraft entendía que la verdad científica, o al menos su especulación, como en la ciencia ficción, es ineficaz para proporcionarle satisfacción emocional al lector. Este factor emocional pocas veces es reconocido en su obra, debido a que H.P. Lovecraft no era precisamente un tipo sentimental. En sus relatos, lo emocional se vincula con lo familiar, en su caso, con Nueva Inglaterra; es decir, con el medio histórico y topográfico que lo vio nacer y crecer.
La primera década de H.P. Lovecraft como escritor expresa de forma más o menos acabada sus influencias literarias, no su filosofía. Su Ciclo Onírico, así como su ficción temprana, son imitativas. Allí se observa la presencia casi permanente de Edgar Allan Poe, Lord Dunsany, Arthur Machen y Algernon Blackwood. De hecho, a Lovecraft le tomaría más de diez años asimilar estas influencias dentro de un estilo propio, aunque aún en deuda con ciertos elementos de sus predecesores, que a su vez le permitiera expresar su propia filosofía.
Esa filosofía fue descrita por el propio H.P. Lovecraft en un intento desesperado por explicar su obra al editor de Weird Tales, quien había rechazado el relato: La llamada de Cthulhu (The Call of Cthulhu), asegurando que no lo había entendido.
Compartimos un fragmento de aquella carta esclarecedora de de H.P. Lovecraft:
Ahora bien, todos mis cuentos se basan en la premisa fundamental de que las leyes, los intereses y las emociones humanas no tienen validez ni significado en el vasto cosmos en general. Para mí, no hay nada más pueril que un cuento en el que la forma humana —y sus pasiones, condiciones y estándares— se representen como nativas de otros mundos u otros universos.
Para alcanzar la esencia de la externalidad, ya sea de tiempo, espacio o dimensión, uno debe olvidar que cosas tales como la vida orgánica, el bien y el mal, el amor y el odio, y todos los atributos locales de una raza insignificante y temporal, llamada humanidad, tienen existencia en absoluto.
Solo las escenas humanas y los personajes deben tener cualidades humanas. Deben manejarse con realismo implacable (no con estrecho romanticismo), pero cuando crucemos la frontera hacia lo desconocido debemos dejar nuestra humanidad en el umbral.
Lo que Lovecraft intentaba explicar es justamente aquello que lo diferencia de la ciencia ficción, donde otras civilizaciones, otras sociedades ultraterrenas, a menudo se organizan como las de nuestro mundo; y donde los seres imposibles que las pueblan generalmente preservan los mismos intereses y pasiones de la humanidad.
Para Lovecraft, esto simplemente no tenía sentido.
El Multiverso de Lovecraft está habitado por seres tan descomunales, tan distintos de nosotros mismos, que sus acciones y agendas difieren notablemente de las nuestras, volviéndolos un misterio imposible de resolver. De hecho, rara vez hay un conflicto entre lo humano y lo extraño, precisamente porque la diferencia de escala entre ambos es atroz.
El relato pulp y la ciencia ficción estaban habituadas a lidiar con seres, entidades y civilizaciones extraterrestres casi idénticas a la nuestra; no ya en su constitución física, sino a nivel ético, moral e intelectual. Lovecraft propuso un camino inverso, es decir: un universo poblado por entidades para las cuales no revestimos la menor importancia.
Ahí reside la matriz de la filosofía lovecraftiana, la ínfima magnitud del ser, de la vida humana, en contraste con un cosmos que ni siquiera es particularmente hostil con nosotros, sino más bien indiferente.
Mitos de Cthulhu. I H.P. Lovecraft.
Más literatura gótica:
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Encuentro interesante la idea de poder leer las cartas que Lovecraft escribiera en vida, siendo que se habla tanto de ellas a diario. Por esto me preguntaba, como acceden a ellas ustedes? Acaso hay algun libro que las recopile o quiza alguna biografia particularmente completa a la que ustedes consulten? De ser asi, les agradeceria conocerla para sumarla a mís leecturas.
ResponderEliminarTe comento, Gerard: en 1965, Arkham House publicó la primera recopilación de cartas de Lovecraft con el título «Selected Letters». Después llegarían cuatro más. Creo que en español se publicó alguna edición similar, aunque te recomiendo que busques la original. En cualquier tienda online se consigue. Te dejo un enlace a los datos de publicación: http://www.isfdb.org/cgi-bin/pe.cgi?30740
ResponderEliminarSaludos.
Genial, la buscare entonces. Muchas gracias.
EliminarSebastián, reproduzco un comentario mío en un blog sobre la relación de Lovecraft y la teosofía, a propósito de la filosofía lovecraftiana:
ResponderEliminarEn las obras de todos los autores (pensadores, artistas, científicos, literatos...) subyacen presupuestos teológico-metafísicos, presupuestos, más o menos conscientes, que configuran las creencias, valores y concepción del mundo de los autores. Claramente la gnosis y la teosofía (que conoció) son los presupuestos de Lovecraft y de su obra, perfectamente compatibles con sus declarados ateísmo y racionalismo, pues la gnosis y la teosofía no van más allá del universo y la razón (y de su negativo: los monstruos del "sueño de la razón")... Las principales premisas gnóstico-teosóficas de Lovecraft (y de tantos otros autores modernos) son: no hay personalidad humana ni divina; el individuo y la materia, los cuerpos y las personas son cosas negativas a eliminar y purificar (platónicamente); lo real e importante es el espíritu; el espíritu se reduce al logos (impersonal), a la inteligencia (cósmica); no hay diferencia esencial entre la inteligencia humana y la inteligencia rectora del cosmos; entre el hombre y la inteligencia suprema hay entidades-emanaciones (impersonales) intermedias-nexo (eones, maestros, señores...); el mundo sensible es apariencia e ilusión (tal como piensan los brahmanes, el budismo, Platón y los neoplatónicos); lo individual (ilusorio y pasajero) se disuelve en lo colectivo y cósmico (real y eterno); el amor y la libertad, lo mismo que el cuerpo y la materia, son cosas negativas y descartables; existieron antes que el hombre actual otras razas y civilizaciones humanas y no humanas, más intelectualizadas, con poderes parapsicológicos, emanadas de lo alto, de principios superiores e ideales... Lo original y novedoso en Lovecraft, en relación con todo este bagaje gnóstico-teosófíco, es su pesimismo, su negra y terrorífica visión del mundo, el hombre y la realidad, que no está en la gnosis y en la teosofía (pletóricas de optimismo iluminista), y que es consecuencia de su mismo descreimiento gnóstico-teosófico, en la personaliadad, la divinidad, la libertad y el amor. Y en este sentido el discípulo es más lúcido que sus maestros.
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