«Un Vino de Hechicería»: George Sterling; poema y análisis.
Un Vino de Hechicería (A Wine of Wizardry) es un poema de horror cósmico del escritor norteamericano George Sterling (1869-1926), publicado originalmente en la edición de septiembre de 1907 de la revista Cosmopolitan.
Un Vino de Hechicería, uno de los grandes poemas de George Sterling, es una celebración elegíaca a la imaginación liberada de sus ataduras racionales, en apariencia, por el vino y acaso por el opio [al pasar se habla de «una frente acariciada por una flor de amapola»]. George Sterling despliega imágenes cargadas de simbolismo, con alusiones a la mitología griega, a la demonología y al ocultismo.
«La vampiresa de ojos azules, saciada de su festín,
sonríe sangrientamente contra la luna leprosa.»
sonríe sangrientamente contra la luna leprosa.»
Un Vino de Hechicería comienza con el Poeta, el propio George Sterling [aunque nunca se especifica], sirviendo un vino que despierta su Fantasía [Fancy]. Esto lo incita a comenzar una aventura de la imaginación, una serie de viajes fantásticos, alternativamente bellos, barrocos y terroríficos, sin moverse físicamente. Es una poema exagerado, voluptuoso, fuera de las tendencias económicas de su tiempo, predominantemente modernistas. Ambrose Bierce, autor de El Diccionario del Diablo (The Devil's Dictionary), fue amigo y mentor de George Sterling, y alabó Un Vino de Hechicería precisamente por estar despojado de narrativa.
«En una copa de cristal sirvo el vino oscuro
y, reflexionando sobre tan rico santuario,
observo la estrella que ronda su rojiza penumbra.»
y, reflexionando sobre tan rico santuario,
observo la estrella que ronda su rojiza penumbra.»
El Poeta, entonces, vierte una medida de «vino oscuro» [tinto] en «una copa de cristal»; y comienza a observar el paisaje a través de la copa. Así despierta a Fantasía, una figura alada parecida a una musa, quien lo conduce en un prolongado viaje mental a través de una increíble variedad de escenas y paisajes habitados por personajes fantásticos: vampiros, demonios, djinns, elementales. El despliegue de imágenes y texturas es extraordinario, ideal para la musicalidad del pentámetro yámbico. El estilo de George Sterling es algo afectado, y a veces arcaico, notas que resultarán familiares al lector de H.P. Lovecraft:
«Cuando las horas se alejan cada vez más del mediodía,
junto a la fría y apagada linterna de la luciérnaga
buscan una araña carmesí escondida en un cráneo,
o enredaderas moteadas de bayas blancas
donde las aguas susurran a la luna gibosa.»
junto a la fría y apagada linterna de la luciérnaga
buscan una araña carmesí escondida en un cráneo,
o enredaderas moteadas de bayas blancas
donde las aguas susurran a la luna gibosa.»
Otro ejemplo:
«Raíces lívidas se retuercen en el agarre del mármol,
mientras los aires gimientes invocan el óxido conquistado
de los yelmos señoriales igualados en el polvo.»
mientras los aires gimientes invocan el óxido conquistado
de los yelmos señoriales igualados en el polvo.»
Si bien Un Vino de Hechicería nos lleva a contemplar imágenes que viran repentinamente de lo bello y lo grandioso a lo horrible, George Sterling hace poca o ninguna distinción entre estos extremos. No hay propósito, ni significado, ni moraleja para todo el asunto, simplemente una exploración libre de la imaginación.
Después de un breve examen del mundo exterior, el Poeta vuelve la atención hacia algo más cercano. La «copa de cristal» marca el punto de partida desde la realidad observable en la que se encuentra físicamente [la costa, el ocaso] hacia el reino de la imaginación y la fantasía. El vino de George Sterling homenajea las libaciones del Rubaiyat de Omar Khayyam [«Ven, llena la copa, y en el fuego de la primavera / arroja la prenda invernal del arrepentimiento»]. También vindica las recomendaciones de Charles Baudelaire en ¡Embriáguense! (Enivrez-vous) [«Si no quieres sentir el horrible peso del Tiempo aplastando tus hombros contra la tierra, embriágate»]
La apertura de Un Vino de Hechicería ha sido objeto de intepretaciones descabelladas, menos maliciosas que consecuencias lógicas de no haber leído el poema. La mayoría de los estudios que he leído afirman que «El Poeta bebe el vino para despertar su Fantasía, y a partir de allí comienza su viaje mental», o algo similar. A la luz de estas observaciones parece razonable concluir que se trata de un poema sobre la embriaguez. De hecho, encaja con las afinidades decadentistas de George Sterling y con su propia historia personal. Sin embargo, Un Vino de Hechicería no solo no es un poema sobre la embriaguez, sino que el Poeta NO BEBE de la copa de cristal hasta el último verso. Al comienzo, solo mira a través de la copa de cristal, y sólo después de que la larga secuencia de imágenes fantásticas ha seguido su curso bebe el vino.
Un Vino de Hechicería, entonces, no trata sobre la intoxicación, al menos no sobre la intoxicación por la bebida. El detonante de Fantasía no es el alcohol, sino el espectáculo refractivo de luces y distorsiones que el Poeta observa a través del vino en la copa de cristal. A partir de este punto la imaginación del Poeta despega; y aunque no haya nada particular en esta copa de vino que desencadene visiones de vampiros y gnomos, el enfoque de la visión es crucial para entender el poema. La libertad imaginativa, la Fantasía, despega cuando el Poeta es capaz de concentrarse en un punto del universo, y a partir de allí fragmentarse en todas direcciones; como si la razón debiese anclarse primero para que la exploración de lo irracional pueda tener lugar [ver: Borges, Lovecraft y el Feng Shui de la cuarta dimensión]
Las imágenes son evidentemente impresionistas, con pocas referencias al sonido, al tacto y al olor. Al principio es difícil determinar qué estamos viendo exactamente a través del cristal. ¿Son formaciones corales, arrecifes que se distorsionan y conectan con imágenes arquetípicas? Afortunadamente, el progreso del poema nos trae visiones mejor delineadas. Fantasía se levanta del mar y procede a inspeccionar la playa. Lo que observa es algo exótico, un paisaje alienante, distante y extraño, propio del Horror Cósmico. Para George Sterling la imaginación no constituye una expresión cohesiva: está hecha de movimientos rápidos, fuera del control de la conciencia, y produce una ráfaga de experiencias disímiles. Por supuesto, nuestro Poeta se entrega a este vértigo, se pone en manos de fuerzas que trascienden la conciencia individual.
En este contexto, Un Vino de Hechicería es un poema casi exclusivamente visual. Vemos «una gruta rosada donde monstruos de barbas rojas miran boquiabiertos», un «ocaso como una garganta carmesí hacia el infierno» que ilumina el vuelo de los dragones, y «salones en los que el mono de Merlín» derrama un frasco de veneno escarlata. Estas imágenes oníricas están unidas no tanto por el tema como por el color. El tono rojizo de la copa de vino se cuela en todo lo que vemos [el ocaso «rosado», los monstruos de barbas «rojas», el ocaso «carmesí», el veneno «escarlata»]. El color predominante es el rojo, lo cual sería un detalle arbitrario si Un Vino de Hechicería fuera verdaderamente un poema sobre la embriaguez. Las visiones se desencadenan al mirar a través de la copa de vino, de modo que el tono rojizo se vincula directamente con el sentido visual. En cierto modo, la copa es una especie de bola de cristal [ver: Lo olfativo, lo visual, lo auditivo y lo táctil en el Horror Cósmico]
Esta característica de Un Vino de Hechicería vibra en la misma resonancia que el cuento de Edgar Allan Poe: La Máscara de la Muerte Roja (The Masque of the Red Death), donde un noble asolado por una plaga se refugia con sus aristócratas en un palacio para dedicarse al placer. En una zona del castillo hay siete habitaciones dispuestas irregularmente, de modo tal que la visión solo puede abarcar una a la vez. Cada habitación tiene un color diferente: azul, morado, verde, naranja, blanco, violeta y finalmente negro, con ventanas teñidas de rojo a través de las cuales se proyecta la luz hacia el interior. El tono rojo en La Máscara de la Muerte Roja es, en última instancia, el rojo de la muerte, siendo la sangre un símbolo de la muerte antinatural [ver: La sangre en el paganismo]. Las víctimas de la plaga sufren una hemorragia imparable y, en el clímax del relato, se presenta la Muerte misma vestida de rojo [ver: El Reloj de Cronos: análisis de «La Máscara de la Muerte Roja»]. Un Vino de Hechicería despliega escenas igualmente violentas, como la que protagoniza Satanás torturando a un alma desollada, acompañado por Lilith, quien conduce desde el infierno a sus «reinas blancas» envueltas en cadenas al rojo vivo, que el observador primero confunde con atuendos de gala.
Hay un elemento extrañamente erótico en esta escena. Las cadenas al rojo vivo parecen ser la única vestimenta de las reinas blancas, y la suavidad implícita de la piel contrasta con el acero abrasador. Más adelante encontramos otras imágenes que oscilan entre lo sensual y lo repugnante, como «la vampiresa de ojos azules, saciada de su festín» entre las tumbas, que «sonríe sangrientamente contra la luna leprosa». Evidentemente, no es una vampiresa como Carmilla, sino un Ghoul, un devorador de cadáveres con los dientes teñidos de sangre reseca [ver: Ghouls: historia de los Necrófagos en la ficción]
Satanás, Lilith, la Vampiresa, así como otras criaturas de un orden menor, son eficaces en su relativa simplicidad, como si saltaran desde un antiguo grimorio. El enrojecimiento que ha coloreado todo el viaje empieza a coagularse. El vino que inició el poema, en el curso de este viaje alucinado, pierde su fuerza vital. El sueño de la imaginación, de Fantasía, se ha convertido en una pesadilla.
George Sterling es uno de los poetas que mejor interpretó a Edgar Allan Poe. Su deseo destructivo trasciende las ambiciones del Marqués de Sade, quien obtenía placer al inflingir dolor sobre los demás. Edgar Allan Poe reconoció que el verdadero deseo destructivo debe dirigirse hacia uno mismo. Es el Yo quien debe autodestruirse. En este contexto, en los cuentos de E.A. Poe el protagonista es llevado a la locura o la muerte por fuerzas que permanecen anónimas [los Cuervos, la Inquisición, el Tekeli-li, el maelstrom], y que en todos los casos presionan sobre su conciencia culpable. De manera similar, la trayectoria de Un Vino de Hechicería nos lleva hacia un mundo informe donde la mente del Poeta se disuelve en el flujo de imágenes.
Oportunamente, la imagen de la Vampiresa atiborrada de cadáveres marca el final del viaje. Inmediatamente después, el flujo de imágenes se desvanece. Fantasía «pliega sus espléndidos penachos» y se posa en «una estrella sobre los sedimentos del atardecer». La Máscara culmina con la aniquilación, con la Muerte Roja ejerciendo un «dominio ilimitado sobre todo». George Sterling fue menos audaz. Después de esta avalancha de escenas extrañas y violentas, Un Vino de Hechicería termina con una sensación pacífica:
«Pero ya ha llegado el anochecer, y Fantasía pliega
sus espléndidos penachos, y ya no emprende búsquedas
aventureras por tierras y mares manchados.»
sus espléndidos penachos, y ya no emprende búsquedas
aventureras por tierras y mares manchados.»
Es un final un poco decepcionante, pero coherente con la estructura interna del poema: Fantasía ha sido impulsada por la luz y el color, por lo que la llegada del anochecer pone fin al viaje. Los siguientes versos todavía contienen elementos visuales, pero el enrojecimiento ha desaparecido. Fantasía se desvanece sobre «aguas de ónice» que en el crepúsculo «alcanzan espirales blasonadas». Recién aquí, al final del poema, el Poeta bebe de la copa de vino:
Y yo, aunque el sabio Merlín ha dicho:
«Una víbora acecha en la copa de vino rojo»,
miro pensativamente el camino que ella tomó,
bebo de su fuente y sonrío.
«Una víbora acecha en la copa de vino rojo»,
miro pensativamente el camino que ella tomó,
bebo de su fuente y sonrío.
Que tanto color, violencia, luz, dragones y demonios, termine de esta forma, parece anticlimático. El rojo de la sangre ha sido reemplazado por el sabor mundano del vino. Pero el Poeta ha perdido contacto con Fantasía y su desfile de imágenes extrañas que culminan con la Vampiresa con los dientes manchados de sangre. Sin embargo, ¿quién sabe qué otras visiones podrán surgir en la noche, cuando el vino corra por sus venas?
Antes de pasar al poema de George Sterling necesito confesar algunas profanaciones. En primer lugar, no he respetado ni la métrica ni la rima de Un Vino de Hechicería. La excusa tiene que ver con el tiempo que demandaría tamaña rigurosidad. En segundo lugar, no estoy para nada conforme con traducir wizardry como «hechicería». El término español remite casi exclusivamente a la magia, mientras que el original posee otros matices. Wizardry vendría a ser el arte del wizard, que puede traducirse como «mago» o «hechicero», pero que también hunde sus raíces en wise, sabio. Es decir que wizardry no solo es el arte del mago, sino el arte del sabio, del que sabe.
Un Vino de Hechicería.
A Wine of Wizardry, George Sterling (1869-1926)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Cuando las montañas se tiñeron como el vino
por el amanecer del Tiempo, y como el vino
eran los mares.
[Ambrose Bierce]
Cuando las montañas se tiñeron como el vino
por el amanecer del Tiempo, y como el vino
eran los mares.
[Ambrose Bierce]
Afuera, las almenas del ocaso brillan,
en medio de las cúpulas los vientos del mar se alzan y abruman.
En una copa de cristal sirvo el oscuro vino y,
reflexionando sobre tan rico santuario,
observo la estrella que ronda su rojiza penumbra.
Ahora, Fantasía, emperatriz de un reino purpúreo,
despierta con la frente acariciada por la flor de la amapola,
y alza en repentino coqueteo su vuelo
hacia las hebras donde los ópalos de la luz destrozada
brillan en la espuma esparcida por el viento,
y las doncellas huyen más allá de las olas esforzadas,
hacia los musgos rojizos del mar y las conchas arrugadas
que atraen a lo largo de la playa y complacen el corazón de Fantasía;
sin embargo, se vuelve, aunque temblando, hacia una gruta rosada,
donde monstruos barbados miran boquiabiertos,
custodian a un mago encapuchado que observa
los malditos frascos donde arde un espléndido veneno,
tamizando rojos satánicos a lo largo de su frente.
Fantasía no quiere mirarlo, y ahora vaga
hacia un iceberg oriflameado con auroras del Norte,
donde el invierno ha escondido gemas ardientes y tesoros congelados,
iluminados con tímidos zafiros de la nieve.
Ella sueña con gemas más cálidas, y por eso sus ojos fijos
miran hacia las misteriosas profundidades azules
donde brillan las brasas del Tártaro en el aire sin luna,
mientras los Titanes planean asaltar el trono del Olimpo;
en medio del pulso de las forjas, por el firmamento aturdido, indómito,
desciende el resplandor de hornos ciclópeos sin sol.
Luego se apresura a refugiarse
en el jardín solitario e inmortal de las horas orientales,
donde el amanecer sobre el pecho de un pensamiento
ha depositado una sola lágrima,
y desde donde el viento ha volado y dejado un silencio.
A lo lejos, en las torres sombrías, cuelgan estandartes blasonados,
y la sombra del bosque, con llamas de hojas y tintes otoñales,
embellece el crepúsculo del año.
Por esto las hadas bailarán, para alegrarse de los elfos,
en un valle donde una muchacha loca
ha arrojado un brazalete que los lagartos temen:
¡piras rojas de luz apagada!
Sin embargo, Fantasía desprecia la juerga,
y hacia los peligros del Este se dirige,
hacia los deslumbrantes faros de las costas de Soldan,
donde en un tesoro sirio vierte,
desde ataúdes ricos y urnas de amatista,
fuegos apagados de joyas polvorientas
que han atado la frente del desnudo Astaroth.
O, en silencio, al caer una noche desastrosa,
cuando el ocaso, como una garganta carmesí en el infierno,
marca el vuelo hacia el mar de dragones
que se dirigen hacia el Oeste; hasta que,
atraída por los cuentos que cuentan los vientos del océano,
y muda en medio de los esplendores de su búsqueda,
huye a alguna ciudad roja de los Djinns
y, perdida en palacios de silencio,
ve dentro de una cripta la luz asesina de lámparas
con costras de granate, donde se sientan hombres perturbados
que tiemblan ante un sonido y reflexionan
sobre palabras escritas en espantosas vitelas,
en sangre de víboras, en susurros de la noche:
rúbricas infernales cantadas al poder de Satán,
o al Dragón en su vuelo.
Pero ella borraría la vista de su memoria
y buscaría un crepúsculo del Sur,
donde astutos gnomos con ojos escarlata
conspiran para apagar el fuego de Aldebarán,
que brilla más allá de la boca de su caverna,
sobre la tumba profana de una reina malvada.
Allí los líquenes marrones, incrédulos ante la fama,
susurran a las flores veteadas la vergüenza de su cuerpo,
en medio de la quietud de todos los fastos de la floración.
En su interior se esconden orbes que monstruos tallados abrazan;
los rubíes de brasas rojas arden en la penumbra,
traicionados por las lámparas que alimentan una llama sombría,
y las raíces lívidas se retuercen en el agarre del mármol,
mientras los aires gimientes invocan el óxido conquistado
de los yelmos señoriales igualados en el polvo.
En el exterior, donde los funestos cipreses
enriquecen los fantasmagóricos rojos del sol sangrante,
se encuentran los cirios de la bruja del crepúsculo
(vistos por el murciélago sobre estanques insondables)
y los lirios tigrados conocidos por los mudos ghouls,
cuyo rey ha desenterrado un sombrío lazo y
collares con febriles encajes de ópalo.
Pero Fantasía, asustada ante su mirada,
vuela hacia un promontorio violeta del Oeste,
en cuya base arden las olas azotadas por el sol,
terminando en preciosa espuma su búsqueda fatal,
tan lejos, por debajo de los profundos moldes del océano,
con el trabajo de las aguas y los guijarros pulidos,
el diminuto crepúsculo en el conjunto de jacinto,
el orbe invernal que sostiene el cristal de piedra lunar,
ramitas de coral rotas y ágatas húmedas,
transparencias de jaspe, los pliegues de ónice bandeado
y la pechuga bermellón de cinabrio.
Cerca, sobre arenas anaranjadas, con proas de bronce
descansan las galeras lamidas por el mar,
y marineros morenos de playas ajenas miran el horizonte rojo,
porque sus ojos contemplan un faro ardiendo en los cielos del atardecer,
alimentado con aceites sanguíneos al toque de la noche.
De esa llama del faro vuela un resplandor
que se derrama reflejos vinosos sobre las cubiertas rojizas;
y por encima, cuando asoman las olas sobresaltadas
y las burbujas carmesí se elevan desde los restos de la batalla,
las inquietas hidras forjadas de luz sangrienta
se sumergen en las cuevas fosforescentes del océano.
Así el paseo de Fantasía busca una isla lejana,
guiada por la estrella rubescente del Escorpión,
hasta que en templos sonríe
para ver brillar el incienso negro
y las serpientes de vientre escarlata se balancean
al son de las flautas leonadas de la hechicería.
Allí, sacerdotisas vestidas con túnicas púrpuras
sostienen cada una un sensual granate al sol marino,
o, justo antes de que la coloreada mañana
sacuda su esplendor en la playa de arena rubicunda,
gritan a Betelgeuse una palabra mística.
Pero Fantasía, enamorada de la tarde,
emprende el vuelo hacia arboledas donde corren ríos lustrosos,
a través de los jacintos, en la silenciosa oscuridad de la catedral,
antes de que Fe regrese y los incensarios azules humeen,
ella se arrodilla, en solemne quietud,
para marcar el día suplicante desde magníficos miradores
y lámparas de altar que encierran la chispa inmortal;
hasta que todos sus sueños se enriquecen,
observa, junto a un foso espeluznante,
los reinos del resplandor que inundan una montaña centinela
estacionada en la noche, cuyas tumbas rotas traicionan su espantosa confianza,
hasta que gemas inyectadas en sangre miran fijamente como ojos de lujuria.
Y ahora sabe, en los brillantes portales de ágata,
cómo Circe y sus venenos tienen un hogar
tallado en un rubí que un Titán perdió,
donde los filtros helados rebosan de espuma escarlata,
en medio del silbido de los aceites en calderos bruñidos,
mientras de su presa gotea espesamente la marea de su vida,
en tintes turbios que tiñen su cúpula de tortura;
con la misma astucia que recoge su rocío mortal,
con hechizos que la reina de Plutón no puede usar,
o escucha el gemido de su víctima,
sorbe su vino más oscuro y sonríe con labios malvados.
No hay dios con poder alguno para romper
los alambiques rojos donde sus relucientes caldos humean obscenamente,
como espumas de áspid o de víbora,
hasta nieblas letales cuyos vapores retorcidos crean vagos augurios,
hasta que figuras de hombres que señalan, llorando,
hacia tremendos destinos futuros,
cuando pompas con columnas y tronos supremos se agiten,
inestables como los sueños de espuma del mar.
Pero Fantasía todavía es fugitiva, y se dirige
hacia cavernas donde arde un altar demoníaco,
y Satán, bostezando en su trono de bronce,
acaricia una cosa que grita,
una cosa que sus demonios han desollado,
antes de que Lilith venga a saludar con su indolencia,
ella guía desde el infierno a sus reinas más blancas,
ataviadas con cadenas tan calentadas ante el fuego
que un pobre condenado pensó que eran de coral,
hasta que la danza deslumbrante fue tan terrible que realzó su brillo.
Pero Fantasía no está satisfecha y pronto
busca el silencio de una noche más vasta,
donde los poderes de la hechicería, con la vista vacilante
(cuando las horas se alejan cada vez más del mediodía)
buscan junto a la fría y apagada linterna de la luciérnaga
una araña carmesí escondida en un cráneo,
o enredaderas moteadas de bayas blancas
donde las aguas susurran a la luna gibosa.
Allí, vestida con cementos de luz maligna,
una hechicera enferma explora la oscuridad para maldecir,
junto a un caldero repleto de sangre de rameras,
las estrellas de ese Signo rojo que deletrea su perdición.
Entonces Fantasía hiende los cielos nublados
frente a las barreras del atardecer.
Ella ve, junto a la inundación del Ganges,
en su oscuro templo, a Siva surgir y,
visionada con el monstruoso rubí,
deslumbrar en el distante crepúsculo donde el ghaut en llamas
está iluminado con piras ceñudas
que parecen los ojos de sus abominables gusanos-dragón,
portadores de pestilencia, la Muerte en la oscuridad forjada.
Así que las alas de Fantasía abandonan los cielos asiáticos,
y ahora su corazón siente curiosidad por los salones
en los que el mono muerto de Merlín ha derramado un frasco
cuyo veneno escarlata se arrastra hasta cifras brillantes y terribles,
cuentan los pecados de los demonios
y la culpa encarnada que respira un fantasma ante cuyo grito la lechuza,
malignamente muda sobre el pozo de medianoche, se lamenta,
y Hécate levanta su capucha para murmurar una runa;
y, antes de que cesen los ecos de la tumba,
la vampiresa de ojos azules, saciada de su festín,
sonríe sangrientamente contra la luna leprosa.
Pero ahora ha llegado la noche, y Fantasía pliega
sus espléndidos penachos, y ya no emprende aventuras
sobre tierras y mares manchados,
huye hacia una estrella sobre los sedimentos del atardecer,
sobre aguas de ónice calmadas por magníficos aceites
que hacia el crepúsculo alcanzan espirales blasonadas.
Y yo, aunque el sabio Merlín ha dicho:
«Una víbora acecha en la copa de rojo vino»,
miro pensativamente el camino que ella tomó,
bebo de su fuente y sonrío.
en medio de las cúpulas los vientos del mar se alzan y abruman.
En una copa de cristal sirvo el oscuro vino y,
reflexionando sobre tan rico santuario,
observo la estrella que ronda su rojiza penumbra.
Ahora, Fantasía, emperatriz de un reino purpúreo,
despierta con la frente acariciada por la flor de la amapola,
y alza en repentino coqueteo su vuelo
hacia las hebras donde los ópalos de la luz destrozada
brillan en la espuma esparcida por el viento,
y las doncellas huyen más allá de las olas esforzadas,
hacia los musgos rojizos del mar y las conchas arrugadas
que atraen a lo largo de la playa y complacen el corazón de Fantasía;
sin embargo, se vuelve, aunque temblando, hacia una gruta rosada,
donde monstruos barbados miran boquiabiertos,
custodian a un mago encapuchado que observa
los malditos frascos donde arde un espléndido veneno,
tamizando rojos satánicos a lo largo de su frente.
Fantasía no quiere mirarlo, y ahora vaga
hacia un iceberg oriflameado con auroras del Norte,
donde el invierno ha escondido gemas ardientes y tesoros congelados,
iluminados con tímidos zafiros de la nieve.
Ella sueña con gemas más cálidas, y por eso sus ojos fijos
miran hacia las misteriosas profundidades azules
donde brillan las brasas del Tártaro en el aire sin luna,
mientras los Titanes planean asaltar el trono del Olimpo;
en medio del pulso de las forjas, por el firmamento aturdido, indómito,
desciende el resplandor de hornos ciclópeos sin sol.
Luego se apresura a refugiarse
en el jardín solitario e inmortal de las horas orientales,
donde el amanecer sobre el pecho de un pensamiento
ha depositado una sola lágrima,
y desde donde el viento ha volado y dejado un silencio.
A lo lejos, en las torres sombrías, cuelgan estandartes blasonados,
y la sombra del bosque, con llamas de hojas y tintes otoñales,
embellece el crepúsculo del año.
Por esto las hadas bailarán, para alegrarse de los elfos,
en un valle donde una muchacha loca
ha arrojado un brazalete que los lagartos temen:
¡piras rojas de luz apagada!
Sin embargo, Fantasía desprecia la juerga,
y hacia los peligros del Este se dirige,
hacia los deslumbrantes faros de las costas de Soldan,
donde en un tesoro sirio vierte,
desde ataúdes ricos y urnas de amatista,
fuegos apagados de joyas polvorientas
que han atado la frente del desnudo Astaroth.
O, en silencio, al caer una noche desastrosa,
cuando el ocaso, como una garganta carmesí en el infierno,
marca el vuelo hacia el mar de dragones
que se dirigen hacia el Oeste; hasta que,
atraída por los cuentos que cuentan los vientos del océano,
y muda en medio de los esplendores de su búsqueda,
huye a alguna ciudad roja de los Djinns
y, perdida en palacios de silencio,
ve dentro de una cripta la luz asesina de lámparas
con costras de granate, donde se sientan hombres perturbados
que tiemblan ante un sonido y reflexionan
sobre palabras escritas en espantosas vitelas,
en sangre de víboras, en susurros de la noche:
rúbricas infernales cantadas al poder de Satán,
o al Dragón en su vuelo.
Pero ella borraría la vista de su memoria
y buscaría un crepúsculo del Sur,
donde astutos gnomos con ojos escarlata
conspiran para apagar el fuego de Aldebarán,
que brilla más allá de la boca de su caverna,
sobre la tumba profana de una reina malvada.
Allí los líquenes marrones, incrédulos ante la fama,
susurran a las flores veteadas la vergüenza de su cuerpo,
en medio de la quietud de todos los fastos de la floración.
En su interior se esconden orbes que monstruos tallados abrazan;
los rubíes de brasas rojas arden en la penumbra,
traicionados por las lámparas que alimentan una llama sombría,
y las raíces lívidas se retuercen en el agarre del mármol,
mientras los aires gimientes invocan el óxido conquistado
de los yelmos señoriales igualados en el polvo.
En el exterior, donde los funestos cipreses
enriquecen los fantasmagóricos rojos del sol sangrante,
se encuentran los cirios de la bruja del crepúsculo
(vistos por el murciélago sobre estanques insondables)
y los lirios tigrados conocidos por los mudos ghouls,
cuyo rey ha desenterrado un sombrío lazo y
collares con febriles encajes de ópalo.
Pero Fantasía, asustada ante su mirada,
vuela hacia un promontorio violeta del Oeste,
en cuya base arden las olas azotadas por el sol,
terminando en preciosa espuma su búsqueda fatal,
tan lejos, por debajo de los profundos moldes del océano,
con el trabajo de las aguas y los guijarros pulidos,
el diminuto crepúsculo en el conjunto de jacinto,
el orbe invernal que sostiene el cristal de piedra lunar,
ramitas de coral rotas y ágatas húmedas,
transparencias de jaspe, los pliegues de ónice bandeado
y la pechuga bermellón de cinabrio.
Cerca, sobre arenas anaranjadas, con proas de bronce
descansan las galeras lamidas por el mar,
y marineros morenos de playas ajenas miran el horizonte rojo,
porque sus ojos contemplan un faro ardiendo en los cielos del atardecer,
alimentado con aceites sanguíneos al toque de la noche.
De esa llama del faro vuela un resplandor
que se derrama reflejos vinosos sobre las cubiertas rojizas;
y por encima, cuando asoman las olas sobresaltadas
y las burbujas carmesí se elevan desde los restos de la batalla,
las inquietas hidras forjadas de luz sangrienta
se sumergen en las cuevas fosforescentes del océano.
Así el paseo de Fantasía busca una isla lejana,
guiada por la estrella rubescente del Escorpión,
hasta que en templos sonríe
para ver brillar el incienso negro
y las serpientes de vientre escarlata se balancean
al son de las flautas leonadas de la hechicería.
Allí, sacerdotisas vestidas con túnicas púrpuras
sostienen cada una un sensual granate al sol marino,
o, justo antes de que la coloreada mañana
sacuda su esplendor en la playa de arena rubicunda,
gritan a Betelgeuse una palabra mística.
Pero Fantasía, enamorada de la tarde,
emprende el vuelo hacia arboledas donde corren ríos lustrosos,
a través de los jacintos, en la silenciosa oscuridad de la catedral,
antes de que Fe regrese y los incensarios azules humeen,
ella se arrodilla, en solemne quietud,
para marcar el día suplicante desde magníficos miradores
y lámparas de altar que encierran la chispa inmortal;
hasta que todos sus sueños se enriquecen,
observa, junto a un foso espeluznante,
los reinos del resplandor que inundan una montaña centinela
estacionada en la noche, cuyas tumbas rotas traicionan su espantosa confianza,
hasta que gemas inyectadas en sangre miran fijamente como ojos de lujuria.
Y ahora sabe, en los brillantes portales de ágata,
cómo Circe y sus venenos tienen un hogar
tallado en un rubí que un Titán perdió,
donde los filtros helados rebosan de espuma escarlata,
en medio del silbido de los aceites en calderos bruñidos,
mientras de su presa gotea espesamente la marea de su vida,
en tintes turbios que tiñen su cúpula de tortura;
con la misma astucia que recoge su rocío mortal,
con hechizos que la reina de Plutón no puede usar,
o escucha el gemido de su víctima,
sorbe su vino más oscuro y sonríe con labios malvados.
No hay dios con poder alguno para romper
los alambiques rojos donde sus relucientes caldos humean obscenamente,
como espumas de áspid o de víbora,
hasta nieblas letales cuyos vapores retorcidos crean vagos augurios,
hasta que figuras de hombres que señalan, llorando,
hacia tremendos destinos futuros,
cuando pompas con columnas y tronos supremos se agiten,
inestables como los sueños de espuma del mar.
Pero Fantasía todavía es fugitiva, y se dirige
hacia cavernas donde arde un altar demoníaco,
y Satán, bostezando en su trono de bronce,
acaricia una cosa que grita,
una cosa que sus demonios han desollado,
antes de que Lilith venga a saludar con su indolencia,
ella guía desde el infierno a sus reinas más blancas,
ataviadas con cadenas tan calentadas ante el fuego
que un pobre condenado pensó que eran de coral,
hasta que la danza deslumbrante fue tan terrible que realzó su brillo.
Pero Fantasía no está satisfecha y pronto
busca el silencio de una noche más vasta,
donde los poderes de la hechicería, con la vista vacilante
(cuando las horas se alejan cada vez más del mediodía)
buscan junto a la fría y apagada linterna de la luciérnaga
una araña carmesí escondida en un cráneo,
o enredaderas moteadas de bayas blancas
donde las aguas susurran a la luna gibosa.
Allí, vestida con cementos de luz maligna,
una hechicera enferma explora la oscuridad para maldecir,
junto a un caldero repleto de sangre de rameras,
las estrellas de ese Signo rojo que deletrea su perdición.
Entonces Fantasía hiende los cielos nublados
frente a las barreras del atardecer.
Ella ve, junto a la inundación del Ganges,
en su oscuro templo, a Siva surgir y,
visionada con el monstruoso rubí,
deslumbrar en el distante crepúsculo donde el ghaut en llamas
está iluminado con piras ceñudas
que parecen los ojos de sus abominables gusanos-dragón,
portadores de pestilencia, la Muerte en la oscuridad forjada.
Así que las alas de Fantasía abandonan los cielos asiáticos,
y ahora su corazón siente curiosidad por los salones
en los que el mono muerto de Merlín ha derramado un frasco
cuyo veneno escarlata se arrastra hasta cifras brillantes y terribles,
cuentan los pecados de los demonios
y la culpa encarnada que respira un fantasma ante cuyo grito la lechuza,
malignamente muda sobre el pozo de medianoche, se lamenta,
y Hécate levanta su capucha para murmurar una runa;
y, antes de que cesen los ecos de la tumba,
la vampiresa de ojos azules, saciada de su festín,
sonríe sangrientamente contra la luna leprosa.
Pero ahora ha llegado la noche, y Fantasía pliega
sus espléndidos penachos, y ya no emprende aventuras
sobre tierras y mares manchados,
huye hacia una estrella sobre los sedimentos del atardecer,
sobre aguas de ónice calmadas por magníficos aceites
que hacia el crepúsculo alcanzan espirales blasonadas.
Y yo, aunque el sabio Merlín ha dicho:
«Una víbora acecha en la copa de rojo vino»,
miro pensativamente el camino que ella tomó,
bebo de su fuente y sonrío.
When mountains were stained as with wine
By the dawning of Time, and as wine
Were the seas.
[AMBROSE BIERCE]
Without, the battlements of sunset shine,
'Mid domes the sea-winds rear and overwhelm.
Into a crystal cup the dusky wine
I pour, and, musing at so rich a shrine,
I watch the star that haunts its ruddy gloom.
Now Fancy, empress of a purpled realm,
Awakes with brow caressed by poppy-bloom,
And wings in sudden dalliance her flight
To strands where opals of the shattered light
Gleam in the wind-strewn foam, and maidens flee
A little past the striving billows' reach,
Or seek the russet mosses of the sea,
And wrinkled shells that lure along the beach,
And please the heart of Fancy; yet she turns,
Tho' trembling, to a grotto rosy-sparred,
Where wattled monsters redly gape, that guard
A cowled magician peering on the damned
Thro' vials wherein a splendid poison burns,
Sifting Satanic gules athwart his brow.
So Fancy will not gaze with him, and now
She wanders to an iceberg oriflammed
With rayed, auroral guidons of the North—
Wherein hath winter hidden ardent gems
And treasuries of frozen anadems,
Alight with timid sapphires of the snow.
But she would dream of warmer gems, and so
Ere long her eyes in fastnesses look forth
O'er blue profounds mysterious whence glow
The coals of Tartarus on the moonless air,
As Titans plan to storm Olympus' throne,
'Mid pulse of dungeoned forges down the stunned,
Undominated firmament, and glare
Of Cyclopean furnaces unsunned.
Then hastens she in refuge to a lone,
Immortal garden of the eastern hours,
Where Dawn upon a pansy's breast hath laid
A single tear, and whence the wind hath flown
And left a silence. Far on shadowy tow'rs
Droop blazoned banners, and the woodland shade,
With leafy flames and dyes autumnal hung,
Makes beautiful the twilight of the year.
For this the fays will dance, for elfin cheer,
Within a dell where some mad girl hath flung
A bracelet that the painted lizards fear—
Red pyres of muffled light! Yet Fancy spurns
The revel, and to eastern hazard turns,
And glaring beacons of the Soldan's shores,
When in a Syrian treasure-house she pours,
From caskets rich and amethystine urns,
Dull fires of dusty jewels that have bound
The brows of naked Ashtaroth around.
Or hushed, at fall of some disastrous night,
When sunset, like a crimson throat to hell,
Is cavernous, she marks the seaward flight
Of homing dragons dark upon the West;
Till, drawn by tales the winds of ocean tell,
And mute amid the splendors of her quest,
To some red city of the Djinns she flees
And, lost in palaces of silence, sees
Within a porphyry crypt the murderous light
Of garnet-crusted lamps whereunder sit
Perturbéd men that tremble at a sound,
And ponder words on ghastly vellum writ,
In vipers' blood, to whispers from the night—
Infernal rubrics, sung to Satan's might,
Or chaunted to the Dragon in his gyre.
But she would blot from memory the sight,
And seeks a stainéd twilight of the South,
Where crafty gnomes with scarlet eyes conspire
To quench Aldebaran's affronting fire,
Low sparkling just beyond their cavern's mouth,
Above a wicked queen's unhallowed tomb.
There lichens brown, incredulous of fame,
Whisper to veinéd flowers her body's shame,
'Mid stillness of all pageantries of bloom.
Within, lurk orbs that graven monsters clasp;
Red-embered rubies smolder in the gloom,
Betrayed by lamps that nurse a sullen flame,
And livid roots writhe in the marble's grasp,
As moaning airs invoke the conquered rust
Of lordly helms made equal in the dust.
Without, where baleful cypresses make rich
The bleeding sun's phantasmagoric gules,
Are fungus-tapers of the twilight witch
(Seen by the bat above unfathomed pools)
And tiger-lilies known to silent ghouls,
Whose king hath digged a somber carcanet
And necklaces with fevered opals set.
But Fancy, well affrighted at his gaze,
Flies to a violet headland of the West,
About whose base the sun-lashed billows blaze,
Ending in precious foam their fatal quest,
As far below the deep-hued ocean molds,
With waters' toil and polished pebbles' fret,
The tiny twilight in the jacinth set,
The wintry orb the moonstone-crystal holds,
Snapt coral twigs and winy agates wet,
Translucencies of jasper, and the folds
Of banded onyx, and vermilion breast
Of cinnabar. Anear on orange sands,
With prows of bronze the sea-stained galleys rest,
And swarthy mariners from alien strands
Stare at the red horizon, for their eyes
Behold a beacon burn on evening skies,
As fed with sanguine oils at touch of night.
Forth from that pharos-flame a radiance flies,
To spill in vinous gleams on ruddy decks;
And overside, when leap the startled waves
And crimson bubbles rise from battle-wrecks,
Unresting hydras wrought of bloody light
Dip to the ocean's phosphorescent caves.
So Fancy's carvel seeks an isle afar,
Led by the Scorpion's rubescent star,
Until in templed zones she smiles to see
Black incense glow, and scarlet-bellied snakes
Sway to the tawny flutes of sorcery.
There priestesses in purple robes hold each
A sultry garnet to the sea-linkt sun,
Or, just before the colored morning shakes
A splendor on the ruby-sanded beach,
Cry unto Betelgeuse a mystic word.
But Fancy, amorous of evening, takes
Her flight to groves whence lustrous rivers run,
Thro' hyacinth, a minster wall to gird,
Where, in the hushed cathedral's jeweled gloom,
Ere Faith return, and azure censers fume,
She kneels, in solemn quietude, to mark
The suppliant day from gorgeous oriels float
And altar-lamps immure the deathless spark;
Till, all her dreams made rich with fervent hues,
She goes to watch, beside a lurid moat,
The kingdoms of the afterglow suffuse
A sentinel mountain stationed toward the night—
Whose broken tombs betray their ghastly trust,
Till bloodshot gems stare up like eyes of lust.
And now she knows, at agate portals bright,
How Circe and her poisons have a home,
Carved in one ruby that a Titan lost,
Where icy philters brim with scarlet foam,
'Mid hiss of oils in burnished caldrons tost,
While thickly from her prey his life-tide drips,
In turbid dyes that tinge her torture-dome;
As craftily she gleans her deadly dews,
With gyving spells not Pluto's queen can use,
Or listens to her victim's moan, and sips
Her darkest wine, and smiles with wicked lips.
Nor comes a god with any power to break
The red alembics whence her gleaming broths
Obscenely fume, as asp or adder froths,
To lethal mists whose writhing vapors make
Dim augury, till shapes of men that were
Point, weeping, at tremendous dooms to be,
When pillared pomps and thrones supreme shall stir,
Unstable as the foam-dreams of the sea.
But Fancy still is fugitive, and turns
To caverns where a demon altar burns,
And Satan, yawning on his brazen seat,
Fondles a screaming thing his fiends have flayed,
Ere Lilith come his indolence to greet,
Who leads from hell his whitest queens, arrayed
In chains so heated at their master's fire
That one new-damned had thought their bright attire
Indeed were coral, till the dazzling dance
So terribly that brilliance shall enhance.
But Fancy is unsatisfied, and soon
She seeks the silence of a vaster night,
Where powers of wizardry, with faltering sight
(Whenas the hours creep farthest from the noon)
Seek by the glow-worm's lantern cold and dull
A crimson spider hidden in a skull,
Or search for mottled vines with berries white,
Where waters mutter to the gibbous moon.
There, clothed in cerements of malignant light,
A sick enchantress scans the dark to curse,
Beside a caldron vext with harlots' blood,
The stars of that red Sign which spells her doom.
Then Fancy cleaves the palmy skies adverse
To sunset barriers. By the Ganges' flood
She sees, in her dim temple, Siva loom
And, visioned with the monstrous ruby, glare
On distant twilight where the burning-ghaut
Is lit with glowering pyres that seem the eyes
Of her abhorrent dragon-worms that bear
The pestilence, by Death in darkness wrought.
So Fancy's wings forsake the Asian skies,
And now her heart is curious of halls
In which dead Merlin's prowling ape hath spilt
A vial squat whose scarlet venom crawls
To ciphers bright and terrible, that tell
The sins of demons and the encharneled guilt
That breathes a phantom at whose cry the owl,
Malignly mute above the midnight well,
Is dolorous, and Hecate lifts her cowl
To mutter swift a minatory rune;
And, ere the tomb-thrown echoings have ceased,
The blue-eyed vampire, sated at her feast,
Smiles bloodily against the leprous moon.
But evening now is come, and Fancy folds
Her splendid plumes, nor any longer holds
Adventurous quest o'er stainéd lands and seas—
Fled to a star above the sunset lees,
O'er onyx waters stilled by gorgeous oils
That toward the twilight reach emblazoned coils.
And I, albeit Merlin-sage hath said,
"A vyper lurketh in ye wine-cuppe redde,"
Gaze pensively upon the way she went,
Drink at her font, and smile as one content.
George Sterling (1869-1926)
By the dawning of Time, and as wine
Were the seas.
[AMBROSE BIERCE]
Without, the battlements of sunset shine,
'Mid domes the sea-winds rear and overwhelm.
Into a crystal cup the dusky wine
I pour, and, musing at so rich a shrine,
I watch the star that haunts its ruddy gloom.
Now Fancy, empress of a purpled realm,
Awakes with brow caressed by poppy-bloom,
And wings in sudden dalliance her flight
To strands where opals of the shattered light
Gleam in the wind-strewn foam, and maidens flee
A little past the striving billows' reach,
Or seek the russet mosses of the sea,
And wrinkled shells that lure along the beach,
And please the heart of Fancy; yet she turns,
Tho' trembling, to a grotto rosy-sparred,
Where wattled monsters redly gape, that guard
A cowled magician peering on the damned
Thro' vials wherein a splendid poison burns,
Sifting Satanic gules athwart his brow.
So Fancy will not gaze with him, and now
She wanders to an iceberg oriflammed
With rayed, auroral guidons of the North—
Wherein hath winter hidden ardent gems
And treasuries of frozen anadems,
Alight with timid sapphires of the snow.
But she would dream of warmer gems, and so
Ere long her eyes in fastnesses look forth
O'er blue profounds mysterious whence glow
The coals of Tartarus on the moonless air,
As Titans plan to storm Olympus' throne,
'Mid pulse of dungeoned forges down the stunned,
Undominated firmament, and glare
Of Cyclopean furnaces unsunned.
Then hastens she in refuge to a lone,
Immortal garden of the eastern hours,
Where Dawn upon a pansy's breast hath laid
A single tear, and whence the wind hath flown
And left a silence. Far on shadowy tow'rs
Droop blazoned banners, and the woodland shade,
With leafy flames and dyes autumnal hung,
Makes beautiful the twilight of the year.
For this the fays will dance, for elfin cheer,
Within a dell where some mad girl hath flung
A bracelet that the painted lizards fear—
Red pyres of muffled light! Yet Fancy spurns
The revel, and to eastern hazard turns,
And glaring beacons of the Soldan's shores,
When in a Syrian treasure-house she pours,
From caskets rich and amethystine urns,
Dull fires of dusty jewels that have bound
The brows of naked Ashtaroth around.
Or hushed, at fall of some disastrous night,
When sunset, like a crimson throat to hell,
Is cavernous, she marks the seaward flight
Of homing dragons dark upon the West;
Till, drawn by tales the winds of ocean tell,
And mute amid the splendors of her quest,
To some red city of the Djinns she flees
And, lost in palaces of silence, sees
Within a porphyry crypt the murderous light
Of garnet-crusted lamps whereunder sit
Perturbéd men that tremble at a sound,
And ponder words on ghastly vellum writ,
In vipers' blood, to whispers from the night—
Infernal rubrics, sung to Satan's might,
Or chaunted to the Dragon in his gyre.
But she would blot from memory the sight,
And seeks a stainéd twilight of the South,
Where crafty gnomes with scarlet eyes conspire
To quench Aldebaran's affronting fire,
Low sparkling just beyond their cavern's mouth,
Above a wicked queen's unhallowed tomb.
There lichens brown, incredulous of fame,
Whisper to veinéd flowers her body's shame,
'Mid stillness of all pageantries of bloom.
Within, lurk orbs that graven monsters clasp;
Red-embered rubies smolder in the gloom,
Betrayed by lamps that nurse a sullen flame,
And livid roots writhe in the marble's grasp,
As moaning airs invoke the conquered rust
Of lordly helms made equal in the dust.
Without, where baleful cypresses make rich
The bleeding sun's phantasmagoric gules,
Are fungus-tapers of the twilight witch
(Seen by the bat above unfathomed pools)
And tiger-lilies known to silent ghouls,
Whose king hath digged a somber carcanet
And necklaces with fevered opals set.
But Fancy, well affrighted at his gaze,
Flies to a violet headland of the West,
About whose base the sun-lashed billows blaze,
Ending in precious foam their fatal quest,
As far below the deep-hued ocean molds,
With waters' toil and polished pebbles' fret,
The tiny twilight in the jacinth set,
The wintry orb the moonstone-crystal holds,
Snapt coral twigs and winy agates wet,
Translucencies of jasper, and the folds
Of banded onyx, and vermilion breast
Of cinnabar. Anear on orange sands,
With prows of bronze the sea-stained galleys rest,
And swarthy mariners from alien strands
Stare at the red horizon, for their eyes
Behold a beacon burn on evening skies,
As fed with sanguine oils at touch of night.
Forth from that pharos-flame a radiance flies,
To spill in vinous gleams on ruddy decks;
And overside, when leap the startled waves
And crimson bubbles rise from battle-wrecks,
Unresting hydras wrought of bloody light
Dip to the ocean's phosphorescent caves.
So Fancy's carvel seeks an isle afar,
Led by the Scorpion's rubescent star,
Until in templed zones she smiles to see
Black incense glow, and scarlet-bellied snakes
Sway to the tawny flutes of sorcery.
There priestesses in purple robes hold each
A sultry garnet to the sea-linkt sun,
Or, just before the colored morning shakes
A splendor on the ruby-sanded beach,
Cry unto Betelgeuse a mystic word.
But Fancy, amorous of evening, takes
Her flight to groves whence lustrous rivers run,
Thro' hyacinth, a minster wall to gird,
Where, in the hushed cathedral's jeweled gloom,
Ere Faith return, and azure censers fume,
She kneels, in solemn quietude, to mark
The suppliant day from gorgeous oriels float
And altar-lamps immure the deathless spark;
Till, all her dreams made rich with fervent hues,
She goes to watch, beside a lurid moat,
The kingdoms of the afterglow suffuse
A sentinel mountain stationed toward the night—
Whose broken tombs betray their ghastly trust,
Till bloodshot gems stare up like eyes of lust.
And now she knows, at agate portals bright,
How Circe and her poisons have a home,
Carved in one ruby that a Titan lost,
Where icy philters brim with scarlet foam,
'Mid hiss of oils in burnished caldrons tost,
While thickly from her prey his life-tide drips,
In turbid dyes that tinge her torture-dome;
As craftily she gleans her deadly dews,
With gyving spells not Pluto's queen can use,
Or listens to her victim's moan, and sips
Her darkest wine, and smiles with wicked lips.
Nor comes a god with any power to break
The red alembics whence her gleaming broths
Obscenely fume, as asp or adder froths,
To lethal mists whose writhing vapors make
Dim augury, till shapes of men that were
Point, weeping, at tremendous dooms to be,
When pillared pomps and thrones supreme shall stir,
Unstable as the foam-dreams of the sea.
But Fancy still is fugitive, and turns
To caverns where a demon altar burns,
And Satan, yawning on his brazen seat,
Fondles a screaming thing his fiends have flayed,
Ere Lilith come his indolence to greet,
Who leads from hell his whitest queens, arrayed
In chains so heated at their master's fire
That one new-damned had thought their bright attire
Indeed were coral, till the dazzling dance
So terribly that brilliance shall enhance.
But Fancy is unsatisfied, and soon
She seeks the silence of a vaster night,
Where powers of wizardry, with faltering sight
(Whenas the hours creep farthest from the noon)
Seek by the glow-worm's lantern cold and dull
A crimson spider hidden in a skull,
Or search for mottled vines with berries white,
Where waters mutter to the gibbous moon.
There, clothed in cerements of malignant light,
A sick enchantress scans the dark to curse,
Beside a caldron vext with harlots' blood,
The stars of that red Sign which spells her doom.
Then Fancy cleaves the palmy skies adverse
To sunset barriers. By the Ganges' flood
She sees, in her dim temple, Siva loom
And, visioned with the monstrous ruby, glare
On distant twilight where the burning-ghaut
Is lit with glowering pyres that seem the eyes
Of her abhorrent dragon-worms that bear
The pestilence, by Death in darkness wrought.
So Fancy's wings forsake the Asian skies,
And now her heart is curious of halls
In which dead Merlin's prowling ape hath spilt
A vial squat whose scarlet venom crawls
To ciphers bright and terrible, that tell
The sins of demons and the encharneled guilt
That breathes a phantom at whose cry the owl,
Malignly mute above the midnight well,
Is dolorous, and Hecate lifts her cowl
To mutter swift a minatory rune;
And, ere the tomb-thrown echoings have ceased,
The blue-eyed vampire, sated at her feast,
Smiles bloodily against the leprous moon.
But evening now is come, and Fancy folds
Her splendid plumes, nor any longer holds
Adventurous quest o'er stainéd lands and seas—
Fled to a star above the sunset lees,
O'er onyx waters stilled by gorgeous oils
That toward the twilight reach emblazoned coils.
And I, albeit Merlin-sage hath said,
"A vyper lurketh in ye wine-cuppe redde,"
Gaze pensively upon the way she went,
Drink at her font, and smile as one content.
George Sterling (1869-1926)
(Traducido al español por Sebastián Beringheli para El Espejo Gótico)
Poemas góticos. I Poemas de George Sterling.
Más literatura gótica:
El análisis, traducción al español y resumen del poema de George Sterling: Un Vino de Hechicería (A Wine of Wizardry), fueron realizados por El Espejo Gótico. Para su reproducción escríbenos a elespejogotico@gmail.com
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